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HAHVARD COLLEGE LIBRARY
CUBAN COLLECTION
BOUGHT FROM THE FCM>
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JOSÉ AUGUSTO ESCOTO
OF MATANZAS, CUBA
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POR r-'V
lÁtÑUEL SaNGUILY
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^STAQLECpieNTa 'JÍpQGB ipic'ci, p'JÍEl
ffilEUlDZICUraO
ESTUDIO CRITICO
POR
MANUEL SANGUILY.
MABANA-
ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO, O'REILLY NÚMERO 9.
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HARVARD COLLEGE LIBRaKv
MAY 3 1917
LATIN-AMERICAN
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Hecoto Oollection
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PI\^ÓLOGO
Este trabajo es el mismo que se publicó la
primera vez en el número de la Revista Cuba-
na correspondiente al 30 de Junio de 1885. He
creido deber retocarlo y ampliarlo, modifican-
do de camino algunas apreciaciones, evitando
en lo posible la «^.on fusión de que adolecían al-
gunos párrafos, é intentando una exposición,
siquiera resulte desmedrada, de las ideas filo-
sóficas de José de la Luz Caballero, según en-
tiendo que eran ellas, á juzgar por artículos
suyos que he tenido que buscar en colecciones
de periódicos viejos los cuales solo se conser-
van yá en la Biblioteca de la Sociedad Econó-
mica de la Habana; pero como su fragmenta-
ria Impugnación a Gousir^ es n^ás asequible^
— 4 -
he cuidado de citar ese trabajo con preferencia
á aquellos otros impresos que son menos fáci-
les de consultar.
No he pretendido al trazar este bosquejo ni
siquiera escribir una biografía de José de la
Luz Caballero. Movióme á intentarlo, única-
mente, el deseo de estudiarle para conocerlo
cuanto más íntimamente me fuera posible, y
lo publiqué en su primera forma, por el mismo
motivo porque lo reimprimo ahora refundido
ya que no mejorado: para que los que no le co-
nocieron puedan formarse una idea más ó me-
nos borrosa, al través de la impresión particu-
lar mía que les ofrezco, y á fin de que los que
debieron y pudieron juzgarle en condiciones
mejores que las mías, suplan lo que me falte y
enderecen lo que hubiere yo torcido, que así
seguramente se verá más claro y acaso se le
pondrá más alto.
M. S.
Marzo de 1890.
JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO.
JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO
José de la Luz y Caballero fué un hombre in-
signe, á quien sus contemporáneos respetaron
y amaron sinceramente, y cuya memoria se ve-
nera en la isla de Cuba. Durante su existencia
apenas hizo ruido; peroá la faz de su pueblo
vivió siempre en la pureza inalterable de un
corazón esencial y característicamente bueno.
En su alma angélica — que así se la ha califica-
do—no tuvo cabida ningün impulso, ningún
sentimiento que no fueran generosos y eleva-
dos, y amó tan apasionadamente ásu patria
como tuvo á un tiempo caridad para sus seme-
jantes. Deseando exponer con una frase su
personalidad en lo que más íntimamente la
constituía y por lo que, sin duda, tuvo más in-
flujo en el espíritu de su pueblo, uno de sus
contemporáneos repitió la sentencia sublime á
virtud de la cual fué absuelta la pecadora de
Magdala: dilexit midtum!
— .8 —
En el sentir de sus coetáneos era *^el más
sabio, el más virtuoso, el más bueno entre los
cubanos" (1). Creyóse, el diade su muerte,
que le juzgaba con acierto un hombre del pue-
blo al llamarle en su lamentación por la in-
mensa pérdida: "el maestro que enseñaba
todas las ciencias''. Maestro incomparable y
sabio de instrucción enciclopédica le conside-
ran, mediante la tradición, las generaciones
nuevas, y "el educador'^ "el maestro de la
juventud cubana'' ^^q dice de él constantemen-
te como el epíteto más adecuado y honorífico,
como la más justa y evidente antonomasia.
Otros piensan también que era un patriota sa-
gaz y tendencioso, que fué el único cubano que,
por su ardoroso y noble corazón y su inteligen-
cia superior y perspicua, abrigara un designio
trascendental con que ocupar toda su existen-
cia, una misión social, útil, necesaria y gran-
de, de consecuencias legítimas é indefectibles,
de resultados futuros pero provechosos, y que
á ella se consagrara con serena energía y per-
severancia invencible. Esta, probablemente,
es la razón más poderosa porque ha sido esti-
mado, respecto de su época, como la personifi-
cación del espíritu cubano y que por lo mismo
(1) De la Filosofía en la Habana Discurso por D José Manuel
Mestre —Habana i862.— Véase la dedicatoria.
— 9 —
los enemigos de su tierra hayan maldecido y
ultrajado su nombre y su memoria que, en
cambio, reverencian y bendicen sus paisanos.
¿Cabe dudar que fuera, positivamente, aquel
maestro sencillo lo qué quiere ver en él la de-
voción patriótica de los suyos? Yo no lo sé
por modo indudable. Es tan complicado el es-
píritu del hombre y tan vario é insondable el
corazón humano, que no me arredraría hasta
afirmar sin vacilación que lo fué, aun cuando
pienso que debió haberlo sido. ¿Porqué, sin
embargo, persiste revolando sobre su tumba,
como ave siniestra, el rencor inextinguible de
gente que cuando Aiás hubiera él perdonado?
Muchos años de su vida corrieron en la capital
de Cuba bajo la mirada de los reyezuelos colo-
niales, sin que hubiera podido tachársele por
ellos de que alguna vez siquiera quebrantara
la ley escrita. Al contrario, apenas espiró en
humilde estancia, resonó por los ámbitos de su
parroquia el bronce triste y funéreo de la igle-
sia, mientras por todo el pais atribulado se ex-
tendió cual mensagera de dolor la palabra de
justicia que desde la altura del palacio vireal
proclamaba solemnemente «los méritos litera-
rios,» y las virf lides públicas y privadas (1) que
(i) Decreto de 2íí de Junio de 1862, del Gobernador general don
Francisco Serrano, disponiendo demostraciones de pésame por el
fallecimiento de Luz, que calificó un peninsular de «honores casi
regios»
— 10 —
^distinguieron» al hombre cuya muerte enlu-
taba tantos corazones. La noble actitud del
Capitán General mereció el reconocimiento y
los aplausos de los cubanos. Empero «irritó
alelementoespañoldelalsla.» (1) ParaólJo-
sé de la Luz Caballero no fué más que «el gran
perturbador y enenjigo» del dominio español
en las Antillas (2). Hoy todavía no falta quie-
nes mantengan en la Península la misma té-
sis (3). Hoy, como entonces y siempre, se re-
fieren á sus méritos con desdén, y se burlan de
sus discípulos por que en su entusiasmo lo han
comparado á Confucio y á Sócrates (4). Por
reacción forzosa y legítima, la isla de Cuba
responde con su veneración apasionada. Si ha
sido martirizado y escupido, siquiera en postu-
mo calvario de afrentas, merece la gloria, el
apoteosis; y que su imagen escarnecida y bea-
tífica se alce sobre los hombros de sus fariseos
como un signo de unificación espiritual para
los cubanos, como un apóstol y como un santo.
Y si á sus merecimientos personales no hubie-
se añadido el ansia de libertad, los sueños ríe
(1) Las Insurrecciones en Cuba^ por D. Justo Zaragoza. Tomo
II. pag. 98.
(2) Loe. cit.
(3) Historia de los Heterodoxos Españoles» por el doctor don
Marcelino Menendez y Pela yo. T^mo III, pag 715.
(4) Zaragoza;— Menendez Pelayo: loe. cit.— Francisco N. Villos-
lada: artículos publicados en Marzo de 1S63 en El Pensamiento
Español.
— 11 —
ventura para su patria, que seguramente se
albergaron en su espíritu, ¿quién puede mos-
trar otro hombre que sea, que haya sido mejor
que él? por que lo cierto es que raras veces se
aunan y armonizan tantas excelencias como
constituyeron su individualidad: el saber va-
riado y extenso, la noble mansedumbre, la ge-
nerosidad ilimitada, la inflexible rectitud de
carácter, el corazón piadoso, la alteza de miras,
el amor inagotable, la fé, la filantropía, el pa-
triotismo. . . • Así se le vé en su pais, al través
del recuerdo, y así se le perpetúa y se le ama
en él, de padres á hijos. Vivos están todavía
algunos discípulos suyos; son hombres madu-
ros todos ellos, han corrido por tierras y pue-
blos estraños, han estado en contacto con otras
razas, han estudiado y comparado, tienen ex-
periencia propia, espíritu amplio, y seguro es
que, aun cuando hayan alcanzado esa terrible
tranquilidad de ánimo en que se contempla con
melancólico desasimiento el humano afán, y
las grandezas, y los dolores, y se envuelven el
cielo y la tierra con una sola mirada de escep-
ticismo benévolo é indolente, alguno habrá que
lo recuerda como algo supremo, algo semejan-
te á un Dios humano, como un ser superior en
muchos conceptos á I os demás, imperfectos y pe-
cadores, que fuera encontrando en su camino.
— 12 —
A mí también— no obstante haber estado jun-
to á él fauando aun era yo demasiado niño, — se
mé aparece, entre tiernos recuerdos de la in-
fancia y llenando toda aquella época de mi vida,
con los resplandores de una magestad risueña
y paternal. Endeble de cuerpo, sencillo y pul-
quérrimo en el vestir, en el andar pausado,
absorto á menudo en hondas reflexiones, mi-
rando siempre con dulces y hermosos ojos ne-
gros, el rostro surcado de arrugas, la frente
alta y luminosa circuida como por un halo ce-
leste, de indecible melancolía, rodeado conti
unamente de amigos respetuosos, de jóvenes
y niños contentos, surge, en el fondo oscuro de
la colonia, como una dulce aparición, como un
buen genio tutelar.
Fué, con efecto, José de la Luz Caballero un
hombre superior; para sus paisanos un modelo
de hombres— al menos por muchos conceptos;
para alguno de ellos, el modelo masa cabado de
patriotismo «que en lo humano pudiera presen-
tarse,» Esta creencia generosa y legítima ins-
piró el único libro serio y completo que hasta
ahora hayan pubUcado los cubanos sobre la ex-
celente vida de su esclarecido compatriota. (1)
(1) Vida de D. José dt^ la Luz y Caballero^ por José I. Rodií-
guez.— Nueva York.— Imprenta de «El Mundo Nuevo. -La América
Ilustrada.»— 38 Park Row, «Times» BuildiDg, 1874.
— i3 —
I. — LA biografía.
Cerca de tres años hacía yá de la publicación
de la Vida de D. José de la Luz y Caballero^ por
José Ignacio Rodríguez, cuando la leí en New
York, en un ejemplar que tuvo la amabilidad
de dedicarme el propio autor, antiguo y queri-
do profesor mió. Pero, antes de conocer el li-
bro por mi mismo, habia sufrido la ijifluencia
del círculo de cubanos entre quienes vivía, los
que, á su vez, obedecían á multitud de circuns-
tancias que naturalmente habían de reflejarse
en sus opiniones todas, relativas á las cosas y los
hombres de su país. Así es que recorrí el libro,
si con vivo interés, también con un juicio ya
formado, y al cerrarlo y ordenar los elementos
de mi opinión, creia proceder libre y espontá-
neamente cuando, en realidad, solo repetía lo
que otros antes que yo más habían sentido que
pensado.
Un año más tarde, próximamente, hablando
del trabajo referido con un discípulo directo
• del gran educador cubano, le pregunté con
candor y probablemente con necedad: — ¿por
qué no escribe usted, para vindicar su memo-
ria tan maltratada? Su repuesta;— «por que no
tengo nada que decir y, por lo demás, la bio-
grafía me parece buena*— hubo de desagradar-
— 14 —
me sobre manera; pero devoró en silencio mi
sorpresa y mi indignación: no podía compi*en-
der tanta indiferencia, tratándose de lo que yo
consideraba entonces como la adulteración pe-
caminosa de una gran figura, del que habiendo
dejado de contarse entre los hombres, seguía
siendo, sin embargo, un guía, un símbolo; —
duca^ signiore e maestro.
Han pasado ahora trece años y he vuelto á
leer, varias veces con mucha atención y siem-
pre con tanto interés como antaño, un libro
que, al parecer, pocos conocen, pero del que
casi todos se permiten hablar mal. Es un he-
cho que maldiciendo tantos de ese esfuerzo li-
terario, y á la vez patriótico, ninguno, sin em-
bargo, se ha decidido á escribir la biografía
que estimen por más exacta, ni hacer otro es-
fuerzo más valioso y mejor, refutando, siquiera
sea de paso é indirectamente, los errores que
hubiere impreso José Ignacio Rodríguez.
Por decentado después de reposado examen
de la obra, aquel discípulo que tanta irritación
me causó, sin saberlo y sin quererlo, se me ,
apareció desde luego como uno de los pocos
hombres libres de espíritu que por entonces
tropezaron conmigo en el extranjero, á mi paso
entre los piios; aunque es de advertirse que
aquellos tiempos fueron denjasiado i^gitadospst
— 15 —
ra que se dejase oiría razón serena por encima
de las olas en tumulto.
He meditado sobre la biografía que escribió
Rodríguez, y, en mejores condiciones de áni-
mo, desvanecidas las prevenciones do otro
tiempo, puedo asegurar que, á mi juicio, pocas
obras se han inspirado en más amor y mayor
respeto hacia un hombre; aunque es justo el
reparo de que tal como el eximio cubano apa-
rece en ella, es muy dudoso que fuese el ejem-
plo más propio de seguir ó imitar en la ocasión
escepcional en que se le ofrecía á un pueblo
arrebatado en un torbellino, en que la acción
tenía que ser todo, lo mejor y lo único además.
El mismo escritorio dijo: «cuando los bárbaros
están á las puertas de la ciudad, preparándose
para entrar por ellas, ya no es hora de delibe-
raciones ó consejos» (1). Los bárbaros, para
Rodríguez, eran los revolucionarios en armas,
y en verdad esos precisamente necesitaban más
que de un Evangelio, de un fusil y de una car-
tuchera; un capitán antes que un maestro; un
Epaminondas ó un Viriato antes que un Sócra-
tes ó un Cristo.
El libro de José Ignacio Rodríguez, por la
antítesis de su contenido respecto á la época en
que so dio á la estampa; quizás también por Ja
(i) op. cit-rpag 305,
prevención general de que adulteraba la per-
sonalidad cuya vida intentaba referir y, pro-
bablemente, por ambas circunstancias reuni-
das, es el caso que se ha leido poco, ó cuando
menos que ha sido ineficaz para sustituir la
imagen que ha trazado, á la concepción que
el pueblo de Cuba llegó á forjarse, á la idea que
concibió y ha conservado amorosamente: —
un hombre ornado con todas las perfecciones
posibles dentro de la ingénita limitación huma-
ría? y q^6 fué, además, el primero en prever
un tiempo glorioso, así como el único capaz de
haberse consagrado durante el resto de su vida
á desearlo y prepararlo. Bien puede ser la una
semblanza tan fiel como la otra; porque José
de la Luz Caballero fué un hombre puro y fué,
también, un precursor. No soñó nunca, segu-
ramente, en perturbar las conciencias prepa-
rándolas para la acción inmediata y asoladora:
ansió, por el contrario, iluminarlas en la ver-
dad y serenarlas en la virtud, pero, al cabo, las
perturbó, sin embargo: regó por todas partes
gérmenes sublimes y fecundos de moralidad y
y de grandeza viril que habrían de desenvol-
ver-se en las almas y traer lógicamente un de
sacuerdo profundo entre la realidad y los prin-
cipios y, luego, una aspiración á la armonía,
tanto más grande cuanto más cierto y acen-
— 17 —
tuado fuese el contraste, y tanto más dolorosa
cuanto más difícil fuese restablecer el natural y
legítimo equilibrio.
La obra de J. I. Rodríguez tiene entre otros
méritos el de haberse escrito con materiales
reunidos, merced á no pequeña diligencia, des-
de una emigración y en circunstancias en que
era trabajoso y expuesto mantener correspon-
dencia con la isla de Cuba, donde estaban los
documentos que se necesitaban . Hay en ella ca-
pitules enteros, como el XVII, notabilísimos y
dignos de fijar seriamente la atención. En to-
das las páginas del volumen se siente palpitar
el corazón del autor, que es el de un cubano que
ama la justicia y las glorias legítimas de su
pueblo natal, y que arde todavía en afecto tier-
no hacia el hombre grande que retrata, como
si estuviese bajo el ascendiente real de su per-
sona; y del conjunto del trabajo se recibe una
impresión gratísima del educador, del maestro,
el cual aparece como un fenómeno extraño y
apenas explicable, pues lo será siempre positi-
vamente la existencia de un hombre tan bueno,
tan desinteresado, tan lleno de religiosidad, en
medio de la sociedad de su tiempo, incrédula,
irreUgiosa y materializada; y la aparición de un
pensador tan penetrante y tan sólido, donde casi
no existía ninguna trqidición (Je esfuerzo me ntal.
— 18 —
No quiere esto decir que el libro carezca de
errores: los tiene, y alguno de más ó menos
importancia según el punto de vista que se es-
coja; pero en lo principal, en las líneas genera-
les, el cuadro es exacto y bastante completo.
Hace ya algún tiempo que ha visto la luz una
nueva edición; pero se distingue de la primera
solamente por algunas notas.
Bien sea por desidia, bien por indiferencia,
acaso por que preocupaciones gravísimas han
ido cayendo sobre el corazón de los cubanos,
como menuda, pero continua lluvia de invier-
no, el caso es que lo único realmente no-
table, por la seriedad del esfuerzo, la ordena-
ción literaria y la soltura del estilo donoso y
abundante, que se ha producido hasta el presen-
te sobre José de la Luz Caballero es el interesan-
te hbro de José I. Rodríguez. Si «el maestro de
la juventud cubana» no fué tal como él lo pre-
senta, la culpa de que no aparezca en su ver-
dadero modo de ser, en su personalidad real
y efectiva, seria sin duda de los que no han di-
cho una sola palabra|después; sancionando con
su silencio lo que estimaron una impostura, de
que si nó fautores, fueron los cómplices por su
neghgencia, por su abandono y, quizás, por su
cobardía.
José I. Rodríguez conoció á José de la Luz
— 19 —
Caballero, íuó algún tiempo profesor de física
en su colegio, y la posteridad, por consiguien-
te, aceptará las afirmaciones impresas de su
libro cuando no quede ni la sospecha de que
produjo desagrado y aún indignación que, no
porque fueran más ó menos generales, dejaron
de mantenerse absolutamente inéditos.
II. — su JUVENTUD.
La vida entera de José de la Luz Caballero (1 )
es un ejemplo más de cómo cada hombre es un
compuesto, algo complejo y resultante de cau-
sas varias y diversas, un producto de la raza,
del compücado movimiento del pasado, y de
las circunstancias pecuhares que lo envuelven
y afectan desde que surge á la existencia. Na-
die, por consecuencia, puede desligarse de su
ser propio, ni de sus antecedentes, ni del medio
y el momento en que viene al mundo. El clima,
la historia, las ideas dominantes, la configura-
ción y extructura del suelo, mil causas ó rela-
ciones, morales y físicas, — evidenciando la ar-
monía íntima de la realidad, — se combinan por
ignoradas maneras y producen esa manifesta-
tación singular de la vida que llamamos <el
hombro, por lo que cada individuo sobre un
(1) José Cipriano de U Luz y Caballero.— NaciO en la Habana,
^\ 11 ae Jaüo de iW).— Hodrí^uez. Oo. cít.-rj>á;^ %,
— 20 —
fondo suyo atesora y combina otros infinitos
elementos, presentes y pasados, para devol-
verlos ó reflejarlos en la expresión sustantiva
de su particular persona. Así, el diamante y
el pedazo de hulla, que calientan ó brillan, no
son más que una transformación, que una com-
binación maravillosa de tierra, de vegetal y de
sol. Así, también, el alemán que medita hoy
—al lado de su jarra de cerveza y fumando su
pipa— sobre los grandes problemas del univer-
so, — en el fondo de un aposento moderno, — no
hace más en sustancia que reproducir, — un
tanto modificadas, naturalmente, — las mismas
ideas que otro medio muy diferente habia fija-
do con energía en el cerebro de aquellos aryas
que se despedían de la vieja Bactriana, ento-
nando los primeros himnos védicos.
José de la Luz Ggiballero vino á la existencia
con un cerebro modelado por largos siglos de
religión y metafísica. Fué el intermediario de
su elaboración esa raza sensible y exaltada del
Mediodía, capaz de grande heroísmo y de ar-
diente devoción, la raza de los formidables fia-
natismos y de los más tiernos creyentes. El me-
dio cósmico en que se desenvolviera fué este
clima tropical, este sol devorador, este cielo
encendido de Cuba, á cuyo influjo la fantasía
se tiñe de. los matices del iris, se enardece el
— 21 —
corazón, predisponiendo el espíritu para los
devaneos, el misticismo, y el cuerpo pronto de-
cae, desgastando sus resortes, ó invalidando el
entendimiento para los esfuerzos continuados
de honda y sostenida meditación.
Su natural,-^como si dijera, su esencia,— se
determinaba por el predominio casi absorvente
de la sensibilidad: el sentimiento, delicado, to-
rrencial, desbordante á veces, siempre inex-
hausto (1). Sus beneficios brotarán del cora-
zón; sus achaques provendrán de sus nervios.
Habrá en él un dualismo, la inteligencia sobe-
rana y el sentimiento excesivo, que acaso no
podrá armonizar jamás. Estas circunstancias
generales, junto con su primera educación,
pueden explicar aproximadamente su carácter
y toda su vida.
Robusto y fuerte de constitución, al punto de
sobresaUr en algunos ejercicios corporales,
gozó de salud y vigor hasta los cuarenta años,
poco más ó menos. Desde entonces, y por cau-
sa de sucesos importantes, y de su sedentaria
consagración al estudio, sus potencias físicas
fueron decayendo, no sin que forzosamente se
resintiera su inteligencia, y tomaran rumbos
diferentes sus meditaciones y sus ideas. Los
(1) ....«estuvo sngeto siempre & nobles y apasionados arran-
ques.»— AjTunte^ para la Historia de las Letras ^ y de la Inttruc-
ción pública de la isla de Cuba, por Antonio Bacbiller y Morales*
—Tomo in, p. 242.
— 22 —
sufrimientos, la naturaleza de su enfermedad,
un golpe rudo que descargó la muerte en su ho-
gar, desde entonces sin alegría, le acabaron
muy pronto, á extremo que cuando sólo tenía
cincuenta años, parecía haber alcanzado los
últimos límites de la ancianidad. Siempre afee,
tado, achacoso, naturales fueron el abatimien-
to corporal, la apatía, la imposibilidad de todo
grande esfuerzo. De ahí que no hubiera podi-
^ do nunca escribir una obra de extensas propor-
ciones. El período más floreciente de su vida
física, fué también, como era lógico, el de su
mayor lozanía de intehgencia y en el cual, por
eso mismo, pudo producir sus frutos mejores y
más sanos.
El momento de su aparición debió también
imprimir una huella en su carácter. La is-
la de Cuba, entonces, era sólo una factoría en
el trayecto de la Metrópoli al Continente ameri-
cano. En ambos hemisferios de la nación pesaba
sobre los pueblos el cetro de D. Fernando VII.
De vez en cuando y mientras era de hierro pa-
ra la Península, abría aquí, cual mágica vara,
fuentes de riqueza y prosperidad. Si bien iban
surgiendo pueblos en lo interior y por las cos-
tas, la vida de la isla, débil y descuidada, se
concentraba en la capital, que medio siglo de
contiendas con el extrangero y de depredado-
— 23 —
nes de piratas, habían-convertido en una enor-
me fortaleza. Las únicas importantes ocupa-
ciones que se ofrecían en general á sus mora-
dores, eran el comercio y el foro, la milicia y el
sacerdocio. España entonces, para la inmensa
mayoría de los cubanos, era la Madre Patria.
Por causa, unas veces del atrevido bucanero
y, otras, del inglés ó del francés, habíase visto
al hijo de Cuba identificado con el de España en
los mismos peligros y los mismos intereses.
Sin perder su carácter local, el cubano estaba
siempre resuelto á la defensa de la bandera
metropolitana que más de una vez sirvió de su-
dario de guerra á los que, aquí ó en otras par-
tes, por ella combatieron con denuedo. Por
espacio de un cuarto de siglo, mientras España
se desmembraba á pedazos, Cuba mereció real-
mente el dictado de «Siempre fiel.» Sus hijos,
como los de Aragón, por ejemplo, eran simple-
mente provincianos de España, españoles de
ultramar. Esto duró, con más ó menos pro
piedad, hasta el año de 1837, que inicia una
nueva era en la historia de la mayor de las An-
tillas. Respiróse, pues, durante todo ese tiem-
po, en una atmósfera de mutua confianza, de
igualdad política, al menos en la práctica, de
paz moral.
¡base desenvolviendo el alma de José de la
— 24 -
Luz Caballero bajo esas .benignas influencias.
Formóse al calor de un Estado más ó menos
protector, pero no resuelta ó hipócritamente
enemigo todavía, y á la sombra benefactora de
la Iglesia. D. José Agustín Caballero, tio ma-
terno y primer maestro de José de la Luz
era sarcedote; D. Antonio de la Luz, su padre,
uno de los jefes de la milicia. La santa mujer
que fué su madre (1), matrona severa, aun-
que dulce, era también muy sumisa á la Igle-
sia Católica. Crióle con amor entrañable y de
ella recibió, como primeras impresiones, de
esas precisamente que se graban para siem-
pre en el espíritu, ejemplo vivo y constante de
virtud y santidad.
Comenzó sus estudios en el Convento de San
Francisco, donde fué su maestro de filosofía
otro sacerdote. Fray Luis Gonzaga Valdés. En
la Universidad, entonces Real y Pontificia, si-
guió un curso de <texto aristotélico», y estudió
leyes en el Seminario de San Carlos. Así llegó
á los veinte años, en que se graduó de Bachi-
ller en leyes, siéndolo ya de filosofia, y no sin
haber estudiado los sagrados cánones y la teo-
logía, bajo la dirección del Padre Caballero.
Inclinado al claustro desde temprano, educa-
do en un medio perfectamente religioso, pensó
(1) Doña Manuela Caballero.
^
— á5 —
hacerse firaile de laOnícnd^i^ v%u Kmuoííü^Hn \^
en este propósito, desenvolvió í^u nwtut^^l^^rt
humilde y sencilla, llegando á In oxliH^inítlrid d^
someterse á mortiflcacionos oorpomdr^N. WpÚp-
re su ilustrado biógrafo (1) quo «nuiolmN vm»iiN
en su primera juventud oxponínNo A \m ñ'\m
vientos del Norte» para ondiirGC/or hh m^vpay
dominar su organismo, do i^íiioj uwiUi n\m i^^-
gun se cuenta Sócrates, con qul^n m l« lítt
comparado en otras conm nin (sxmiííwí ^ pf^nf
tampoco con demasiada yjol^m/y'ía, f/m ífíiítií oh
jeto andaba descalzo m h má.^ (^wío fpú íw-
Tierno. Resciríó \nego h^^^^^rm d^í(0 y ttf/^
ordenado de meoore^; p^n> ^^rt ^í ^\ir^^1m^/f
Tígüs^, f»ft ^ eábo miñ^rrj^ m ^M^ m ^ ^^
fesBÜQ» agí Bw t^Sáéítm^ (^ te m^t^i/^yv 44 lí^ ^
ftfeuaiié£ fiJiÜí^ ^diu>^ te te^í^ví^ tefiíVí*,
15» íñmiínii' g#sr í*mn^<^^ ¿''^ 7 4tv te :4/^^h*;;^
^
-26-
bien, tras varias fluctuaciones, ahorcó los há-
bitos, ya su carácter estaba definitivamente fi-
jado. Naturaleza afectiva, de imaginación des-
colorida por el ascetismo y la falta de paisaje
en aquella juventud encerrada en el convento
ó en el seminario y entregada á áspera vida y
rigurosas meditaciones de iglesia, la exalta-
ción de su raza y el sol de su patria habían de
inflamar su sangre, más no para la poesía, ni
para el arte, ni menos para la acción enérgica
y decidida á que no le impulsaba su natural
manso y pacífico, sino para el amor evangélico
á sus semejantes y para las obras de bien y ca-
ridad. Aquel medio, esa educación eclesiásti-
ca, los hábitos de religión, la erudición clásica,
el comercio constante con Aristóteles, Melchor
Gano y los Padres de la Iglesia, el latin como
vehículo universal, la disciplina del claustro,
el aire beatífico que nutria sus pulmones en la
casa paterna y en la escuela, la devoción y la
austeridad de su madre, aquel tiempo pro-
saico, sin el movimiento y la flexibilidad más
amable de hoy, y que parecía por lo mismo
convidar á las naturalezas apacibles al retiro
y á la meditación tranquila, — todo eso junto
imprimió en su corazón y en su inteligencia un
sello inalterable,— fué el molde en que tomó
forma permanente su personalidad singular.
Sobrevendrán cosas nuevas v ruidosas, recibirá
otras impresiones diferentes, aparecerá más
de una vez modificado; pero todo ello será pa-
sajero, y accidental; contracciones más ó me-
nos livianas que al caer de nuevo dejarán ver
siempre firme y siempre el mismo, el granito
inmutable de la base. El raudal de sus senti-
mientos le hará fácil, elocuente y aun fogoso
orador; pero conociendo á fondo su lengua,
aprendida en los mejores maestros, en ese Cer-
vantes, sobre todo, que para él era una pana-
cea, jamás será un escritor, un artista de lapa-
labra el que por natural inclinación solo estaba
llamado á ser artista de caracteres v ambicio-
naba el noble privilegio de ser creador de
hombres para su patria. El silogismo esterili-
zador será, aunque sin demasiada crudeza y
templado por su facundia, la forma común de
su expresión clara, diluida y sin gusto. Guan-
do quiera exponer, su método será escolástico:
en vez de la lección metódica y seguida, opta-
rá por la árida exégesis, por el penoso comen-
tario. Su manera escolar y su fantasía atrofia-
da le impedirán ser un verdadero escritor, á
j)esar de su gran talento, de su saber sóliílo y
de su real profundidad.
Examínense sus producciones y quedará con-
firmado lo que acabo de expresar. Kl discurso
— 28 —
en elogio del gran orador Escobedo (1) es el
reflejo de su condición, amorosa, ardiente, ex-
pansiva, sentimental. Está cundido de interjec-
ciones: los signos ortográficos más usados, usa-
dos con profusión extraordinaria, son el de ad-
miración y el de interrogación. Sus discursos, y
ese discurso, son expresión fiel y cabal de gran
sensibilidad, de sensibilidad excitada; respiran
el candor de su alma, la ternura menos conte-
nida, en párrafos hermosos, redondos, solem-
nes, como párrafos de Jovellanos. Pero resulta
inferior su forma cuando escribe, por carecer
del donaire y la gracia, de la soltura y ese no
se qué inefable que de las pcoducciones del que
emplea la pluma como instrumento, lo mismo
que del que emplea el sonido musical, ó el bu-
ril, ó el pincel— hace las obras de arte.
Parece que en sus mejores tiempos de pro-
ducción, hacia este mismo efecto en los que
pudieron conocerle. Un viajero español que
vino por entonces á la isla decia lo siguiente:
«El Sr. D. José de la Luz Caballero es el litera-
«to de más prestigio en la Habana; pero creo
«yo que le conviene más el nombre de sabio
«que el de literato. Sus escritos suelen sor pro-
fundos; pero demasiado escolásticos. Al tra-
svés de sus vastos conocimientos, especialmen-
(1) Rodríguez.— Op. cit.-pags. 107 & il8.
— 29 —
4cte filosóficos, se trasluce un mal gusto de
^dicciórij que quita parte de valor ai conjunto.
«Algunos artículos de filosofia insertos en el
<íi Diario de la Habana revelan un profundo sa-
«ber; pero la controversia es de aula, y la
«personalidad del impugnado, un medio de de-
«fensa poco lógico (1). Nos parece que el señor
«de la Luz es demasiado buen maestro para
ser grande escritora (2).
He expuesto, como quien dice, los cimientos
de aquella personalidad, y no creo fuera de
propósito preguntar: ¿esas células cerebrales
que por tanto tiempo y sobre una apropiada
conformación étnica almacenaron aquellas pri-
meras impresiones, serán capaces de recibir y
conservar otras nuevas que modifiquen radi-
calmente el estado subjetivo que ha llegado á
producirse? Esto que me parece imposible, de-
be tenerse presente para poderexplicar un fenó-
meno curioso de reversión al pasado en el espí-
ritu de José de la Luz Caballero, y que justifica
por qué, andando el tiempo, por el año de 50,
próximamente, un distinguido extranjero que
(1) Con efecto, trató duramente a Cousin, por más que no des-
conocía sus grandes méritos. A los eclécticos !• s llama «mengua-
dos»,«novelistas8», «superficiales». «delirantes» A sus afirmaciones,
ya hipocresías literarias»; ya «artimaü-is despreciables», ya «pero-
irruí iadas», etc. I/>s ecléticos eran & sus ojos *ptut cleros de la
ciencia: sus escritos de impugnación muestran el predominio del
sentimiento. Al pensar, pensaba y sentía á un tiempo.
(2) Viajes de D. Jacinto de Salas w Quiroga.— Isla de Cuba.—
J'om » I— Midrid.— Boir etlitor— Impresor y iibr^ro Calle de Ca-
rretas, nüm. 8.— iSiO.-rpáys. i80 y 187,
— 30 —
conversó con el en la Habana, tradujo la impre-
sión que le había causado, diciendo en breve y
atinado resumen: es un benedictino^» (1).
Se encontró al nacer formado yá el sistema
de lo que llama Taine <las representaciones,»
(2) en el individuo. En ól ese «sistema» era la
concepción general del mundo que se denomina
«catolicismo». Los primeros veinte años de su
vida fueron empleados en afirmarlo y gravar-
lo profundamente en su espíritu, concurriendo
todos Los elementos internos y exteriores á ese
único fin, en la más estrecha y perfecta armo-
nía, es decir, con fuerza incontrastable : su pro-
pia casa, sus maestros, el aspecto mismo y el
carácter de su ciudad natal, las fuentes de su
cultura, la lengua de sus estudios. Toda la apli-
cación de su actividad mental, en otras condi-
ciones, por causas de sus viajes y de nuevas
lecturas, es decir, bajo las ulteriores influen-
cias, habrán de tender por fuerza á destruirlo
en todo ó en parte, probablemente sin lograr
otro resultado que modificaciones más ó me-
nos profundas ó más ó menos instables. En el
fondo de su ser siempre vivirá el religioso es-
píritu incubado en el regazo de una piadosa
mujer y modelado en el seno de una iglesia
(1) Rodríguez. Op. cit. pag. 12.
^ (2) H. Taine.— «Histoi re de la LitteralureAnarlaise», 1877, tom^
l.Mntroduction, pag. xrx. ** 9_ , ? , vm^
- 31 -
dogmática. Debió sentir, en consecuencia, agi-
tación y sacudidas durante su estudiosa ma-
durez. El fraile, el sacerdote, serán más mun-
danos, se convertirán en el educador seglar;
pero por aquel cerebro habrán pasado varias
concepciones del universo y de la vida, y por
aquel corazón habrán pasado también las tem-
pestades de la fé conmovida, la angustia pa-
tética de la verdad que se abandona á pedazos,
la tristeza de la verdad que se impone brutal-
mente sobre las ruinas de viejas y consoladoras
creencias. ¿Qué queda al cabo en ese campo
asolado por la electricidad de las ideas? En él,
de seguro, había un pensador, un filósofo; pe-
ro, acaso, no pudo dejar nunca de haber tam-
bién un teólogo, un creyente. El predominio
de uno de entrambos aspectos será provocado
por un factor importantísimo, — su salud, su
fortaleza física.
Con las condiciones propias y las excepcio-
nales facultades de su individualidad, es fácil
comprender que será un patriota ardiente sin
ser jamás un revolucionario; que nadie le igua-
lará como maestro (1), ni tampoco le superará
nadie como hombre. Pero será invariablemen-
te el hombre de sus circunstancias, el produc-
to combinado de ellas y de la la educación que
(i) ... «el Sr Luz no tiene rival en el magisterio.» D2 la, Filo-
sofia en la Habancf,^ por D, José Manuel Mestr^.-^p. 51.
— 32 —
había recibido, la resultante del sesgo inicial de
su espíritu, del medio en que fué formándose,
del momento en que alcanzó su desarrollo com-
pleto: fruto extraño y magnífico de un periodo
de tránsito, en que sobre un fondo antiguo vi-
nieron sucesivamente á injertarse elementos
más modernos. Provinciano ó colono de Espa-
ña, al principio conforme y tranquilo; después,
como los demás, desposeído y rebajado de su
primitiva condición, y aleccionado por los acon-
tecimientos ulteriores, sin el antiguo sosiego y
descuidada despreocupación, más sin las nue-
vas impaciencias; — sin la fé ortodoxa y ex-
tricta de la primera juventud y, en la edad pro-
vecta, con un sistema de filosofía mezclado de
elementos extraños, porque siempre abrigó
una creencia religiosa más ó menos recrude-
cida y exaltada al compás de su debilidad cor-
poral,— era, en resumen, un pensador de ge-
nial y sorprendente penetración, acercándose
á ocasiones á los linderos más avanzados de
la filosofía, al punto de parecer un moderno,
un colega y coetáneo de Spencer ó de Wundt;
pero comunmente amalgamado con el religio-
so primitivo; algo así como un hombre de la
primera mitad del siglo XIX vaciado en un
hombre de los últimos dias de la Edad Media;
uno de aquellos sabios del Renaciniieijto que
— 33 —
parecían llevar dentix) ilo sí iKvs íUiuí\vH ri-
vales, pues que eran a la vo/ oxptM*huoulatlo--
res y creventes, observadores v nu»lÍooMi--v
cuyo constante esfuerzo so onoanunalm A oblo-
ner la conciliación de los oxlronioH, la ootnpn*
netración de elementos opuosioH, laariuonía
de la razón y de la fe, de la (íronncúa ,v dn la
ciencia (1).
III.— UN INFORMK Y í;N TKXTO,
1
Innecesario, y muy candado, %f\rUí n^n\M(
en sus viajes por losEstado» TTn}do<t y KiíV(f¡ffu
de 1828 á 1831 • Rio^ viajf^, y )(i^ ^(ii^ hty/f H-
rios años despueíí, eírtiivíoronf fiUímfifU^ d^.
aTentaras Bterarias (2), íhit^tífA ^áVa ??a r^^>
lacíonó con hombn^ ^mment^A^ ^a, h^yy í^/.n
coasiáenñm como v^(^Tt\^(\(^rpf<^ c-Al^.hririíitci^^^ ^ v
faé úempK mAn rpie un 7í^j(^6 ^^nrl /*><?/*>, rvrt
estiiífiaiiteobserT^ador/mtMíí^íihlA, í^]>mv<Mb?^-
do 7 m.Ti7 intrépido. A.^mtíí') 4 ^.nrHA<í pnhlí^Ar,
oyó en sus ^tolr^ ¿ Cnv>,r / ^í Vfií^l)4]<^,^: ^o
ínfonnd con ^n ^castumhr^^dA ^*^Ja / '^ax) y^-
"♦AlilosA^ (ipItiMH cfiniwpnA i'<*Híf}A<írv ,»f<>Mr> /r> e^« f*nr*fi'í^w
lili ObfWTTttfeOPtn mnV^Mlor- -rt l>>>rttioM^ »-, "•>/'Jil'rt-.- ♦f>«/-.i^,'
— 34 —
triólicas miras del estado y circunstancias de
las escuelas americanas ó inglesas; visitó las
minas de plata de Silesia; escudriñó en las rui-
nas de Herculano y de Pompeya; subió más
allá de los últimos descansos donde se detenían
los más animosos, en las montañas de Escocia
y bajó hasta mil pies en el cráter del Vesubio.
Mores huminum multorum vidit et urbes.
Antes de su vuelta á Cuba hizo imprimir su
traducción con notas del Viaje por Egipto y
Siria^ de Volney. De regreso en la Habana
unió sus esfuerzos al de los que en la Sociedad
Patriótica se empeñaban en ilustrar y fomentar
el bien del pais, creando escuelas y mejorando
las que ya existían (1). Por ese mismo tiempo ha-
bía aparecido, bajo los auspicios de aquella cor-
poración, un periódico notable, la Revista Bi-
mestice Cubana^ que poco después de su funda-
ción dirigió José Antonio Saco. En ella, en el
Diario de la Habana y en las Memorias de la
Sociedad publicó José de la Luz Caballero artícu-
los varios y algunos informes (2). Notóse en la
capital un movimiento intelectual hasta allí des
conocido, al que Luz contribuyó en proporción
muy considerable. Dirigió particularmente su
atención á cuanto se relacionaba con la ense-
ñanza y aprovechando aquellas favorables cir-
(
(1) Bachiller, op cit-ps. 245 y 2ii,
(?) Rodríguez.— Op. cit. p. 4S
— 35 —
cunstancias, proyectó fundar un colegio con el
nombre de El Atenro (1),
Desde que llegó á su pais, con el caudal de sus
nuevos estudios y variadas observaciones, ha-
l)ía sentidovivísimo deseo de aplicar las mejoras
que conociera examinando prolijamente la ins-
trucción pública en los Estados Unidos y en
la Gran Bretaña, y de introducir en la ense-
ñanza primaria las reformas que Várela inau-
guró en los altos estudios. En presencia de la
profunda y universal desmoralización de la isla
crevó encontrar un medio eficaz de combatir
los males públicos, en la educación de la niñez
y en la cultura del pueblo, y así, arrastrado por
su natural vocación y su patriotismo inteli-
gente y generoso, desde aquel momento se pro-
puso, en unión de sus colegas de la Sociedad,
formada por un 'grupo de varones desinteresa-
dos, sacudir el marasmo de las espíritus y le-
vantar el abatido nivel moral.
Creía que la vida era algo serio y que el
triunfo y la felicidad dependen del carácter, de
la virtud y de la vi^rdad: vio por dó quiera os-
curidad y miserias: la abyección social engen-
drada por la esclavitud; la despreocupación
brutal, respecto á los mejores intereses huma-
nos, los intereses morales, desconocidos ó bur-
lo Ibideiu.— P. 63.— Bjchiller, op.— cit p. ííi;i
— 36 —
latios en el hartazgo do riquezas iVicil ó inícua-
iiiente amontonadas, y — como consecuencias
letales — los vicios revolcándose en su fondo si-
niestro de vergüenzas y miserias. <lIomhres
más bien que académicos — exclamaba en su
angustia — 6^^ la necesidad de ¡a época^y^ y con
tan noble inspiración de la verdad, escribió el
iamoso hvforme sobre el Instituto Cubano^ que
denota la influencia que ejerció sobre su espíri-
tu el manejo continuo de las obras del que consi-
deraba <cun hombre de Plutarco» y llamaba
nuestro inmortal Jovellanos.
El Instituto debía ser una es|)ecie de Escue-
la General de Artes y Oficios y una Escuela
Normal. Su múltiple misión íiabia de consistir j
en «abrir nuevas carreras á la juventud de
«nuestra patria condenada á consagrarse ex-
«clusivamentealforo, ala medicina, ó ala hol-
«ganza; difundir los conocimientos químicos
«para [)erfeccionar la elaboracií'm de nuestros
«frutos y aprovechar nuestras ventajas natu-
«rales; facilitar la adquisición de luces para to-
«da empresa que descanse en las nociones de
«las ciencias físicas y matemáticas; abrigaren
«nuestro propio seno, sin necesidad de mendi-
«gar al extragero, hombres capaces no solo de
«concebir sino de egecutar grandes planes aun
«en sus últimos pormenores; mejorar algunas
— 37 -
^profesiones de las existentes ppoporcionándo-
'•cles otros datos de que lian menester para pro-
'•cgresar; fertilizar el vasto campo de la educa-
'«ción, ofreciéndole más idóneos cultivadores;
«contribuir al adelantamiento de lasarles libo-
erales y mecánicas entre nosotros» (1). Es
decir, formar maestros y hacer hombres, co-
mo la manera más prudente y viable de dar
satisfacción á los reclamos imperiosos deL tiem-
po. El proyecto de José de la Luz Caballero no
llegó, por supuesto, á realizarse, que tal acon-
tecía casi siempre en la isla; pero se le díó la
dirección de un colegio, el de Carraguao, cuyo
nombre era ^Son Cristóbal, donde estableció
y regenteó cursos de filosofía, desde [H-Vi (2) y
fundó una clase con el nombre d^- Comj/^jj^i-
Clon (3).
Tanto allí como en algunas clases partícula-
res, aplicó á la enseñanza de los niños el //í/í//>-
do expUcatiro; mientras comunmente se pr^c-
ticaba el mi'trio '> bnc^asteri^no «4 ,
0í «Ef^ tíbxü^ dátíLA Ó^ ^xs^y/kijfx^^jíi^ í'¿^ Í>.j»'t4>4* y *^^^i4»
— S8-
Era su vocación tan decidida que desde el
año 1831, apenas llegó de Europa, visitólas
escuelas de la capital y asistió á sus exámenes
públicos con interés que fuera pueril sino hu-
biera sido tan notablemente inspirado en pro-
pósitos de reformas provechosas y urgente-
mente reclamadas por las circunstancias. Por
tal manera de inquirir la condición de la ense-
ñanza pudo convencerse del lastimoso estado
de la instrucción, déla faltado precaucioné
idoneidad en los profesores, de los extragos de
la rutina y, sobre todo, del funesto abuso de la
memoria (1). Se enseñaba entonces por todos
lados como se enseña hoy en las ínfimas escue-
las de barrio. Su propósito más vivo, como era
de esperarse, fué combatir ese sistema, que
consistía precisamente en no tener ninguno. En
lo sucesivo procuró siempre hacer comprender
que el magisterio no era un oficio, ni siquiera
una profesión; sino un apostolado (2), un sacer-
docio (3). Así se comprende la complacencia
con que, más tarde, leyó en un libro america-
no (4) y la comunicó al púdico, la expresión
(1) Bachiller, Op cit. p. 243.
(2) «Espinoso apostolado es la enseñanza que no hay apóstol
sin sentir <a fuerza de la verdad y el impulso de propaf^arla.» Esta
proposición suya sirvió de tesis á un discurso leído en su nombre
por uno de sus discípulos, me parece que fué Jesús Benigno Gal-
ve/.
(3) . «Dios la formó para maestro de sus compatriotas, y esa
niisióa DO era renunciable porque la traía impresa en el corazón
que era todo amor para los suyos v {generosidad para los demAs.»
— Ha( hiller.— id.— p. 245.
(i) su autor, Baynard R. Hall.
^ —39 —
cié su propio y particular altísimo concepto de
la enseñanza, la creencia sincera de que — co-
mo el poeta, como el músico, como el pintor—
el maestro es también un artista y, acaso, el
más divino de los artistas; porque, como él lo
pensaba, «si Miguel Ángel crea el Moisés, si
Shakespeare crea el Hamlet, el maestro crea
un hombrea (i)- . ♦
No me decido á creer que la obra que escri-
bió por aquel tiempo, con el título de « Texto de
Lectura graduada 'para ejercitar el método
explicativo ^-i^ (2) fuese en realidad útil y ade-
cuada á su objeto. Es un tomito de 104 páginas,
del que apenas por rareza se conserva algún
ejemplar. Mézclanse en él, sin gran concierto,
admoniciones y consejos, diálogos infantiles,
versos generalmente malos, y fórmulas cono-
cidas, con relaciones de historia bíblica que pa-
recen páginas arrancadas á la obrita del abad
Fleury. Ese ensayo debe no obstante j uzgarse
más por su intención que por su valor real;
(1) «Es idea que he visto apuntada en un libro americano, y a
poco que meditéis sobre ella, convendréis conmigo en que tiene
mucho de verdadera »— Estas son frases de un discurso que hizo y
leyó, en su nombre, E. Piñeyro, en 1860 ó 1861. Las cito á la me-
moria, y así no respondo de la exactitud de todas las palabras.
«Hasta aquí —dice en otro luffar aquella oración— liemos visto
confundirse ambas profesiones (el artista y el educador;) pero si
damos un paso más adelante, veremos elevarse la primera (el edu-
cador) sobre la segunda, quantum, lenta, solent ínter viOutma cu •
pressi.yp
(i) Texto de Lectura graduada para ejercitar el método expli-
cativo. Libro 1."— Habana. Imprenta del Gobierno por S. M.— 1833.
Yo poseo uno, en buen estado.
— 40 —
acaso siendo su ilustre y sapientísimo autor el
maestro que lo usara, los resultados debían ser
muy halagüeños (1); pero en manos menos fuer-
tes y expertas que las suyas no debía producir
los mismos frutos. Escrito para poner en prác-
tica el método explicativo, no me ha sido dable
comprender la elección y distribución de las
materias que encierra, ni mucho menos có-
mo mediante el podria con éxito aplicarse aquel;
pues que á cada paso s^e tropieza con expresio-
nes como las siguientes: — «Dios manda salir
el sol, y le manda ponerse.» — «El es quien
hace caer la lluvia y el rocío para mojar el
suelo, y á su arbitrio se pone seco». — ^Hora
manda al árbol que se vista de hojas, y dentro
de poco mandará á las hojlas que se marchiten,
que caigan, y que el árbol se quede desnudo».
—«El hizo al pobre lo mismo que al rico.» — «El
os dio vida, y aumento, y casa donde vivir»—
«Todos los que se mueven sobre la tierra, son
suyosi> .-^En él viven y se mueveny> (2). To-
das estas frases en que hay una mezcla extraña
de teismo y panteísmo, y que harían embara-
zosa y acaso imposible la explicación, sorpren-
(1) Con ese método, y la acción poderosa que ejerció en Ca-
rraguao, levantó a grande altura aquel famo«o colegio fundado
por un peninsular ilustrado y enérgico, D. Antonio Casas y Re-
inoii. Kl prospecto del establecimiento, citado anteriormente, pu-
diera luber sido redactado bajo la inspiración de Luz. En algunos
Pfisujes hay ideas suyas; pero generalmente no est& escrito en es-
tilo que haga sospechar que fuese Luz e| autor.
(•¿) Texto pagmas 10 y 11. |
— 41 —
den en un pensador que tanto recomendó des-
de temprano el estudio de las ciencias natura-
les, (1) que tanta importancia dio luego al de
la física y que llegó á ser un preconizador apa-
sionado de la observación y de la experien-
cia (2).
Pero es más de admirar aún la recomenda-
ción siguiente, dirigida á los niños: «Así que
podáis leer el Catecismo debéis hacerlo, y ha-
cerlo muy amenudo^ (3). Tres renglones más
abajo, añade: «Ni basta leer, si no traíais de
comprender lo que leis, y de conservarlo en la
memoria» (4). Hay que recordar que para él
«el método explicativo se reduce á hacer dis-
cunv'r á los alumnos sobre cuanto leen, expli-
cándoles pa/aJra por palabra según vá siendo
necesario paraba i7iteligencia del discurso» (5).
Me asalta ahora un recuerdo oportuno. Yo era
sustituto, en el Colegio del Salvador, allá por
1865, de la primera clase de Religión, en que
se enseñaba la doctrina Cristiana por el Cate-
cismo de Ripalda. Un dia me avisaron para
dar clase, porque el profesor estaba enfermo.
(1) Rodríguez. Op. cit pftginas 75 y 76-
(2) Obtuvo líceDcia del Gobernador Capitán General D. Maria-
no Ricafort para fundar un colegrio. «y la pidió por separado para
una cátedra de química en l.*de Enero de 1833.y>—á\ce Bachiller,
op. cit. pag. 243.— Es docir, el mismo ano on que píiblicó el Texto
ile lyecttira.
<3) Texto, pag, 31.
(4) Id. nag. 31,
(5) Rodríguez üp. cit pág. 59.
— 42"—
Correspondía, como materia, un repaso gene-
ral: hice colocar sobre la mesa todos los libros
que los niños teman en las manos y lance la
primer pregunta al que tenía más cerca de mí:
¿quién es Dios?— La respuesta fué instantánea:
«La Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espí-
ritu Santo: tres personas distintas y un solo
Dios verdaderoy>. Por mi parte, volvía pre-
guntarle al que había contestado si compren-
día lo que acababa de decir, y, naturalmente,
me replicó que nó, y así mismo manifestaron
todos los alumnos. Me encontraba, pues, en
un verdadero aprieto para ejercitar el método
explicativo. Es verdad que el mismo Pico de
la Mirándola, que se sentía capaz de contestar
satisfactoriamente á tantas dificultades, se hu-
biera hallado tan perplejo como yó, en esa in-
tricada cuestión de historia eclesiástica. Tomé
entonces el partido mejor, que fué dar á enten-
der, guardando en lo posible la buena forma,
que toda aquella fraseología era sencillamente
un monstruoso disparate. Más fué lo peor del
caso que me vi, por la lógica de las cosas, como
forzado á decir lo que debía entenderse por esa
palabra de «Dios». No merezco la calificación
de inmodesto si declaro que mi explicación no
fué del todo mala, pues que manifesté, sin
ahondar demasiado, cosa que, por otra parto.
— 43 —
ffle hubiera sido imposible, que Dios era una
concepción humana, una idea, que pueblos, ra-
zas, hombres— según sus condiciones, natura-
leza, carácter 3^ otras mil circunstancias, — se
forjaban de muy diferente manera. Agregué
algo más, también de mi cosecha, y resultó
({ue, separado de tan grato entretenimiento no
más que por un tabique de madera poco eleva-
do, el Director del Colegio pudo enterarse del
empleo que yo hacía del método explicativo, y
desde aquel momento dejé de ser el sustituto
de la clase de Religión.
Lo cierto es que cuando se inculca á la niñez
una sínte^s, una concepcicin total del universo,
es muy difícil luego modificarla, sin peligros y
sin desgarramientos; y rara vez, si alguna, se
logra estirparla de raiz. El Catecismo es una
fllosofia, toda la filosofía cristiana, mezcla hí-
brida de multitud de sectas y sistemas, en que
hay ideas, como esa idea capital de Dios, que
resultan de su misma definición, ininteligibles;
una síntesis verdaderamente absurda, que al
formar la base de la educación divide más ade-
lante en dos porciones la vida mental, perdién-
dose un tiempo precioso y grande esfuerzo,
durante la segunda mitad en ir refutando y des-
truyendo la primera sin conseguirlo completa-
mente, sino por excepción; por cuyo motivo.
— 44 —
y el mismo José de la Luz Caballero es un
egemplo convincente, se convierte el hombre
en una dualidad lastimosa, y la existencia en
algo como la tela de Penélope, al fin de la cual
se apodera del ánimo las más de las veces el
estéril excepticismo, la triste indiferencia; ó
cae en la siniestra congoja que puso Goethe en
el alma, vaga y perennemente atormentada,
de Fausto.
Pero, á los 33 años, edad en que redactó el
texto de lectura, José de la Luz Caballero era,
en el fondo y bajo el punto de vista de sus
creencias sustanciales, el clérigo de veinte
años; aquel mismo hijo de San Francisco que
proyectaba renunciar al mundo y encerrarse
por siempre en una celda.
IV.— EL MORALISTA.
Un hombre tan sensible como José de la Luz
Caballero, no podía ser indiferente al bello se-
xo; al contrario, alguna de las resoluciones
más graves de su vida debiéronse, según refie-
ren amigos suyos, á influencias femeninas (1).
Por el año de 33 contrajo matrimonio con una
hija del célebre Dr. D. Tomás Romay. Enton-
ces Luz Caballero era uno de los elegantes de
(1) «En una de esas rápidas determinaciones, inexplicables pa-
ra sus amigos algunas veces, se propuso viajar por los principa-
les paises del mundo». . Bachiller, op. cit.— p. ¿4:¿,
— is-
la Habana. Sus hábitos de cscru[)iilosa y estre-
mada limpieza fueron los únicos que conservó
hasta su muerte, de su vida de joven presumi-
do y de moda. El año de 34 le nació su única
hija María Luisa, el encanto de su existencia,
y cuya pérdida decidió un aspecto nuevo de su
inteligencia.
En 1837 el régimen político de Cuba cambió
radicalmente. Las Cortes Constituyentes de la
Monarquía hicieron la innovación desastrosa
que un escritor llamó «inmortal injuria» (i).
La España de los Sancho y los Arguelles esta-
bleció en la isla, en forma realmente revolu-
cionaria, un nuevo sistema, cuyo Código fueron
la Real orden de 25 de Abril de aquel mismo
año y la de 28 de Mayo de 1825. — Cuba, desde
entonces, «quedó sometida sin defensa al sable
de los Capitanes Generales» (2).
Luz abandonó la enseñanza y se recibió de
abogado en Puerto Príncipe (3). Pero el foro
estaba demasiado corrompido, por lo que «su al-
ma de armiño» no pudo resistir la pesada atmós-
fera y renunció precipitadamente al ejercicio
(le abogado apenas lo inició» (4).
(1) España y Cuba. Opúsculo impreso en Ginebra' en 1S76, pA-
gina 5, y cuyo autor fué D. José S. Jorrin.
(2) Frase de un articulo de Antonio Zambrana, de 1S71.
(3) Rodríguez. Op. clt. pftg. 91.
(4) Morales Lémus y la Revolución de Cuba Estudio Hiato r i'
co por Enrique Hiñeyro.—New-York. 1871. -rPág^. 13.-^Bf^cliUler'—
op cit. p. íi^-^Rodriíjuez;.— op. cit. p, 9^
— 46 —
Consagrado de nuevo al magisterio, dio cla-
ses particulares en su casa y, gobernando el
habanero D. Joaquin de Ezpeleta, sucesor de
Tacón, obtuvo— en 7 de Setiembre del año
1838— licencia para fundar una cátedra de Fi-
losofía, que se instaló en el convento de San
Francisco (1).
Gozaba ya de alto concepto en la Habana co-
mo maestro de filosofía. En 1834 había funda-
do, gracias á las gestiones de D. Francisc
Arango y Parreño, cubano prominente que ^
la sazón desempeñaba el cargo de Comisari
Regio de Instrucción Pública (2), una cátedr
de Filosofía «con validez académica», en el co-
legio de San Cristóbal, de que era director. Ba_—
chiller y Morales aseguraba que la aparición
de su Elenco señaló «una época en el movi-
miento fílosófíco del pais» (3), y así mismo lo
declaró otro profesor, D. Manuel González deJ
Valle (4). Por estos motivos su clase del Con-
vento^ que desempeño próximamente cinco
años (5), fué bastante concurrida. El profesor
sentia y comunicaba el entusiasmo de tal ma-
nera que hubo lecciones que duraron hasta
cuatro horas sin interrupción ni descanso. A
(1) Rodríguez.— Op. cit.. i)ág¡nas Oo y y?.
{2) RodriRuez.— op cit — p. 77.
(3> Bachiller.— Op. cit — pasrs. 220 v 22 U
(4) Piarlo de la Habana, Sét 7. i 83*).
(5) Rodríguez.— Op. cit.— p. ÜT.
J
— 47 -
menudo se valía él do libros, ya recientes,
ya antiguos, para leer trozos do ellos y co-
mentarlos en seguida. Encerraba comunmente
la materia de sus esplicaciones en forma con-
rlensada, en proposiciones escritas, de- las cua-
les algunas tenían por fuerza que resultar va-
gas, ó confusas y hasta insignificantes, y cuya
agrupación ó conjunto, más ó menos ordenado
^ metódico, componía el Elenco del curso, el
cuestionario fundamental conforme al cual ha-
l)ían de ser examinados sus discípulos. Por
aquella misma época estudiábanse, ó leíanse
á lo menos si bien en círculo reducido, obras
filosóficas; más no precisamente de origen alo-
man en su mayor parte, como se ha creido.
Contrariamente á lo escrito por el eminente li-
terato, Dr. D. Marcelino Menendez y Pelayo
(1), no asomaba ninguna afición, fácilmente
apreciable, á la filosofia de Alemania, á no ser
por el intermediario de Victor Gousin, muy en
boga por entonces. Directamente se consulta-
ban obras en latín y libros franceses. Quizás
fuera José de la Luz Caballero el único que cul-
tivase con cariño y devoción la literatura filo-
sófica de Europa y la no muy acreditada toda-
vía de los Estados Unidos. Si hubo pensadores
de tanta valía como él y aun como el Padre Ruiz
(1) Historia de los lleterodo xos Españoles, lomo 3 ° p. 71
a.
— 48 —
puede afirmarse que no dejaron muestras para
tenerlos por tales en justicia. Aún se vivía ge-
neralmente de mendrugos de Aristóteles y de
Santo Tomás, ó de la mesa de Descartes: un
año después de instalado el curso de Luz,
publicó D. José Zacarías González del Valle,^ en
la ImprentaLiteraria, sus Breves explicaciones-
con motivo de algunos lugares de Aristóteles
con el objeto de suplir de alguna manera la
carencia de texto (1) para la cátedra déla
Universidad, de que se encargara interinamen
te, y la que todavía se llamaba de Texto Aris-
totélico (2). Las circunstancias por tanto fa-
vorecían la propagación de cualquier doctrina
nueva sobre todo si aparecía ostentando gra-
vedad científica, carácter conciliador, respecto
de lo presente y brillante forma como fue el
caso del Eclecticismo. No es pecar de ligereza
el que se afirme que la cultura filosófica no pa-
saba más allá de las escuelas analítica por una
parte, y por la otra de la escuela ecléctica y de
la espiritualista. Tal era, además, la tradición
más conservada, desde los tiempos de Várela,
como se evidenció por la polémica relativa á la
Moral en que debatieron, con auxiliares de me-
nor importancia, de un lado el l)r. D, Manuel
(1) J. M. Mestre.— op. cit. p. 13ü y 144.
i2) ídem.— p. 143"— éapbiller,— op.cit. p. '4'M)
— 49 —
González del Valle, y del otro el Presbítero
Ldo. D. Francisco Ruiz, quienes reclamaron la
tercería de José de la Luz Caballero, su deci-
sión, reconocida y acatada de antemano. En
unos exámenes de laclase de Psicología y Mo-
ral del Colegio Cubano de Conocimientos úti-
les j la noche del 22 de Julio de l&JO, sostuvo
el profesor, D. Manuel González del Valle, la
proposición siguiente: «Ponemos-la virtud en
el sacrificio del placer al deber contra la opi-
nión de Helvecio> (1). El Presbi tero D. Fran-
cisco Ruiz que habia sido invitado á aquellos
ejercicios, hubo de sorprenderse de oirle á Va-
lle la afirmación de que Helvecio sostenía «que
desde el punto y hora que el vicio hace feliz al
hombre debia este amar el vicio> (2). Parece
que en tales actos era costumbre el que hicie-
ran observaciones, si lo tenian á bien, los indi-
viduos déla concurrencia, y el Presbítero hizo
las que le ocurrieron, exponiendo sus dudas
acerca de la autenticidad del aserto, resiiocto
á Helvecio, sustentado por Valle. Este le ofre-
ció «poner en publico el pasage citado, > para
que quedase satisfecho de que Helvecio era su
autor (3), y en tal pro{>ósíto le enderezó ó Puiíz
una carta de dos párrafos, pfiblíc^^ida en b sec-
(1> Diario de U Habaifa. <^^ ti ^ ís*ri»*rfífNf*: 'I/: W'/'
(Z) Diario, 31 Julio l<?.i.
— 50 —
ción de Comwiicados délDidiVio do la Habana,
del 30 de Julio, en que trascribía textualmente
en francés las expresiones controvertidas; pe-
ro tomándolas de la obra Sistema de la Natu-
leza^ que el Dr. Valle le atribula á Helvecio.
Naturalmente el instruido sacerdote señaló la
confusión de adjudicar á aquel filósofo una
obra que ya para todo el mundo había sido es-
crita por el Barón d' Holbach. En la misma
comunicación (1), combatió el Pbro. Ruiz las
ideas de su colega, para sostener, por su cuen-
ta, que no eran incompatibles, ni menos con-
tradictorios, el deber y la utilidad, si bien pre-
viniendo que no entendía él la utilidad como
creia Valle que la habían entendido Hobbes y
Helvecio; puesto que la tomaba «en el mismo
sentido» en qu<B Sócrates, Cicerón, Hume,
Bentham, el morahsta Droz y el jurisconsulto
Conté. En suma, Ruiz sostenía, y creia haber
demostrado, «que el principio de la utilidad
no solamente debe aplicarse á las ciencias po-
h'ticas y económicas, y á cuanto tenga relación
con los goces y necesidades del hombre, sino
también á la moral propiamente dicha,» y que
la justicia «constituye la suprema utilidad.»
Replicó Valle (2), manifestando que aunque
(1) Diario, 3 Agosto 1839.
(2) Diario, 17 Agosto 1839.
— 51 —
las palabras que originaron la polémica no fue-
sen de Helvecio, á este podian atribuirse sin re-
paro por ser de la misma época que Holbach, te-
xier con este frecuentes comunicaciones y perte-
xiocer á la misma escuela, por cuyas razones,
poco legítimas, por cierto, añadía: la cuestión
bibliográfica y erudita «es ^nnioenqne sobreseo
de buen grado.» Ruiz exponía dudas respecto á
la ley del rf^J^r y preguntaba <adondese encuen
trai^ y acornó se manifiestan^ ^ negando en todo
oaso que sus determinaciones fuesen absolutas^
'Jiecesarias é infalibles^ y no viendo en las dis-
tinciones de lo bueno y lo malo más que^juicios
<lel entendimiento, nunca dictados de la con-
ciencia. A aquella interrogación de Ruiz —
¿dónde se encuentra y cómo se manifiesta la ley
del deber? — respondió Valle que «damoscon su
^(.revelación sublime al punto que asoma una
úntención en la conciencia; y que la hallamos
«también al mirar un hecho de nuestros seme-
«jantes, comenzado y cumplido con entera U
<í.bertad; puesto que jamás nos abandona el
«oráculo augusto de la razón; y cada y cuan-
«do se ofrece, nos impone con autoridad divi-
«na la obediencia á lo justo, sin quitarle á la
«voluntad el poder de seguir ó nó la voz éter-
«na del deber que la intima»; y por lo que ha-
ce á la ley del deber, bien clara se aparece^ se-
^ ''
— 52 —
gun ól, en los rcinordimientos, ó en el regalo
purísimo de una conciencia inmaculada. »
Desde luego este modo verboso de pensar se
deriva del error de considerar al hombre adul-
to y civilizado, al arya moderno, yadesenvuel-
tOj como el tipo del hombre, como el hombre
único, y de fundar la ciencia en las observa-
ciones individuales hechas sobre él exclusiva-
mente. Por supuesto, razones de la naturaleza
de las aducidas no habían de convencer á nadie,
por lo que no es extraño que continuara la polé-
mica: Ruiz publicó otro artículo (1) y Valle no se
dio tampoco por vencido. En su contestación (2)
aludió con grande reverencia á José de la Luz
Caballero. El párrafo 8.** de su escrito dice así:
«... antes que yó^ un estimable patricio dio en
«prendas de su amor acendrado á la Moral y
«para aviso á la juventud que vá al colegio de
«Garraguao por buena educación, aquel Elen
<kco de i835^ que fue para los inteligentes la
<í.aurora de un nuevo adelantamiento filosófi'
«co en el pais^ y un consuelo en la ausencia
«del ilustre sabio y ejemplar sacerdote que nos
«inició en los conocimientos de Bacón^ Des-
«caries y Newton. Oigamos entre las delicias
«de la gratitud que nos acompañan en estos
(1) Diario de 30 de Agosto de 1839. (El articulo tiene la f^cUa
de 22 del mismo mes).
(2) Diario, Setiembre 7. 1839,
— 53 —
«momentos las bien meditadas proposiciones
4cdel moralista del colegio de Garraguao.» Las
incluye á continuación, como sigue:
«141. — Los partidarios del principio de uti-
«lidad han confundido el hecho con el derecho,
«sustituyendo una sátira del vicio á un análisis
«de nuestros principios naturales.»
«142. — La veracidad iUmitada que se obser-
«va en la infancia no puede ser el resultado de
«la experiencia. ¿Cómo podrá explicarse este
«fenómeno por el principio de la utilidad? — >
«143. — La moral del interés nos abre un
«abismo de males: he aquí sus consecuencias
forzosas: 1.^ el olvido de nuestos derechos: S.""
«la pretensión de contentar al hombre solo con
«goces físicos: S."" la degradación del carácter
«nacional.»
«144.— Aunque se ha dicho con mucha ver-
«dad que los picaros son unos hábiles calcula-
«dores, de ahí no se infiere que los buenos no
«sean más que unos hábiles especuladores.»
Seguidamente hace mérito Valle de la pro-
posición 148 del mismo Elenco, la que define la
virtud... «la obediencia al deber-» ^ y añade:
«Al que puso entre nosotros tan claras y tras-
parentes las tendencias perniciosas del sistema
utilitario, á él la palma y á mi la ocasión de que
se reconozca que es suya.» Y terminaba con
— 54 —
las siguientes cláusulas: «En fin, á la luz de
esta discusión ¿qué está V. viendo ahora? — El
principio de utilidad á los pies de la ley del
deber.» —
Correspondiendo al respetuoso llamamiento,
publicó Luz Caballero en la sección do Comu-
nicados del Diario de la Marina, el 13 de Se-
tiembre (1839), una carta fechada el 11 del
propio mes, y dirigida al Sr. D. Manuel Gonzá-
lez del Valle. En el mismo Diario y sección,
Yió la luz el 16 de Setiembre la respuesta pen-
diente del Padre Ruíz, con fecha del 13, es de-
cir, el mismo dia que apareció el comunicado
de Luz Caballero. Sin conocerlo por tanto,
decia á Valle el Pbro. Ruiz: «El ilustre patricio
<íi quien V. alude, honra y prez de nuestro
«suelo ^ y á quien tanto debe su patria por más
«de un título^ no me dispensaría la generosa y
«cordial amistad con que me honra si llegase
«á entender que yo por un momento titubeaba en
«manifestar con franqueza una idea que creye.
«se verdadera y provechosa al hombre, por
«miramientos y consideraciones humanas. In-
«flnitas pruebas nos ha dado del generoso tem-
«ple de su alma como de su profunda y variada
«instrucción en los ramos del verdadero saber,
«utilizados eminentemente por su acendrado
«amor á la patria. Por fortuna no discrepa
— 55 —
mos en nuestras opiniones ciuxl V. se a r en-
tura á proclamar. Como no presumo tanto
de mis fuerzas intelectuales, tengo un sincero
deseo de descubrir la verdad, ó de libertarme
de cualquier error en que pueda haber incu-
rrido, más de una vez en nuestros amigables
-^coloquios hemos entrado en discusión sobre
-«la materia, no con el tono de quien desea ven*
-«cer, sino con la • candorosa sencillez del que
«busca la verdad para ilustrar su mente. Actr
€S0 antes que este artículo vea la lu^ pública
<tenga Y. su desefigaño con la manifestación
«del genuino sentido que deba dársele á las
«proposiciones de su antiguo elenco de filoso-
«fia.> Luz Caballero, sin embargo, creyó que
no habia desacuerdo sustancial entre ambos
contendientes: «Valle y Ruiz— decia — no di-
fieren en cuanto á la norma para juzgar las ac-
ciones» «¿En qué consiste, pues, la di-
vergencia?» agregaba. Entendia que el primer
grado déla cuestión estribaba en la proposición
de que todos habian de rendirse á la ley del de-
ber, y que el segundo, en su explicación. ¿«Por
qué?»-^su respuesta era la siguiente: «por que
así lo pide el orden.» El orden para él signifi-
caba: «las leyes de la naturaleza y del hombre,
en que se cifra la armenia del universo y de la
humanidad,» que se encaminan «á asegurar el
-56-
bien general, ó llámese utilidad de la ¿spécie
hasta con detrimento del individiio;> por lo
que quien infringe el urden «falta precisamen-
te á su deber ^1^ pues que «ataca el bien ó ven-
tajas de la comunidad.» A continuación ex.
plicaba Luz el sentido de las proposiciones de
su elenco que habia transcrito Valle, insistien-
do en que la naturaleza «se ha ocupado más de
la especie que de los individuos,» que su plan
«es que todo ceda á la titilidad del mayor nvr
mero y hasta con detrimento de la utilidad in-
dividual.» En su concepto ^no es otro ni puede
ser otro el sistema de la sociedad.^ De ahí sa.
ca en consecuencia que «la teoría del deber
pende forzosamente del conocimiento que ten-
gamos de las leyes de nuestra naturaleza,» y
que «solo así puede explicarse la diversa mora,
lidad de los pueblos según su diferente grado
de civilización, no menos que su uniformidad
en ciertos principios fundamentales de las ac-
ciones, que descansan en hechos ó impresio-
nes comunes á toda la humanidad^ aun en ei
estado más bravio ó inculto.» Ya desde en-
tonces puede notarse el carácter sensualista de
sus doctrinas, pues que resistía á fundar
aquella uniformidad en ideas ó principios inna-
tos, declarando que «5o?o nuestras facultades^
()\\\o]ov los pórmenes de nuestras facultades
— 57 —
flácíeron con nosotros» y que esto bastaba para
^conseguir todos los fines de la moral. > «Si
^los hombres — proseguía — nos hemos de uni-
^íormar precisamente respecto de ciertas má-
^^irnas fundamentales, asi físicas como mora-
^l^s en virtud de nuestra misma constitución
^ $fii qué viene suponer qne tenemos ideas pre-
^^ocistentes'i ¿No se nos ha dado la luz de la
^^azón para formarlas sobre los materiales
^suministrados por los sentidos? » «Tan
'^cierto es que los principios de moralidad pen-
"^den de las ideas adquiridas que sin salir de
^nuestro propio suelo, educados bajo la misma
^religión y costumbres, hallamos hombres, y
«nó de los interesados sino de los más despren-
«didos y aun timoratos, que tienen por buenas
«ó indiferentes, aquellas mismas acciones que
^V. y yó tenemos por pecaminosas y detesta-
«bles » ^Por esta razón cuando queremos
que cambien las acciones de los hombres^ nos
empeñamos en cambiar sus ideas;y> porque
«todo es armónico en este mundo» y así <(^los
sentimientos producen ideas j las idea^ pro-
ducen sentÍ7nientoSj que son los padres inme-
diatos de las acciones» (1). Esto no obstan-
te, pensaba que el principio de la utilidad bien
(1) Estas proposiciones tienen grande analogía con la doctrina
ulterior de las ideas- fuerzas^ del original y profundo escritor
francés Mr. Alfred Fouillée.
— 58 —
entendida no es el que siempre gobierna á los
hombres, sino el que debe gobernarlos^ aser-
to que cree una prueba de la afirmación conte-
nida en su proposición número 141 de que se
liabia confundido el hecho con el derecho; v
combatía «con ahinco» la doctrina del interés-
el individual desde luego, porque mas adelajite
se refiere á «esa fatal escuela del egoísmo» á
cuyos partidarios designó «repetidamente» con
el epíteto de «materialistas de la politíca^> y
declara que «la divisa de su corazón» es <la
teoria del sacrificio y la abnegación en obse-
quio del procomunal . » ( 1 ) Reconoce también
la existencia de hombres buenos «por su pro-
pia naturaleza» que «jamás calculan para obrar
el bien, porque no pueden menos de hacerlo,»
y la de otros que «aunque prevean los males
que les acarrean ciertos actos, prefieren la uti-
Hdad agena a la propia, por ser aquella la ma-
yor para la sociedad,» entendiendo que tal pre-
ferencia «no es más que otro nombre para de-
cir justicia» y que, en consecuencia, «habiendo
una gran diferencia entre lo íitil^ tomado en
general, y lojvsto^ no media ninguna entre ¡o
más útil y lo jiisto.^ « Útil — continúa — es un
ferrocarril; pero 7nás útil es la justicia. La
(1) Repitió luego en un aíorisnio: «La doctrina del sacri/lcio
es la madre de lo poco que soúqos. Dígalo el Gólgota.» —Rodrí-
guez — Op. cit. — p. 169.
— 59 —
alabra útil se aplica á cuanto puede aprove-
Tiarse asi en lo físico como en lo moral, y por
I ^D mismo contraida ya á la moral no puede de-
ir relación sino ala bondad ó malicia de las
cciones.» Le parece que «si en vez de la pa-
1 ^bra utilidad se hubiesen valido algunos mo-
^"•alistas de la expresión procomunal^ ó bien
^jeneral^ mucho altercado inútil se hubiera
^ahorrado en la materia que nos ocupa; > porque
<3ree evidente que «la naturaleza misma nos
fuerza á probar el deber en el crisol de la ven--
taja general;y> de ahí que pregunte: «¿Cómo
puedo yo saber lo que es deber si ignoro lo que
piden los casos y las cosas? ¿No es esta exigen-
cia de las circunstancias en lo que se cifra el
orden y concierto &Q\m\máo moral?» «¡Qué! —
exclama — ¿por ventura la humana naturaleza
no tiene leyes como toda la naturaleza? Luego
la ley del deber lejos de oponerse al principio
de la mayor utilidad encuentra en este su más
firme apoyo;» de donde resulta que «la una es
el preceptor y «el otro es la teoría. ^í^
Creía conciliar á los dos adversarios: «en
resolución, — dijo— los artículos de Ruiz son el
comentario legítimo de la doctrina de Valle;» y
acaso porque o}3servára que los ánimos habían-
se poco á poco enconado desee') que terminara la
contienda: «creo que debe cesar toda discusión,
— 60 —
una vez determinado el sentido de las palabras,
y deslindadas las consecuencias del principio
del interés, y del principio del bien general;»
por más que insinuaba que no eran sus explica-
ciones favorables al punto de vista del Dr. Valle,
del cual discrepaba por completo en asuntos
fundamentales. Mas como las divergencias de
doctrinas, ni las diferencias de ideas desapare-
con un laudo, como las contiendas ocasionadas
por los intereses ó por la conducta, ni tampoco
se aplaca la discordia en la esfera del pensa-
miento con el veredicto que se funda en refle-
xiones más ó menos sólidas, aunque donde ni se
penetra en la raiz misma del problema, ni se
agota en lo posible una materia, examinán-
dola cuidadosamente por todas sus fases, — su-
cedió lo que era natural, que no hubo concilia-
ción y — lo que es curioso — que cada uno de los
interesados creyó que el arbitro había fallado á
su favor (i). El Padre Ruiz por su parte llegó
hasta declarar que tenía la convicción «de que
todo el contenido» del artículo de Luz se hallaba
«en tanta armonía» con las ideas expresadas
en los suyos que no dudaba «cubrirse con la
honra de adoptarlo y defenderlo como propio.»
(1) «Victoria, pues, por la ley del deber» decía Valle en el
Diario, el 22 Set. 1839.— «Bien veo que se destruye aquella ilusión
que V. se habla formado do que las explicaciones del 6r. Luz incli-
naban la balanza d su favor»— docia Ruiz en el mismo papel, el ¿8
de Setiembre.
— 61 —
Xa carta de Luz al Di\ Valle, á más de indi-
caí? sus ideas morales, determina su manera de
pensar, esto es, la naturaleza de su entendi-
i^iento. Aquel escrito fué redactado, segurá-
is ente, al correr de la pluma, y esta circuns-
t^xicia es bastante para prevenir ó estorbar los
J^xcios definitivos que, en cualquier sentido, lo
to \iien por base ó fundamento. Ni era ól un
i^^^tafísico, ni aceptaba la Metafísica. Gomo
^^^oralista seguia, pues, la escuela inductiva j
^cuereándose unas veces á las ideas de Stuart
M^ill, otras veces á las de Bentham; pero sin
T^ue por aquel escrito suyo, único sobre la ma-
teria que hasta ahora le conocemos, sea posible
^ongeturar si alcanzaba en la concepción de su
doctrina ética la penetración analítica que en la
Suya muestra el segundo de aquellos filósofos, ó
la potencia de síntesis que el primero; ya que es
fácil notar por él que conserva siempre un resto
antigno, un dejo de su primera educación cris-
tiana y escolástica, el ascetismo religioso que no
Se espanta ante el sacrificio y el hábito mental
de vivificar las palabras. Por otra parte, Ben-
tham tenia su tarifa, su aritmética moral para
hacer el cálculo de lo útil; pero ¿qué és, cómo
^e determina, y quién determina el principio
c3e la moral que Luz denomina «la utilidad del
^Tiayor numero^-» y que llama otras veces, con
— 62 —
mayor indeterminación, €el bien general ,> 6
«la utilidad bien entendiday^'í
V.— POLÉxMIGA SOBRE EL ECLECTICISMO.
No fueron únicamente Valle y Ruiz quienes
contendieron sobre la moral del debe)* y de la
lítüidad. En el Noticioso y Lucero se publi-
caron desde Setiembre á Diciembre de 1839
varios artículos, más ó menos insulsos y bre-
ves (1), entre ellos uno firmado por «un dis-
cípulo de Gousin» (2). Durante aquellos meses
mostnj en Cuba, cierta tendencia á generali-
zarse, el eclecticismo de Victor Gousin, aun
cuando en ella habia asomado con anteriori-
dad, y por ese motivo contra él arreció José do
la Luz y Caballero en la cátedra de San Fran-
cisco (3) los golpes que desde el año anterior
descargaba en los periódicos contra adversa-
rios de sus ideas filosóficas. Si bien el Pbro.
(1) —Comunicado de «Otro», en el Noticioso y Lucero de 5 de
Set. 1839.
—Carta de «Otro» al Sr. D Francisco Ruiz. Id. 23 de Set,— Kste
«Otro)»— á lo (lue entiendo— era D. José Zacarías González del Valle.
-Comunicado de «El Experimentalista»— (seis párrafos)— Id. 2
Oct.—
—Comunicado «De lo verdadero v lo falso,» por «Un suscriptor»
—{i párrafos)— Id., 11 de Diciembre 1S39.
(2) — «Un voto en la cuet-tión y conflicto del principio del de-
ber con el de la utilidad.»— Id. 7 de Octubre (seis párrafos).—
—En el mismo mes (día 6) publicóse un articulo contra los cou •
sinianos, y en defensa del utilitarismo, Ürmado «Aurelio »
(3) Declaróse también partidario de Cousin, «con íntima con-
vicción», un profesor írancés que entonces residía ep(}4 Habana,
Mr. Alejandro Brusa.— Diario (Ja 1^ IJabana, 27, Octubre^ 18^39.
— 63 —
Ruiz seguía sus mismas aguas (1), Luz Caba-
llero combatió sólo contra sus adversarios en
aquella famosa polémica (2); mejor dicho, con-
tra un adversario único; pues aunque el año
40, y mientras Luz impugnaba las doctrinas
cousinianas en el Convento, explicaba en la Uni-
versidad D. Manuel González del Valle, con-
formándose en sus lecciones al escritor francés,
los ramos que entonces y hoy todavia se desig-
nan con la palabra Filosofía (3), no me consta
que rompiese este ninguna lanza en el nuevo
palenque; á menos que fuera de su pluma algu-
no de los articulejos que he mencionado y que
Luz no se dignó contestar, ni habia para qué.
El único á quien honró combatiéndolo especial
y directamente fué á un joven doctor de veinte
años, el catedrático interino de Texto Aristoté-
lico^ D. José Zacarías González del Valle, her-
(1> El Sr. Rodríguez (op. cit.— 1 ' edición— ps 97 y 98) afirma
que el t*bro. Ldo D. Francisco Ruiz íiié uno de los que combatieron
contra Luz. Asi, y por eso locrei yo también, y asi lo rep«»ti en este
estudio cuando apareció en la «Revista Cubana» (año I —Tomo I.—
Niim. 6,30 Junio 1885.— p. 542). Pero no íiió tal A lo menos no heen-
contrado, en los periódicos del tiempo, un solo articulo que pueda
atribuirse ft aquél pensador tan serio, y— por otra parte— ya he-
mos visto por algunas ideas de Ruiz, que es m&s de presumir que
no anduvieren en desacuerdo, en cuanto k lo fundamental.
(2) Galcagno (Diccionario biogr&ñco) dice que D Juan Fran-
cisco Fimes.— p. 292.— intervino en la polémica; pero en la página
anterior refiere que el año 39 fué á Cuba, con un cargo. También
afirma que tomaron parte León y Mora y Bachiller. Este i'iltimo,
según he oido, escribió alguno que otro folletin. Del otro, ni de
Funes hé encontrado nada*
(3) Ese mismo año publicó un Elenco contra Cousín y su es-
cuela (Rolriguez.— op. cit.— ps. Iü3 y 104); en 4.*- 25 paginas (Ba-
chiller.— op. cit— p. 234); y D. Manuel González del Valle, imprimió
en la «oficina de Boloña* un cuaderno en 4% de 35 págs. titulado:
Aftlculú^ p^jf^^Uaa'ios soOt*^ Psicología, segiia la Doctrina de Cou-
— 64 —
mano de D. Manuel; aunque, en puridad, com-
batiendo á Valle, el contrario era el mismo
Victor Gousin; porque su discípulo habanero
publicó solamente dos artículos, nó muy exten-
sos; el primero, en que designaba la doctrina
discutida con el dictado de ^sistema de la cpo-
cüj^ se reduela á «traducir algunos párrafos de
la Advertencia que Victor Gousin ha puesto á
la cabeza de la tercera edición de sus Frag-
mentos filosóficos j hecha el año próximo pasa-
do en Paris» (1); mientras el segundo era una
defensa del electicismo, bastante corta y muy
desmayada (2).
El mayor elogio de Luz Caballero, asi como
la demostración de su perspicuo patriotismo y
de la profundidad de sus miras, se desprende
del hecho mismo de haber luchado en la isla de
Cuba contra las perniciosas tendencias de aque-
lla doctrina cousiniana, así en el orden de las
ideascomo en el orden social y político (3). El
electicismo carecía de un principio superior, y
(1) El Noticioso y Lucero^ 16 Setiembre, 1839, artículo titula-
do «Filosofia,» y íirmado Julio
(2) Articulo de Julio, con el membrete de Eclecticismo^ en el
Diario de la Habana^ 14. Octubre, 1839.
Desde unos meses antes hablan tenido ambos m&s de una dis-
cusión relativa al cousinianismo. Debo k la generosidad de mi
amigo el distinguido escritor y diligente bibliófilo Dr. D. Vidal
Morales y Morales, el original de una carta eácrita por el Dr. don
José Zacarías González de. Val'e. La inserto como apéndice, ya
que indica los comienzos de la polémica sobre Cottsin; pero fué
impresa por primera vez y publicada en la Revista de Cuba.
(3) Decia Luz que la causa de la fundación del Eclecticismo,
su idea^madre fué justificar el presente, «Negocio de política
con capa de íllosoíia, nada m£is.>H-Hey. de Gubat^^tomo O *— p. 1^4;
nota.—
— es-
buscando la conciliación de agenas ideas, re-
ducíase á la postre á un híbrido sistema perso-
nal que Luz justamente calificó de /a?5o é im^
posible, y del cual pensaba que <desde que
existe la ñlosofla» no hubo nunca «cidea mas
quimérica» (!)• A este motivo fundamental, so
agregaban, en el ánimo de Luz otros df> gi*an
iraportí^ucia que le impulsaron á una enérgica
y briosa oposición, en el periódico y en la cáte-
dra; porque la doctrina nueva estorbaba los pr'o-
gresos del espíritu humano, acerrándole las
puertas del porvenir»; porque bajo el nombre
de conciliación pretendia propagar errores
4cque yahabia enterrado la ciencia; >» y emplea-
ba «arma$ de todas clases contra los que esta-
ban en posesión de la verdad apellidándoles
ateos y materialistas^ psiveí espantar á la ju-
ventud del campo de la legítima investiga-
ción;» porque tales doctrinas *se sustentaban
por hombres del mayor prestigio y elocuencia,
y á la cabeza de los primeros estudios;» y híj-
bre todo, porque €se aspiraba cxtíi ol más vehe-
mente ahinco á hacer tota co/u///eía rerjolución
en las ideas, para sercir de hase á uno. recO"
loción en la política* (Z). IMíhíU* \H\T} m en»^-
ñoreó de los espíritus en Francia (*\ ospírílua-
(1) Vi6 prOAto y eou elMridaó: t-.o i^.l ^jah UmIMft 4uiio n¡-
moaimtík twttinríi. ea toda la d«fctrjri4( d<r tyjohiu, hit y mm:hhy
í?) Artlewo«A Tallo», 'tím r.rm»,f—^/ÍJit río j^' íju \i$i,hfm '¡t^. O *'X ikv^.
u
— 66 —
lismo con Royer-Gollard, Maine de Birán y
Víctor Gousin. Aquella escuela, mezcla de
Descartes, Leibnitz y la llamada filosofía esco-
cesa, tomó por base la psicología y fundó la
psicología en la observación directa de la con-
ciencia individual. Esto solo ya evidencia que,
concentrando la atención en el mundo interior
y exagerando y aun equivocando el valor del
sentido íntimo, su autoridady testimonio, había
de descuidar la verdadera experiencia, es decir,
sustituir la ciencia con la lucubración, las in-
vestigaciones positivas con la fantasia y la hi-
pótesis. — ^El jefe de aquella dirección de los
espíritus, y luego de una nueva escuela, fué
un hombre de grandes méritos, el ilustre Víc-
tor Gousin, profesor muy elocuente, .escritor
elegante y clásico, consejero de Estado, aca-
démico, par de Francia, y en 1840 Ministro
de Instrucción pública en el gabinete presidido'
porMr. Thiers. 'En los primeros años de su
enseñanza pública era un maestro entusiasta,
algo como un apóstol de las ideas liberales.
Después no fué sino un político pendiente siem-
pre del gobierno establecido, y — como dice
Julio Simón en un libro calificado de <ingenio-
sa y maligna biografía, ó más bien sátira bio-
gráfica» (1),— «el magistrado» de la filosofía
(1) Menendez y Pelayo: «Historfn d^ las Ideas Estéticas en f^^
pañd», ton^o IV, vol. 11, p. 150.
— 67 —
( 1 ); pero por sus aptitudes y su influencia pudo
prestar y prestó servicios muy considerables
y de diversa índole á su patria, agitando los es-
píritus, investigando en los archivos, espar-
ciendo doctrinas antiguas y modernas, popu-
larizando la historia de la fllosofia, despertando
la curiosidad en esas materias y el gusto por
el estudio de las obras originales de los gran-
des pensadores, algunas de las cuales tradujo
y editó. Por tales y tantos títulos y principal-
mente por sus trabajos literarios y sus esfuer-
zos en pro déla enseñanza, le enaltecía con
respeto sincero y grande admiración, Josó
de la Luz Caballero; mas también por aquellas
mismas circunstancias que realzaban el crédi-
to y prestigio del ilustre profesor francés te-
mia y se alarmaba ante los progresos que en
Cuba iban haciendo sus doctrinas. Gousin, que
venia del sensualismo y de los escoceses, de
Laromiguiere y de Reid, recibió bien tempra-
no la influencia de los alemanes, de Schélling,
de Hégel, de Jacobi, á quienes conoció perso-
nalmente, y antes que de ellos de las obras de
Kant, que estudió á medias y, como dice J. Si-
món, <en el latin bárbaro de Born». Sus es-
tudios de los sistemas, sus trabajos de erudi-
ción, su poder maravilloso de asimilación y la
(1) Victior Cqitsin^ por Julio Simón — Ppris, 1887 —p, 70.
— 68-
tendencia sintética de su espíritu le facilitaron
el camino y los elementos que necesitaba para
formular una nueva filosofía, con que supeditar
y sustituir, según lo pretendía á todos los deniás
sistemas. Esa filosofía, sin embargo, resultó
por vicio de método, sobre todo, una construc-
ción vana, aunque no desprovista de ingenio-
sidad y de apariencias seductoras; pero sus
materiales fueron tomados aquí y allá, entre
los antiguos y entre los modernos, en la escue*
la escocesa, en las alemanas, en Maine de Bi-
ran, en Descartes, en Proclo, en Platón, en los
orientales. Su mismo nombre ~ Electicis-
mo — hubieran podido reclamarlo por suyo
Leibnitzy, con anterioridad, los alejandrinos.
Tenia por norma una tesis mentirosa, que to-
dos los sistemas son verdaderos en lo que afir-
man y falsos en lo que niegan; y por guia el
sentido coman (1), lo que equivale á no tener
ninguno, á echar á andar sin norte ni propósi-
to, es decir, á merced de lo arbitrario y lo ca-
prichoso. Su idea capital era la impersonali-
dad déla razón, principio con el cual creia
haber realizado la concordancia de la ontologia
y la psicología, del ser y del pensamiento, y re-
suelto las mayores dificultades que se ofrecen
(1) «El sentido común es nuestro punto de partida legitimo y
la regla constante é ioviolable de la ciencia.)»~2>i£ Vtai^ du
¡5eau á dii ffien, por M. Vicíor Cou^ín —París, 1865.— p. 435.
— 69 —
á la especulación. Su método, aun protestan-
do lo contrario, se reducia á algo semejante al
sincretismo de la escuela de Alejandría, á tcun
^eclecticismo ihjstrodo que, juzgando con
«equidad y aun benevolencia todas las escue-
«las, toma de ellas lo que tienen de verdadero
«y se desentiende de lo que tienen de falso»
(1); pero sin determinar cómo y de qué manc-
ipa se reconoce la verdad que las hace vivir y
se descubre el error que ocasionó su descrédi-
to. Fundado en el análisis del pensamiento;
por lo mismo que había sido educado en la es-
cuela de Reid; que derivaba del psicologismo
de Descartes, y que se encontraba frente al
criticismo kantiano y el escepticismo inglés, la
teorip del origen de nuestras ideas y de su al-
cance y su valor debia ser y fué, para desespe-
ración de su discípulo Jouftroy, su caballo de
batalla^ llevándole como por la mano á comba-
tir el sensualismo, y particularmente á Locke,
que entonces era en Francia «una potencia» (2)
y á quien tenía él por <el verdadero represen-
tante, el más original y á la vez el más templa-
do de la escuela empírica» (3); y para lograr su
aspiración de juntar á las percepciones los con-
ceptos, al lado de la sensación que nos suminis-
(1) Cousin.— op. cit.— p. 10.
(2) J. Simón, op. cit.— p. 46
13) Cousln.— op cit — p. 440
— 70 —
tra la percepción de las cosas, la razón que nos
suministra las ideas absolutas. Inspirándose
en algunas ideas hegelianas sostuvo la teoría
de los grandes hombres, el movimiento fatal
en que el éxito es la última ratio^ la santifloa-
ción de los principios que, encarnándose en los
pueblos escogidos, se realizan por la acción de
los genios providenciales; teoria desastrosa que
en definitiva viene á ser la glorificación del
acaso, del crimen mismo^ la inanidad de la ra-
zón y del derecho, la supresión de la justicia, la
infalibilidad inapelable de la fuerza. Julio Si^*
món que le celebra y respeta como moralista,
añade, sin embargo: «No le repruebo más que
una cosa, que es bien grave, y es lo que él pro-
pio llamaba la absolución del éxito, teoría que se
relaciona <}on la de los hombres necesarios» (1).
Por eso, si fué bien acogida la nueva filosofia
de Cousin en algunas partes— en Pádua, por
Poli; en Ñapóles, por Galluppi; en España, por
D. Tomás García Luna,-— también, por sus ten
dencias inmorales en el orden político, por su
absurda pretensión de armonizar lo inconcilia-
ble, y por su falta de criterio y de verdadero
método, debía encontrar y encontró muy pode-
rosos adversarios en el extranjero, como Ros-
mini, como Schelling, como Hámilton, y én la
(1) J. Simón, op. cit.—p (K).
— 71 —
misma Francia le salieronal frente, aunque des.
de puntos de vista muy distintos, la escuela ca-
tólica y el célebre humanitario y ex-sansimo-
niano Fierre Leroux. Alarmado el patriotismo
generoso de Luz y contrariadas sus ideas capi-
tales, por el Eclecticismo, su corazón y su enten-
dimiento por un lado, y por el otro su deber co-
mo maestro de la juventud (1), decidieron la
vigorosa resistencia que opuso á que se aclima-
taran en su pais tan falsas como funestas doctri-
nas (2). La filosofía ecléctica aplicada ala política
es lo que se ha llamado el doctrinarismo . Loque
hizo Gousin en la esfera del pensamiento espe-
culativo lo realizó el ilustre Guizot en la política
" y en la historia (3). El uno fué el complemento
del otro. En el fondo de las lecciones del histo-
riador late la tesis del filósofo, de que «la histo-
ria es el gobierno visible de Dios; por lo que,
en consecuencia, todo está donde debe^ y si to-
do resulta en su lugar propio, lodo está bien
puesto^ pues todo conduce al fin señalado por
un poder benéfico.» Semejante optimismo de-
termina una profunda contradicción entre la
doctrina moral del escritor franc/iK y su filo»o-
(1) «Esta era mi primera ohlÍj^aci6n fy:upf»ñfiff nn» rJiUtári» d^
Filosofía.»— Advertencia á la línpufgüiiU'ÁOü k C/m*in — li#rvUU fUt'
baña. Tomo 5.— p 271.
(2) LameatM^ase qae por caosa d/;l mtfüágUmU-.nUf ft ía auUri'
dad literaria oo babUra ««ftp«ra»zas 6^, tmUhUtt'Jrryí^cUrMtfsf nna
escuela, Terdaderao^nU, en nuentro uuttUí » \ñ, p, srTVi,
(3) La Fílo40fla (U la HiMU/ria <n Frangía, ptrr hffh^^ tñíf$l
— Irmd. francesa.— f^nj.^tír7«5—pt. t^yié^»
— 72 —
fia de la historia; pero resultaba ser, en cambio
ima garantía, una satisfacción para los interel
ses actuales, para la organización actual de la
sociedad de su tiempo (1). Entonces la isla de
(iuba estaba regida por la autoridad arbitraria
y omnipotente de los capitanes generales, y vi-
vía y se sustentaba de la esclavitud v de la
trata. Ser manejados los blancos con un sable,
ser manejados los negros, con un látigo, vivir
todos sin el derecho de la queja siquiera y ali-
mentarse el país con los saltos y latrocinios de
los piratas que vaciaban sobre nosotros conti-
nuamente barcadas <le infelices salvajes ó bár-
baros de África, todo eso constituía, conforme
á los eclécticos, el régimen mejor, el gobierno
divino, la necesidad benéfica impuesta por la
providencia. Si al día siguiente una revolución
hubiera raido de la tierra cubana tamaños ho-
rrores y absurdos, la revolución estaba en su
lugar, venia á su hora, era buena y providen-
cial, conforme á doctrina tan acomodaticia co-
mo el doctrinar ismo, ó eclecticismo histórico y
político. Poro ¡ah! en Cuba, como en otras par-
tes, un cambio feliz de tal naturaleza y tamaña
importancia, era por entonces un delirio: la
(1) «.. todo preocupado y absorbido con la mezquindad de lo
presente» . . . dice Luz, de V. Gousin — Jítff). de Cuba. t. 6.'— p. 274.
— Leroux impugnaba en el mismo sentido á Gousin: op. cit.— p.89.
—En algún otro lugar de la Impugnación, llama Luz & los ecléc-
ticos: «adoradores de lo presente.)»
— 73 -
justicia, la razón, la conveniencia misma de la
sociedad encontraban cerradas todas las ave-
nidas. De aquí el legítimo y noble recelo de
Luz. Ni su perspicacia ni su sentimiento le en-
gañaron. Greia que «hubo un plan, una inten-
ción profunda, tme arriére pensée^ en la pro-
mulgación do esta nueva doctrina, ó nueva
máquina para trabajar á la gente del siglo XIX
y sobre todo, á la gente francesa.» (1) Decia,
con ése motivo, que no era vano amor propio ,
lo que ponia en su mano la pluma; sino im sen-
timiento de nwy otro linaje. ¿Cuál? Debió ser
su patriotismo, miras patrióticas más altas y
más puras que las de quienes mantenían en
Cuba tantas iniquidades, y que las de quienes
las toleraban y consentían. Esta es también la
interpretación que expone su biógrafo (2). Sin
embargo, en cuanto escribió en lo sucesivo no
volvió Luz Caballero á aludir á las tendencias
políticas de la escuela de Gousin, á su filosofía
de la historia. Combatió el eclecticismo única-
mente en el terreno de la psicologia, se contra-
jo entonces y después con más ó menos opor-
tunas digresiones á la cuestión relativa al origen
de las ideas. Añade su distinguido biógrafo (3)
que se le hicieron acusaciones en el curso de la
(1) Diario de la Habana, Oct 3 de 1839<
(2) Rodrigue».— op. cit— p. 98.^
(3) Id.— p. 99.—
— .74 —
polémica y que «se llegó hasta á dar á la cues-
tión un giro político, apuntándose con más ó
menos desembozo que habia peligro para las
instituciones existentes» en las doctrinas de
Luz; lo que dio motivo á su determinación de
colgar la pluma. Por mí sé decir que no he
tropezado con esos asertos en los periódicos
más importantes de aquella época, si es que se
expresaron por escrito (1). Durante aquel año
de 39, en Noviembre y Diciembre, vieronlaluz
en el Noticioso y Lucero dos artículos con el
membrete de Loche ^ y firmados por las inicia,
les V, C— Tres dias después publicó el Diario
de la Habana (2), en la sección de Comunica-
dos, un breve aviso, bajo el epígrafe: Filoso-
fia. — Para bellum, y suscrito El Justiciero^
que probablemente era el mismo Luz, para ad.
vertir á los jóvenes que los artículos de las ini-
ciales eran traducidos de Víctor Gousin, y no
originales de alguno de «los espiritualistas
habaneros,> á quienes recomienda que en vez
de combatir con armas prestadas, estudien y
mediten, previniéndoles de camino que volve-
ría á su encuentro tan luego como se desocu-
pase de la cuestión del dia. Este asunto inme-
(i) Parece, que hubo de aludirse al materialismo en algún
escrito anónimo circulado en 1838 contra sus tendencias filosóficas,
a poco de abrir su clase en el Convento; pero entiendo que fué
con cierta vaguedad, é indirectamente.
(2) 11 Diciembre 1839 .^Tiene la fecha del 8 del mismo mes.
— 75 —
díato ó del dia^ era el remate del ferrocarril de
Güines, que absorbió la atención de Luz todo
el mes de Diciembre de aquel año de 1839, y
en el cual intervinieron con multitud de artícu-
los en pro y encentra, varias personas, tales
como Fernández Herrera, Serrano, Pardo Pi-
mentel. Tranquilino Sandaliode Noda y El Lu-
gar eño. Galcagno tiene razón en llamar agria
polémica la que se sostuvo en la Habana con
aquel motivo, y en afirmar que por ella le so-
brevinieron á Luz «serios sinsabores. > Su ma-
nera de argüir fué demasiado dura quizás, y
por ello estuvo á punto detener disgustos per-
sonales. La misma viveza, la misma sinceridad
y el mismo calor mostró en sus artículos de fl-
losofia, que en aquellos relativos al interés pú-
blico momentáneo. La circunstancia de haber
escrito, en oposición al Eclecticismo, cartas
polémicas, primeramente, y comentarios des-
pués, lo coloca en una situación desventajosa,
desde el punto de vista literario, sobretodo da-
dos su facilidad y su carácter;— porque éste le
hacia buscar sólo la verdad, descuidando la ex-
presión y el aliño, y aquella le tentaba á hacer
inmediata y rápidamente, de un dia para otro,
sus trabajos, coadyuvando así dos cuaUda-
des superiores á producir como resultante la
inferioridad. Además, por tal manera, las
-té —
obras — cartas ó comentarios— habían de ser
naturalmente deficientes. Compárese, si nó^ con
Leroux, que no está conceptuado como un es-
critor superior ni como un pensador considera-
ble, y se notará- la diferencia de resultados que
determina la diferencia en el procedimiento.
Leroux es metódico, más cuidadoso de la.for.
uia, elocuente á veces; escribe un artículo que
reimpreso se convierte en libro, bastante aca-
bado (i), que investiga la naturaleza del Eclec-
ticismo, su origen, «las variaciones sucesivas»
de Gousin; el político, el psicólogo, el metafisi
co, y su filosofía bajo todos sus aspectos, desen.
trañando confusiones, errores, equivocacio-
nes;... cuando se le haleidose conoce á un
tiempo el sistema combatido, su medio históri.
eo, sus causas determinantes, sus tendencias,
su abigarrada estructura, el mérito y el valor
que le imparte el implacable y enconado adver-
sario. Leyendo las cartas de Luz se persuade
el ánimo de sus arraigadas convicciones, de su
sencilla y candorosa naturaleza, de su sinceri
dad, del apasionamiento intenso y fogoso, que á
veces, en medio de la independencia de juicio,
denuncia los ardores del sectario; se vé cómo
acelérala al contrario, como le rebate paso á
paso y punto por punto, ciñéndose demasia-
(1) Réfutation de rficlectisme, par Fierre Leroux, Paris 1335 .
— 77 -
do, es decir, exclusivaoaentel, á la forma y
límites del trabajo que impugna, por lo que
pierde en desembarazo y gracia; conoce pron-
to su opinión particular sobre el electicis-
mo, el horror y el desdén que alternativa-
mente le inspira; pero do penetra en el
fondo y la raiz de la materia, no percibe bien
qué sea y cómo sea el sistema abominado, ni
cuáles son los canales por donde vinieron tan-
tos aluviones á encharcarse en ciénaga pestífe-
ra, tantos residuos á concortarse en indigesta
amalgama, como tampoco cuales habían de ser
las consecuencias funestas que enjendrára,
tanto en el orden científico como en el moral y
en el político. No obtante tuvieron algunos
puntos de analogía el adversario francés y el
cubano: ambos en varias objeciones están en
completo acuerdo, y es indudable que si Luz
no había visto el libro de Leroux, impreso el
mismo año de su polémica, conocía el mismo
trabajoensu forma primitiva, que fué unartícu-
lo de la Enciclopedia Nueca (1). Sus aprecia-
ciones sobre la psicología (2) eran sustan-
cialmente idénticas, y muy semejantes también
sus opiniones sobre la religión y la ciencia, so-
bre el cristianismo, sobre el valor filosófico de
(i) Op. cit.— Préface.—
(2) Id. pt. 120y i21.
— 78 —
San Pablo (1). Ambos son. adversarios apasio-
nados; pero el uno es más escritor que el otro;
aunque se inspira en la defensa de su propia
doctrina, y nó en el interés más elevado de su
patria. Aquella polémica produjo en Cuba el
bien de animar los estudios, el deseo de cono-
cer las obras originales (2), y es honroso para
Luz el confirmar el acierto de sus juicios con
la concordancia de la crítica contemporánea
nuestra. Paul Janet, para no citar más más
que uno, considera como la mejor obra de Gou-
sin, en cuanto á controversia filosófica, eü Exa-
men de Loche; pero reconoce que adolece
de debilidad en la argumentación y que deja
mucho que desear en extensión, rigor y clari-
dad (3). Apreciación semejante se desprende
de la trunca Impugnación al examen de Cou-
sin sobre el Ensayo del Entendimiento hu--
mano de Locke^ publicado por Luz, bajo el
pseudónimo de Filolezes (4), hace medio si-
glo, y de cuyo escrito no se imprimieron más
que 144 páginas en dos cuadernos. Terminada
la polémica, interrumpida la impugnación,
(1) Id.— p. 50 y Préface X — «Rovista Cubana».— Tomo 6 • pági-
nas 281 y 287— y 41, 44 y 45'
(2) Rodríguez.— op. cit — ps. 101 y 102.
(3) Revue Politique et Littéraire, núm 11.— 14 de Marzo 1885.
—La doctrina de Víctor Gousin; el espíritu ecléctico; por Paut Ja-
net, del instituto.
(4) Revista de Cuba.— Tomo 6 " ps. 274 ▼ 338. ^n este y el si-
guiente tomo, passim,
— 79 —
tampoco se dieron á la estampa otros trabajos
que había anunciado, de ellos uno acerca del ce-
rebro y otros dos sdbre Maine de Biran y sobre
Teodoro Jouffroy, los únicos filósofos franceses
de aquel tiempo que apreciaba de veras (1).
Desde luego causa de estos contratiempos fue-
ron sus achaques, que ya empezaban á inuti-
lizarle para las graves ocupaciones en se que-
requiere por igual la salud del cuerpo y del es-
píritu.
Pero recogiendo y concertando lo mejor po-
sible aquellos fragmentos— los artículos del
Diario j algunos Elencos y las entregas de la
Impugnación^ — puede intentarse esquiciar su
personalidad de filósofo, al menos respecto de
aquella época, en cuanto á su carácter general,
bajo aquel aspecto, y especialmente desde el
punto de vista de sus opiniones en psicologia.
(1) A Damirón le juzgaba nada más que «escritor elegante Y
metódico» con referencia & su Ensayo sobre la Hist. de la Filoso-
fia en »1 siglo XIX.
De Lerminier dice que «es una pluma fácil y elegante; pero no
inspira respeto ni coavicción. En algunas de sus obras más afa-
madas es un estudiante que dá cuenta de los libros que trae entre
manos.»
A Franh lo tiene por «brocbista» y «poco diestro.»
Kl Dr. Eduardo Garriere, es para él, un medi^uito que no
ba hecho más que resúmenes de sesiones de academias «y ladrar,
pero no morder á Broussais. ..»
Th. Jouffroy es «harina de otro costal»., «el único hombre de
prc> con que cuenta la escuela, después de su meritísimo fundador
y digo después^ en tiemjx), porque en derecho es primero » Reco-
noce que es versado en ciencias naturales, que «sabe y sabe decir»
. . La escuela misma, según dijo, «trabaja libros para dar cuenta
de otros libros, dejando cerrado el gran libro.»
No pinta (Taprés nature^ investigando; sino por retratos vie-
jos, esto es, la erudición «que yo no desprecio, sino que w&q ^n su
tien^po y lugar.»— D/arig de Iq Habana, 29 Qct- 1839-
— 80 —
VI. — EL FILÓSOFO.
Durante sus viajes por Europa había visita-
(Io'IjUz Caballero al Reino Unido, al que siem-
pre conservó simpatía y admiración (1) y por
lo que estudió con verdadero entusiasmo los
autores eminentes de la literatura inglesa. Has-
ta entonces predominan en él las influencias
de Cuba; pero luego, quizás como consecuen-
cia de las impresiones y lecturas nuevas, otros
elementos actúan sobre su ánimo para modifi-
carlo, para modificar al menos su pensamiento.
Comparando al autor del Jejoto de Lectura con
el de la Impugnación^ á primera vista parecen
dos hombres diferentes: el uno no es más
que un creyente, el otro es un pensador supe-
rior. Difícil, sin embargo, es fijar lo que en
1840, es decir, cuando habia llegado al desen-
volvimiento cabal de su inteligencia, conserva-
ba específicamente de la antigua educación en-
tre las nuevasadquisiciones desu mente, ni cuá-
les fueran precisa é indubitablemente los libros,
que determinaran, en momentos sucesivos,
todos y cada uno de los trámites por que había
pasado su evolución mental. Pero es indispu-
(1) lijcia en 1846: «Francia se ocupa de la Europa, los Estados
I 'nidos de dmbas Araérlras; la Rusia, de Europa y del Asia; Ingla-
terra, del mundo. Las demás, espectadoras, ó ai sumo, actores
(le comparsa.» Entonces veia él los empeños de Inglaterra por
abolir la esclavitud del negro é impedir la trata de África.
— 81 —
table que en la polémica sobre el eclecticismo
sustentó una doctrina filosófica y que ésta,
en general, se inspiraba en autores ingleses
y particularmente en el insigne renovador
John Lockc, uno de los escritores que más in-
fluencia han ejercido en el pensamiento mo-
derno.
Sólo en tres ocasiones ha visto la capital de
Cuba la predicación de alguna doctrina de filo-
sofía: hace unos diez años, cuando el Sr. don
Enrique José Varona, hombre de vigorosa in-
teligencia ó instrucción sólida, preparaba los
espíritus para recibir la gran síntesis contem-
poránea de ITerbert Spencer, en conferencias^
publicadas luego entres libros, que son lo me-
jor en el ramo que se ha producido en nuestros
dias dentro de los dominios de la lengua espa-
ñola; en el primer cuarto del siglo, cuando Vá-
rela— de quien dijo el mismo Luz, en hipérbo-
le incomprensible, que fué «el primero que nos
enseñó á pensar» , explicaba doctrinas cartesia-
nas y empíricas, y posteriormente, cuando Luz
Caballero con el apasionamiento de su natural
afectivo y vehemente, combatía el eclecticismo
de Víctor Gousin y exponía é inculcaba el sen-
sualismo crítico, una manera de jpí?5//íi^mno que
por momentos parece un tanto idealista ó semi-
kantiano, Durante aquella agitación especula-
— 82 —
ti va, es evidente que fué Luz un contendiente
muy superior á sus adversarios y que, en lo fun-
damental de sus ideas, estuvo en acuerdo cabal
con las de Locke; pues, aunque él mismo apun-
tara algunas especies para consignar como de
soslayo que entre sus opiniones y las del celebre
maestro existían divergencias, no las decla-
ró allí taxativamente y es de presumir que fue-
ran de pormenor, si bien tampoco se reconoce,
y con sobrada razón, discípulo suyo, sino suce-
sor y continuador en su escuela. Se le acusó,
según cuenta su biógrafo, de sensualista j y se
desfiguraron y desconocieronsus intenciqneSj
llegándose hasta darle á la cuestión un giro po-
lítico (í ). ¿Cómo nó, si en todo ello había una
intención política? ¿No dice el mismo autori-
zado escritor que le parecía á Luz «que las con-
<secuencias prácticas que semejante sistema
«filosóflco había de producir, tendrían que ser
€nQOQ^diVmíiQXíie perniciosas para el progreso
€politico del mundo, y muy en especial de la
<isla de Cuba, donde con la existencia de la
^esclavitud, y con instituciones políticas tan
^excesivamente ultra-conservadoras y reac-
<cionarias, la acción enervante del eclecticis-
^mo, como sistema, hahia de ser sentida con
^más fuerza^-ff por lo que «ni rehusó la discu-
tí) Rodríguez.— op. cit. p 99.
— 83 --
sión, ni dejó de manifestar sin embozo cuán-
ta era la repugnancia que senlia por la nueva
doctrina»? (1). No debían ser.esos, \\ov consi-
g'uiente, los motivos verdaderos que le deter-
minaran á colgar la pluma, que en cuanto á la
acusación de sensualista, ni podia sorprender-
le, ni debía inquietarle, ni en realidad era una
acusación. El mismo se calificó de tal, y rles-
plegó á todos los vientos la bandera del sensua-
lismo . (2). Protestó, sí, que de la pro[>osición
fundamental del sensualismo no se deducia por
fuerza el materialismo (3); pero ni á él le
llamaron terminante y directamente, [K)r es-
crito al menos, materialista, ni el serlo traía
aparejado ningún peligro en aquel momento
del mundo y de la sociedad cubana, materiali-
zada á su vez hasta el tuétano. Ya quedaba
muy lejos la edad lastimosa en que un Vanini
ardía en la hoguera [>or el crimen de filosofar
á su guisa. Tampoco [lodía tomarse como un
riesgo ni menos como disfavor, el mote de sen-
sualista, ó empírico, como también sedecia.
No poco habíase escrito en la Península esfia-
ñola en ese sentido, sin perjuicio de nadie, aca-
so porque, como lo asegiira Menendez Pelayo,
las doctrina.s, que él moteja de «groserías em-
<1> Id. V' »'
— 84 —
píricas» y compara auna lepra, ^cfueron la úni-
ca filosofla de nuestros literatos y hombres
políticos en los primeros treinta años del siglo
XIX» (1). Luz Caballero no se engañaba á esto
respecto, y así reconoció que suelen apelar los
sofistas <aal gastado resorte de pintar de mate-
rialistas á los verdaderos investigadores, ó al
menos de temibles sus doctrinas» (2)
A pesar de la fama de filósofo que alcanzó en-
tre los cubanos, es casi seguro que se descono-
cen en su propio pais los títulos, esto es, las
ideas, las doctrinas, que le aseguraron y le
conservan todavia tan grande como merecida
reputación. Su biógrafo, escritor de talento,
instruido y muy laborioso, hizo un esfuerzo
por exponerlas, pero redujo su tarea á forjar
algunas interpretaciones violentas y á zurcir
cierto número de aforismos; por cuyo motivo
pudo manifestar D. Marcelino Menendez y Pe-
layo que con haber escrito acerca de ól unas
cuatrocientas páginas (327), no suministra sin
embargo «datos suficientes para juzgar si fué
[)anteista (como generalmente se cree) ó filóso-
fo ortodoxo, como él se proclamaba» (3). El
(1) Heterodoxos— t. 3.*— p. 244.
(2) «Revista Cubana, tomo 6.' (<S79)— p. 277.— Lo que si parece
cierto es que se le atacaba por razón de sus doctrinas, en cuanto
éstas entrañaban la contradicción del estado social y político del
pais; al estremo de circular la especie de que debería suprimirse
su cátedra por inconveniente; pero esta enemiga no te manifestó
ostensible ni directamente por escrito.
(3) Heterodoxos, tomo 3."— p. 716.
— 85 —
Sr. Rodríguez escribió su libro fuera de Cuba
y no pudo leer al prepararlo, ó no conocía, los
escritos de Luz esparcidos y sepultados en los
periódicos habaneros desde 1838 á 1839, ni
las entregas de la Impugnación^ que conside-
raba «curiosidades literarias» (1); mientras
que indistintamente juntó y se empeñó en con-
cordar aforismos, notas y pensamientos suel-
tos, que pertenecen á varias épocas y proba-
blemente fueron en su mayor parte trazados a
vuela pluma ó como indicaciones marginales
en los libros que leia Luz Caballero; ó que con-
signó en elencos para clases que dependían de
institutos docentes del Estado. Lástima grande
es que José de la Luz Caballero no hubiera con-
cluido siquiera la Impugnación^ porque allí
de seguro habría quedado, aun cuando fuera
más ó menos toscamente, su doctrina com-
pleta, su filosofía propia. Lo que de aquel tra-
bajo nos resta autoriza para creerlo así y la-
mentar de paso tan desgraciado accidente.
Porque es indudable que él tenia doctrinas que
miraba como propias, y tanto, que en algunos
lugares de aquella obra emplea alusivamente
la frase «mis doctrinas.» y en la Advertencia
con que la precedió, anunciaba para más ade-
lante «pi'esentar al público una obra propia^
(1) Rodríguez — Op. clt — p. 100.
— 86 —
mente sintéttca^ en que «escogiendo su campo,
sus armas y sus fuerzas» pudiera dar á la com-
posición más unidad, nervio y laconismo» que
el «fatigoso camino» que había escogido para
refutar y desacreditar la pseudo-fllosofia cou-
siniana (1). Este fué su generoso erro.r. In-
capaz de sentir el vano prurito de gloria perso-
nal hizo entonces no más que lo que creyó con
veniente y provechoso parala juventud, sin
ignorar las dificultades, sacrificando sus per-
sonales ventajas y su mayor comodidad. Esco-
gió las lecciones del Curso de Gousin relativas
á Locke y se propuso anotarlas, no con la mira
de «ilustrar meramente su texto,» sino muy
particularmente de impugnarle con toda la efi-
cacia que estuviese á su alcance (2), sabiendo
que necesitaría de paciencia quien le acompa-
ñara por entre aquellas «espinas y malezas»
(3). Estalla persuadido de que se empeñaba en
«una tarea verdaderamente enojosa» para ól
y aun, en algunos conceptos, perjudicial; pero
creia deber purgar el suelo antes de edificar co-
sa alguna y para eso juzgaba necesaria una em-
presa que se le representaba, respecto a Cuba,
como una «obra cartesiana» (A). La Revista
(1) Rev. de Cuba, I, 0. — p, 269
Ci) Id. p. 208
{M Id. p. 268.
(4) Id. p 271.
— 87 —
de Cuba (1) reprodujo, salvándolas así de irre-
mediable olvido, las dos entregas de la Impug-
nación, que se reducen á treinta y siete notas,
en poco más de un centenar de páginas, á la
lección 16.* del Curso de 1829, por la que em-
pezó con motivo de ser la primera de Gousin
acerca del ^Ensayo sobre el Entendimiento
humanóla deLocke. Intentabarevisar y comen-
tar todo el Examen; porque, en su concepto,
era aquélla la obra del profesor francés á que
daban más precio sus mismos partidarios, y
además, «la única psicología propiamente di-
cha» que hubiera publicado, al punto de haberse
traducido en los Estados Unidos bajo el título
de «Elementos de Psicología por Mr. Gou-
sin» (2).
José de la Luz Caballero— por lo que revelan
las publicaciones suyas conocidas hasta hoy—
corresponde, como filósofo, á lo que pudié-
ramos llamar el tipo de transición. Contem-
plado en una faz de su espíritu parece un
hombre del pasado: contemplado por otra, pa-
rece un contenporáneo nuestro, que marcha á
la vanguardia, camino del porvenir. En su
tiempo las ciencias naturales, la física y la quí-
mica hablan tomado mucho vuelo. El espíritu
(1) En los tomos 6.' y 7.*
(2) Rev. de Cuba, t. 6.' p. 273.
-88-
humano quería reconstruir nuevamente entre
los escombros espaVcidos do quiera por el siglo
XVIIL Imponíase la necesidad de nueva sínte-
sis, pero sin tener aun á mano los elementos su-
ficientes. Se habia desvariado mucho sobre el
mundo y sobre todo, desde Pitásroras y Platón,
bajo el nombre de la filosofla. Se había anali-
zado también y se analizaba con paciencia el
mismo espíritu humano, desde Descartes. liOs
sistemas constructivos y arbitrarios de los Ma-
Uebranche y los Spinoza no satisfacían á la
razón. Sentíase que cada vez era más robusta
la misteriosa corriente que descendía como de
su íuentcí lejana, de las sabias indicaciones del
«instaurador» de la ciencia. Tanto pensar
inútilmente había impuesto la necesidad de me-
dir la fuerza y el alcance del pensamiento mis-
mo. Si el árbol se conoce por sus frutos, y si
la inteligencia entregada á si propia solo había
producido errores y quimeras ¿no seria acaso
impotente para conocer el universo? ¿ó acaso
no habria tropezado siempre con el error y la
ilusión por haber torcido el camino? En conse-
cuencia, inicióse la época do estudiar el instru-
mento para apreciar rectamente su valor y sus
límites; ó de aplicarlo en condiciones más efi-
caces. Aquel primer propósito fué el origen de
la filosofía crítica, que va de Locke á Kant, ca-
si directamente. De los resultados, las conclu-
siones de esa gran escuela, y del ejemplo de las
ciencias de la naturaleza, cuyo método cosecha
ba tantos y tan magníficos frutos, nació lafiloso-
lia contemporánea. Sí el hombre no tiene en sí
mismo la verdad ni el medio de llegar á ella por
si solo, si tiene que buscarla á un tiempo en 61
y fuera de él, la psicología no puede ser el fun-
damento único de la ciencia. Si consultando la
naturaleza, de determinada manera, se obtie-
ne' siempre positivo provecho y acrece sin ce-
sar el caudal de nuestro saber, y si somos una
parte del mundo en el cual estamos sumidos, el
únifco medio de conocerse v de conocer debe
ser el empleo cuidadoso del iiiótodo de las cien-
cias naturales. Cousin buscaba la verdad en el
espíritu humano y en los sistemas filosóficos,
en la historia del pensamiento y en la psicolo-
gía; es decir, en las lucubraciones individuales
y en el intelecto del hombre moderno, civiliza-
do y adulto; pero este es un hombre especial, y
los fundadores de sistemas fueron también
hombres especiales. Por esa via, en consecuen-
cia, no podía alcanzarse lo que llamamos la
verdad ni constituirse la síntesis total de los
conocimientos parciales, ó lo que equivale, la
filosofía científica. Investigar la naturaleza
humana consultando pacientemente todos sus
— 90 —
estados y manifestaciones— en el niño , en el
enfermo, durante el sueño, la enfermedad y la
locura,— empleando siempre el método experi-
mental j era lo que juzgaba Luz Caballero más
acertado f provechoso. Estudiar directamente
la naturaleza y el hombre, el universo y la hu-
manidad, ni más ni menos que como lo hace
en su esfera un físico, por medio de la observar
Clon y la eccperiencia^ era en resumen lo que,
siguiendo preceptor baconianos, recomendaba
aquel cubano eminente, desde 1838; porque, á
su juicio, conocer la historia de la filosofía, si
como todo estudio es conveniente y desde lue-
go útil en algún sentido, al cabo no es sabec si-
no lo que otros pensaron, es leer liljros, esto es,
—encerrarse en la esfera de la erudición, que no
es la de la naturaleza. Registrando papeles y
revolviendo archivos se aprende indudable-
mente; pero no se adelanta gran cosa en nues-
tro anhelo y necesidad de descifrar y someter
el mundo al humano imperio; y en cambio se
convierte la atención al pasado, distrayénd^a
del presente y el porvenir, se la empeña en des-
cubrir el pensamiento ageno, habituando proba-
blemente á descuidar el propio y debiUtar su ini-
ciativa, y á desconfiar de sus naturales fuerzas.
En estos puntos de vista se colocó para refutar
el Eclecticismo, desenvolviendo las anteriores
— 91 —
proposiciones, que lo acreditan, sobre todo si
se tienen en cuenta su pais y su tiempo, de
pensador genial y profundo (í). Puede afir-
marse, sin temor de exagerar, que es, por este
aspecto, un moderno, un miembro ilustre, aun-
que ignorado fuera de Cuba, de la familia de
los sabios europeos que. viniendo de Bacon y de
Locke, y pasando por Hume y Kant, han ido á
parar, bajo formas diversas, al positivismo
más ó menos idealista ó fenomenista. Los via-
ges que hizo por algunos paises de Europa, par-
ticularmente por Inglaterra, con la única mira
de curar sus achaques y de ensanchar sus co-
nocimientos, le colocaron en el teatro mismo
donde se iba realizando la gran evolución que
convertía el pensamiento á la ciencia positiva
y á la negación ó al escepticismo en lo que res-
pecta á la antigua metafísica. Como observa
con exactitud el Sr. Varona (2), Luz ese en-
contró con el mismo caudal trasmitido de ex-
periencias é ideas, que los sabios innovadores
del viejo continente.» Por estas circuntancias
pudo emanciparse por algún tiempo y en gran
parte del misticismo, del supematuralismo de
sus años de infancia y que lo mismo en Cuba que
en Europa estaba como imbíbito en el aire que
(1) Barique José Varoru-— í>>nr«r«;n''Li ÜUn^tíU^ñ — i^rímtru
{2) Id — p ti.
— 92 —
se respiraba en las escuelas. Guando no pare-
ce posible que hubiera leído los voluminosos to-
mos de Augusto Gomte, hizo respecto áia flloso-
íia en Cuba, papel semejante al que este mate-
mático desempeñó en esfera mayor; era yá, por
muchas ideas y por las tendencias y el espíritu
(le su enseñanza, un verdadero positivista. An««
tes que Stuart Mili, recomendaba él el método
inductivo, que seguramente aprendió en Bacon
y en el estudio de las ciencias. Ignorando, pro-
bablemente, los trabajos de Glande Bernard, si
os que éstos no fueran posteriores, se empeña-
])a en acreditar con preferencia y sorprenden-
te ahinco, el método experimental. En tanto
que nadie se ocupaba en el mundo fllosóflco do
la psicología, relegada á un lugar muy secun-
dario por el mismo Augusto Gomte, ó conside-
rada sólo como análisis del intelecto por el mé-
todo casi exclusivo de la observación personal
(') interna, él pretendía que debia estudiarse co-
mo parte dependiente de la fisiología, señalán-
dole además los caminos que son precisamente
los que han seguido sus cultivadores actuales.
Varona se asombra y entristece, legítimamen-
te, al |)ensar que por «la perspicacia de su in-
genio, aguzada en el estudio constante de las
obras más elevadas del humano saber, y el po-
deroso vuelo de su discurso fué LuzCa-
— 93 —
ballero en esto ángulo remoto del mundo civi-
lizado, un verdadero precursor de doctrinas que
hoy se predican con aplauso en los centros de la
cultura humana.» (1), y reconoce que «dotado
do una prodigiosa facultad de sistematización,
se dio clara cuenta del rumbo que tomaba la in-
dagación filosófica, y señaló de antemano mu-
chas de sus más importantes conclusiones» (2).
Por eso se expHca que, sin conocer las obras
de Herbert Spencer, sostuviera en la Habana
desde 1839 nuestra incapacidad de conocer la
causa primera ó de Dios, lo absurdo de preten-
der penetrar en el/^ou/>^í?^^o, la imposibilidad,
dados los medios do que disponía la ciencia, de
resolver sobre la naturaleza del alma, y que
creyera necesario y íitil atenerse ímicamcnto
á la investigación y descubrimiento do las
causas segundas. En perfecto acuerdo con
Hámilton, á quien admiraba muy de veras >
proclamó terminantemente que lo absoluto
no existe para el espíritu humano, lo que se in-
fiere asimismo de su noción un si es no es kan-
tiana de la experiencia y que más adelante he
de exponer. Creía que el mundo era una unidad,
en que todo se toca y abraza, como tangentes
y secantes (3); un como organismo, en que al
(1) Id.— p. Si.
(2) Id.— p. 22.
(3) Rev. de Cuba.— t. 0."— 3;v.í.
— 94 —
igual de lo que sucede en el hombre, <má8 bien
que armonía existe enlace y dependencia; di-
ferencia y siibor dinación, que nó contrapost"
ción de objetos ni especies, como que «no hay un
reino vegetal contrapuesto á un reino animal,
sino subordinado y enlazado con ól por gra--
doSj^ov escalones bastante perceptibles» (1).
Por lo mismo que tenia por impenetrables á
nuestros limitados medios de conocer, cuan-
to surgia en los horizontes de la conciencias ba-
jo el punto de vista de lo que dicen la esenciaj
todo le parecía maravilloso. Veía revelarse
en la materia fenómenos que ño puede dar de
sí y por sí la materia, por lo que distinguía de
ella, y en ella reconocía, fuerzas acttuintes
ó enérgiaSj que no hay que confundir con las
virtualidades 6 potencias de Leibnitz, que par-
ticularmente propuguó como entidades me-
tafísicas (2). Encontraba indiscernibles y pas-
mosos la sensibiUdad, el movimento y sobre
todo la vida (3), que se representaba como
«una causa general manifiesta en innúmeros
efectos particulares> (4), «una /w^r>ja que pro-
duce en el hombre todos los fenómenos vitales»
y «que aparece actuando diversamente, según
los órganos donde se nos presenta y los fines
(1) Id. tomo. 7."— p. 3(>
(2) Id. t. 6.* 550.
(3) Id. t 6.- 423.
(4) Id. t. ?.• 460.
— 95 —
que desempeña» (1). Alguna diíérencia pon-
dría él entre lo vital y lo inerte, entre lo
que llamaba fuerza, como la vida, v. g., que
calificaba de espiritual^ y lo que designaba por
el nombre de materia; pero no he alcanzado á
reconocerla. Tenia al liombre por una unidad
resultante del cuerpo y de aquella energía á
que comunmente apellida también alma; pero
soldados ambos por tan íntima manera, que se-
ria difícil no ya separarlos, sino distinguirlos en
su superior unificación. Más adelante quedará
algo más aclarado su concepto del alma, que
no ponia por cima del cuerpo; ya que para él,
como para Hipócrates, en la naturaleza <no hay
primero, ni postrero (2). Posible es que el es-
tudio de aquel antiguo y algunas ideas de la
escuela de Montpelier, así como las explicacio-
nes de Gall, por más que no siempre estuviese
de acuerdo con la frenología, que, aun cuando
en boga en aquella época, tenia por estudio to-
davía en mantillas, influyera en su modo de
pensar ó cuando menos en su terminología.
Cada hombre, cuando más, acumula el saber (le
su tiempo, y no puede pasar do ahí; por lo que
razona con el bagaje de noticias hasta él alma-
cenado y expresa comunmente sus ideas; por
medio de la nomenclatura ó el tecnicismo al
(1) Id t. 7.* 44.
(2) Id.— t. 6.' p. 333.
— 96 —
uso. Muchas de las que Luz profesaba están
expuestas en una lengua llana y hasta familiar
que desdice á ocasiones do la gravedad de la
filosofía, pero tal ¿diró impropiedad,? es hija de
su gusto, depende de su elección desacertada,
de preferencias ingratas; no así de su entendi-
miento tan claro y potente. (3tras veces podría
dudarse si el abrigó principios ó conceptos que
están ahora de moda y parecen recientes ó de
novísima creación, solo porque corren con
nombres insólitos y hasta bárbaros; ó porque
forman parte de doctrinas más ó monos sabia-
mente coordinadas; y que sin embargo estu-
vieron sin denominación propia en su discurso,
vivieron en ól como pensamiento, aunque no
resonaran como palabras; pues, como dice H.
Spencer, «existe una tendencia poderosa á atri-
buir cualquier doctrina á los que las han expues-
to últimamente y con ¡cierto brillo, tendencia
que produce impresiones falsas aun en los es-
píritus más ilustrados» (1). He creido necesa-
rias estas prevenciones para que pueda juzgarse
ct)n acierto, al travos de las indicaciones que
siguen, acerca de las ideas de Luz en psicología,
las cuales son la clave v el fundamento de sus
t/
doctrinas.
(1) Clasificación tic las Ciencias, porHerbert Spencer,— trad.
franc. de F. Hétjiord -ia7«.-p. 108.
— 97 —
VII. — EL PSICÓLOGO.
El hombre, en concepto de Luz Caballero, no
es más que un organismo sometido á la acción
de las fuerzas de la naturaleza, y producido á
su vez por una fuerza que lo vivifica. Ma-
nifiéstanse en el propiedades maravillosas, ta-
les como la sensibilidad y el entendimiento.
Colocado en medio del mundo, afectado ince-
santemente por él, necesita conocerlo y cono-
cerse. De qué manera?— La primera noción,
la noción de sí, de su individualidad, de su exis-
tencia, nace de una distinción. Se siente y
siente cuanto no es él. La ciencia toda no es
más que eso: una relación^ y una comparación;
€un cotejos: «todo comparado: todo compara-
tivo: anatomía comparada, fisiología compara-
da, historia comparada: en el cotejo^ en las
relaciones de semejanza y desemejanza^ ahí
está toda la ciencia humana-» (1). La verdad
no es, pues, algo que está en nosotros ó fuera
de nosotros; es una resultante, una relación,
entre el sujeto y el objeto y consiste en su con-
gruencia (2). Los instrumentos de la ciencia
son nuestras facultades ó propiedades sensiti-
vas é intelectuales. Su punto de partida es la
sensación. «El entendimiento del hombre antes
(1) «Rev. de Cuba,» tomo 6% p. 427.
l¿) nDiario (Je la Habana,» Oct. 29- 183^.
— 98 —
de las impresiones de los sentidos está como
unsiuna tabla rasa, in quanihü est depictum^^
sin que esto para Luz implicara la pretensión
de «privar al espíritu de su actividad natural;»
quería únicamente significar que ésta se ejerce
por el influjo de los sentidos. «Ideas sin senti-
dos — decía — prolem sine matre creatam; ideas
sin entendimiento — prolem sine patre crea-
tam (1). «Sin objeto, sin entendimiento y sin
sensación— añadía— no hay idea.» Esta cues-
tión del origen de las ideas, al cabo no tenía
para él sino valor histórico. En su tiempo vol-
vió á tenerlo bajo el aspecto científico, por ha-
ber revivido Gousin las ideas platónicas «bajo
ol estandarte del Eclecticismo.» El platonismo
afirmando la inneidad de las ideas motivó la
reacción aristotéhca, como el cartesianismo
por igual razón ocasionó la corrección de Loc-
ke. El ejemplo de la tabla rasa por otra parte, no
es en su pensamiento más que un símil, si bien
^exactísimo;» y por eso mismo sostuvo que el
principio aristotélico— iV^*A^7 est in intellectics
quodprius non fuerit in sensus— no necesita,
ha de la aclaración de Leibnitz — nise intellec-
tus ¿p^^?, «cuando no como quiera está suben-
tendido sino expresado en el axioma de Aris-
tóteles,» por lo que «no es falso» lo que ^firi»0
jl) Loe. ciU
— 99 —
el filósofo alemán, «pero sí redundante» (i). La
conciencia, que no es más que sentimiento^
sentir, no se demuestra; es indemostrable. La
sensación es por tal manera el postulado de la
ciencia (2). En la experiencia está supuesta,
implícita la realidad del mundo exterior, pues
que es ella <un compuesto cuyos elementos son
los objetos, los órganos y el entendimiento^^
de donde infiere que toda experiencia es <m-
tema en principios» (3), lo que desde luego se-
meja un concepto kantiano, sobretodo si se
recuerda que las ideas se constituyen, según
liUz, por el consorcio de los objetos, el enten-
dimiento y la sensación; pero esa proposición
suya no parece identificar la razón con la expe-
riencia, la inteligencia con la realidad; deter-
mina por lo contrario un procedimiento más
claro, más juicioso, acaso más acertado que el
que siguió la llamada filosofía de lo absoluto.
Si estas indicaciones convienen al caso, vendre-
mos á cuenta de que quizás es este el único
punto por donde pudiera colegirse, como se ha
pretendido, que en él infiuyeran determinadas
doctrinas alemanas; sobre todo si los que así
creen se limitan á sospecharlo de las de Kant,
mas nó de las de sus sucesores; del criticismo (}g
(t) Loe. cít.
(«) «J^evista de Cuba,» lomo 7, p. 51
i3) h&S'. ci^ '^ •
— 100 —
aquél, no del ontologismo de éstos. El espíritu,
, conforme pensaba Luz, parto de lo exterior y á
ól vuelve. Comienza con la intuición, observa,
experimenta, induce, y prueba su acierto ó co-
rrige sus errores por la deducción ó el silogis-
mo, pero repitiendo sus observaciones. Su
punto de partida, pues, se confunde con su pun-
to de arribada: la experiencia. Si la verdad es
una, pues que siempre consiste en la relación
de congruencia entre el sujeto y el objeto,
entre la idea y <^la realidad de las €osa^> (1),
uno también es el método para buscarla: el mé-
todo experimental^ cuyo procedimiento es
analílico y sintético, consiste en el análisis
y la síntesis. Siendo como es la naturaleza
muy compleja, «es menester rodearla para
vencerla: si nos empeñamos directamente
queriendo adivinar en vez de observar y se nos
escapa,... y si queremos limitamos ala simple
observación sin todos los cotejos y confrontas
imaginables, nunca llegaremos á penetrar cier-
tas leyes que siempre se presentan complicadas
con otras muchas: ella misma nos está dicien-
do: ^divide ^et impera. i^ En <\di ciencia del
hombre jy> donde <las leyes que en los fenómenos
aparecen)^ .... son demasiado complicadas, «es
menester buscar medios de abstracción^ de
(1) Ideo, t. 7, p. 3S.
— 101 —
paración, que es conditio sine qua non de nues-
tro débil entendimiento: para sintetizar bien,
primero analizara (1). ¿Podemos, empero, ana-
lizar nuestra conciencia, nuestro espíritu? ¿Exis-
te propiamente la observación interna? ¿Es
pop ventura la conciencia criterio de verdad?
¿Tenemos en nosotros eso que Schélling llama-
ba intuición intelectual^ que es como «la re-
velación divina» en nuestra alma, la intuición
simple y directa do lo absoluto, ó sea la identi-
dad de los contrarios, trasunto del éxtasis ale-
jandrino; eso que el Kraussismo denomina,
por modo análogo, intuición de la razón, co-
mo órgano de las cosas suprasensibles , á la
manera que los sentidos son órganos de las co-
sas sensibles? Según sea la respuesta que se
de á estas preguntas, así se tomará uno ú otro
rumbo, y así también se llegará á consecuen-
cías que pueden ser diametral mente opuestas.
La afirmativa funda en Ja psicología la ontolo.
gía. La negativa destruye la ontología y pre-
para la ciencia. Lo primero es al cabo la rf/a-
/¿c/¿ca, la edificación del universo por la lógi-
ca, la construcción puramente ideal del mundo,
la confusión de la ciencia y de la metafísica,
y el imperio soberano y fantástico del razona-
miento: era toda la Edad Media filosófica y es-
U) Id.— t. 6' p. 429.
— 102 —
toril y es una herencia, el virus hereditario del
pensamiento. Lo segundo es la investigación,
el descubrimiento, el esfuerzo lento y sosteni-
do que escudriña la realidad, consultándola
constantemente, que desdeña las entidades por
los hechos, que coordina y no inventa, que se
desentiende de la ontología y va produciendo
la ciencia: es por lo mismo el porvenir, y tam-
bién la higiene de la inteligencia. Luz Caba-
llero tomó por este rumbo. Forzosamente de-
bía combatir á Victor Gousin, que enderezó
sus pasos por el otro, creyendo así encontrar
toda y la "verdadera filosofía. Se jactaba el
elocuente discípulo de los alemanes, de haber
descubierto la clasificación exacta de las facul-
tades humanas, á las que señalaba su respec-
tivo círculo de acción, en la entidad una y tri-
na del espíritu. La primera, y condición de
las otras, es la voluntad, ó «actividad vo-
luntaria» . La segunda y esencialmente pasiva
es la sensibilidad; la tercera — <la facultad de
conocer, á que designa diversamente: <el enten-
dimiento, la inteligencia, la razón, el nombre
importa pocoy> (i). Esta facultad tiene el en-
cargo de ^concebir verdades de órdenes di"
/erentesj y entre otras, verdades universaHes y
necesariasy^ que suponen en la razón, adscri-
(1) Du Vraié^ (tu Beav cf- (íu Bíen^ par Victor Gousin. — -Pi-
ris— 18d5— p. 32,
— 103 -
tos (attachés) á su ejercicio, principios énté^
ramente distintos de las impresiones de los
sentidos y de las resoluciones de la voluntad»
(1). Pero es «lo propio de estos principios el que
retlexionando cada uno de nosotros reconoce
que <^los posee pero que no es su autora . «Los
concebimos y los aplicárnosla; mas «nó loscons-
tituimos» (2); ni derivan «de la sensación va-
riable, limitada, in^apa^ de producir y autori-
zar nada universal y necesario» (3). La con-
ciencia «noloscrea;> «hace parecer /í^^^w^í^^;»
queda por tanto obligada á ser im testigo (4),
una especie de espejo para la razón, para que
la razón vea en ella y por ella las verdades ab-
solutas (5). Gousin llega á la consecuencia,
que cree también necesaria, de que «la verdad
esta en mí y no es mía», y que «así como la
sensibilidad me pone en relación con el mundo
físico, así otra facultad me pone en comunica-
ción con verdades qu^ 7io dependen ni del
mmido ni de mí. v esta facultad es la razón»
(6). Tal clasificación de las operaciones menta,
les, por lo que afirma Gousin en una nota (7),
donde la declara envanecido ^notre oiwrage^>
se adoptaba generalmente y constituía en aquel
(i) Loe. cit,
Ki) Op. eit p. 30.
(3) Op- cit p. 30 V 31
(4) Op. Cit p. 'á'¿!
(5) i»e cit.
(6) op eit ps. 31 7 '¿t.
(7) Op. cit p. 2».
ir:.
— 104 —
tiempo <le fondde la psychologie> ^ la que á
su vez era el fundamento de la metafísica. LUz
Caballero impugnó con penetración y algún
detenimiento todas y cada una de las anterio-
res proposiciones de Cousin. A la trinidad
cousiniana del espíritu, opuso su unidad: á su
libertad esencial, opuso su dependencia orgá-
nica: á la diversidad de medios de conocer el
medio único de la experiencia: á la distinción
facultativa déla sensación, la voluntad y la
razón, la gradación de las manifestaciones di-'
ferentes de un organismo, cuya cualidad fun.
damental es la sensibilidad: á la autoridad de
la conciencia impuesta dogmáticamente, la fa-
libilidad y la limitación de la conciencia, pro-
badas por los hechos. En vez de ver en la
conciencia sólo un testigo, notaba que ei'a ella
conjuntamente o£tor y parte (1). En vez de
considerar la conciencia como una facultad
veía en ella «un fenómeno concomitante» res-
pecto á los demás fenómenos mentales (2) y
aún, que en algunos de estos dejaba de serlo, ve-
riflcándese entonces actos y operaciones en su
ausencia más completa. La conciencia, en el
orden humano, venía á ser para él como una
base, como un antecedente preciso para cier-
(1) Rev. de Cuba— tomo 6— p. 334.
(2) Id.— p. 522.
— 105 —
tas íunciones; pero nó la causa del raciocinio,
ni una facultad especial para raciocinar^ sino
^motivo, antecedente, condicióm^ (1): <El he-
cho de conciencia analizado no es más que el
liecho de sentir. Todo cuanto pueda avanzar-
se en la materia es afirmar que la conciencia
acompaña á los demás fenómenos intelectuales»
(2). Al examinar el hecho de conciencia, Gou-
sin, imitando en cierto modo la tricotomía hege-
liana, descubre en él una especie de trinidad:
la sensibilidad, el entendimiento y la voluntad,
que identifica con la actividad. Observa Luz
á este respecto que «pone al intento sus ejem-
plos>, y que <en todos ellos lo que se descubre
es que el hecho de conciencia siempre acompa-
ña ó sirve de base á los demás hechos intelec-
tuales sin variar de naturaleza, ni siquiera
modificarse»; pero que Gousin no analiza^
porque no puede analizarse el hecho de con-^
ciencia; ... lo que hace es analizar el hecho de
conocimientoy^ (3). Considerado el hecho de
conciencia psicológicamente nada hay que de-
cir sobre el, observa Luz, «que no esté reducido
á la simple enunciación de un acto, que ni aun
enunciarse debe por ser un verdadero posttUa-
do de la ciencia» (A). Al modo como «una mis-
il) Id.— p- 53.').
(2) Id,— p 337,
(3) Id.— ps. 337 y 3'i8.
(4) Id.— p. 422.
— 106 —
ma causa produce efectos variadísimos y aun
contrapuestos en la apariencia, según sus gra-
dos de energía, mientras otras veces se diver-
sifican los efectos diversificándose los instru-
mentos de que se vale la misma causa general,
viniendo á ser estos instrumentos como causas
secundarias respecto de la primaria general»,
así nuestras funciones físicas y psíquicas y la
conciencia misma no son más que manifesta-
ciones, los efectos por donde se revela la catísa
general á que llama Luz la vida; pero cada
una de aquellas funciones «está desempeñada
por un órgano que constituye á la función mis-
ma diversa y enlazada con las demás» (1). Pen-
saba que «todas las analogías nos llevan á su-
poner, á creer por una irresistible inducción^
que funciones diferentes se verifican por me-
dios ü órganos diferentes,» que es tan inven-
cible «la tendencia de la ciencia á la localiza-'
ción^y^ cuanto que se observa que hasta el
desempeño de una sola función se compone de
los desempeños particulares de otras que le es-
tán como subordinadas, ó que son componen-
tes de la función principal;» pero localizada
cada función inferior, al punto que se ve-
rifica por cada parte del órgano destinado á ese
efecto: «de suerte que el mismo órgano es
(1) Id.-p. -UÍ3.
— 107 —
menester considerarlo como un conjunto de ór-
ganos»: la función de la visión— por ejemplo
— <no puede verificarse sin que vayan previa-
mente realizándose una serie de funciones sub-
ordinadas por cada parte del complicadísimo
órgano del ojo, de este verdadero conjunto de
órganos, á cada una de cuyas partes está con-
signada una función peculiar»;.-, pero efec-
tuado el funcionamiento todo hasta que esló ya
«pintada la imagen,» «no se verifica sin em-
bargo la visión j si está paralítico el nervio óp-
tico: luego (dos consecuencias forzosas)—!.*
esta gran función compuesta, ó que lleva por an-
tecedentes tantas otras funciones menores, está
rigurosamente localizada^ reducida á ser de-
sempeñada por este punto del organismo; —2.*
cada una de dichas funciones menores compo-
nentes está asimismo desempeñada por cada
parte de órgano que le corresponde, estricta-
mente localizadas (1). Creía que «en todas
estas funciones menores hay una fuerza, su
puesto que los órganos por sí solos no las ve-
rifican; y todavía, aun los mismos fenómenos
puramente físicos que tienen lugar hasta en
un ojo muerto, no pueden efectuarse sin que
medien ciertas fuerzas»; luego, llegaba á la
inferencia de que se necesitan condiciones de-
(1) Id.-ps. 423 y 42i-
— i08 —
terminadas para que las fuerzas, «aun siendo las
mismas, se manifiesten produciendo determina-
dos fenómenos, y no otros» (1). Y lo que según
Lu^ ocurre en el caso de la visión, también g}e
realiza en los demás fenómenos de la vida y, por
tanto*, en los de orden psíquico: «diferentes fun-
ciones, de todo punto diversas, pues órganos
diversos,» esta era su míZwmcí^ (2). Por algu-
nos aspectos podría sospecharse de las indicacio-
nes precedentes que Luz nos hacía entrar en
plena frenología; pero no es así. De la hipó-
tesis de Gall no aceptaba sino lo qde juzgó como
«la gran inducción que sirve de base ó pun^
to de partida á su sistema frenológico"^ (3).
Para prevenir toda confusión, puso una nota en
este mismo punto del fragmento que tengo á la
vista, la cual es como sigue: «No se crea sin em-
bargo que sustentamos todas las ideas de Gall en
cuerpo y alma, pero la base de su inducción nos
parece inexpugnable.-^ Esta afirmación tiene
visos de verdadera, como, según los razona-
mientos que expuso, debe ser asimismo legíti-
ma la creencia que abrigaba ya que en nuestros
dias se confirma más y más. Dice G. Sergi, sa-
bio profesor de Antropología en la Universidad
de Roma, que á su juicio parece ser la localiza-
(t; Id. p. 424.
(2) Loe. Cit.
13)
Rcv. de Cuba, t. 6 •— p. 548.
— 109 —
<3ión cerebral una concepción fácil y aun natural
(se entiende, por supuesto, al presente) «porque
no se puede suponer que el cerebro en masa
realice de una vez todas esas funciones ó que
deba ser excitado por entero con motivo (|e una
sola función> (1). ¿Pues que otra considera-
ción palpita en el discurso penetrante de Luz?
Hoy mismo abundan las hipótesis y no falta
(jfuien piense que no se ha obtenido de los inge-
niosos y pacientes trabajos délos experimenta-
dores «ningún resultado positivo y cierto» (2);
pero es innegable que la teoría de las localiza-
ciones cerebrales gana terreno en la opinión de
los sabios: todavía, á pesar de las objeciqnes
que se han alegado, casi nadie duda de la loca-
lización del lenguaje; muy al contrario, y las
observaciones de Richet, lejos de infirmarla,
confirman la general acquiescencia: «creo —
dice aquel insigne fisiólogo— que la localizacicm
del lenguaje en la base de la 3."" frontal es un
hecho establecido muy sólidamente y de un mo-
do muy suficiente» (3).
Luz Caballero, que era, no «profano aficio-
nado como él escribía con modestia suma (4),
sino muy versado lo mismo en la física que en
(1) La P^ychologie P/ii/*ío?Oí'íí?t^.— Paris.— 1888.— p. i3í.
(2) Id —p. 132.
(3) Id.— p. 133.
14) Rev. de Cuba, tomo 6.*— p. 423.
— lió-
la fisiología (i), afirmaba, en consecuencia,
que cno puede verificarse fenómeno ninguno
intelectual, ó mejor dicho, do la vida de reía--
Clones j sin un cerebro competentemente orga-
nizado (2). Difiriendo de los eclécticos ó espi-
ritualistas, entendía respecto á la conciencia,
el entendimiento y los demás fenómenos psíqui-
cos, que «á esas funciones corresponden cier-
tos órganos;y^ que «todas las operaciones» doi
espíritu «son distintos modos de sentir, desem-
peñados por diversos instrumentos y siempre
por el mismo agente» (3).
El fundamento y el punto de partida de su
doctrina son los mismos que en la de Locke, á
que él denominaba la filoso fia de la experien-
cia (4). Entendía que «la escuela de Locke cie-
rra las puertas á toda tentativa ontológica;
pero las abre de par en par á todo medio legi--
timo de investigación (5). Se contaba entre
«los sucesores y verdaderos contintmdores de
Locke», y en corroboración decía seguidamen-
te: «Así es como por sus pasos contados hemos
«venido á considerar á la psicología, ó ideólo-
éngía, llámeseles según se quiera (6), como un
«capítulo de la Antropología, ó ciencia del
(1) Rodriguez.-M>p. cit — p, 223.
i2) a«»v. de Cab»,-»-t. ;$."— p 545.
(3) Rev. de Cuba.-^t. ,9 ''— P- 540 .
<4) Id.~t. 7.*— p. 47(J.
j(5) Id.— t. ?.•— p. 477.
ia) Id,-t. 6 °-p. 33«:
— 111 —
^hombre propiamente tal; pues pai^a obtener
"^la síntesis á que siempre aspira el entendí-
'demiento humano, se hace forzoso ver los fe-
'«nómenos en todo el enlace y armonía que po-
^damos alcanzar; lo que no se consigue sino
«estudiando y proñmdizando las acciones que
«pasan en el hombre, que es un compuesto in-
€divisible de materia y espíritu (1); y sólo la
€ fisiología puede gloriarse de haber contenv-
apiado las cosas bajo su verdadero punto de
"avista (2); así, pues, la ciencia de la vida inclu-
«ye dentro de su jurisdicción las importantes
^apariciones que se suceden en el cerebro^ par-
óte principalísima del mismo hombre: grave,
«importante, dilatado es el capítulo de la cien-
«cia que se ocupa en anotar las leyes del enten-
«dimiento; empero, esas circunstancias no le
«eximen de ser un capítulo, una parte, mva
^dependencia inmediata del gran tratado de
€la vida: este estudio es el que iloslrándonos
«sobre los verdaderos resortes de los fenóme-
«nos, será de más directa y eficaz aplicación á
<fa morai^ revelándonos así la misma, rnutu-
^raleza lo que sea doMe practicar y evitar d
ii) Entena por «•piriiu O ai«kJu— los íesOtDe^M^e de ia vida r
la íueixa «us los p«x>luce. &er <le €uin Ie. 6 ' t 7 ' pas9iMu <L»
cau«a^áo£ efectos qu^ WarmmoBidcsbs »Kev deGoln — t. 7.*—^. Si.
\^) «La fLsiologia es el fundaae&to de toda SiáGolofbu y F<^
co&«miieate úe toda ^loso^a racs^oftaj y MoraJ » TL de Ciíl>a.^l. €.*
p. 33L—
— 112 —
€las fuerzas de la humanidad* (1); por eso
líos meramente psicólogos* no eran — en su
opinión — los verdaderos sabios, sino Xo^ípsicó-
logos-fisiologistas.» El investigador de estos
fenómenos para estar en lo cierto tenia que vol-
verse fisiólogo. «En este terreno, pues, —
afirmaba con la resolución y la clarividencia de
un profeta-^^^tó forzosamente la actualidad
y el porvenir de la ciencia (2). Pero para que
la psicología, como las domas ciencias morales
y así también las políticas, pudieran realizar
los mismos adelantos que las físico-naturales,
indispensable era para Luz Caballero que adop.
tasen el mismo método; porque, así como la
verdad es una, uno solo es el método para en-
contrarla: «La ciencia^ como la naturaleza^
^no e^ más que una: dividimos para entender.
«No pudiendo el hombre comprender cuando
«declara la naturaleza simultáneamente mu-
«clias de sus leyes, es forzoso que amoldemos
«artificialmente ciertos casos, ó aprovechemos
«los que se nos presentan, en donde veamos
«aislado un fenómeno, obligándola, por decirlo
«así, á dar una sencilla repuesta á una sencilla
«pregunta» (3). La ciencia, por consiguiente,
está en razón de la experiencia: «para saber,
(1) Rev de Cuba.— t. 7 '-ps. 411 y 478.
(2) Id.-p.
540
(3) Loc.cit.
— lia —
Lien ó maU es íorzoso r\*í^^r^rM*ir^oAh í HO o\^
jmnienta poco, se sabo \\(>vi) y \\\\\\\ h\^ \\\
porimenta mucho, se sabo inuoboy blon* (1),
El método que rocomontla bu, oonit) o| iIhÍmm
propio de la investigación, os iú intinotii^n, MI
saber, ó la ciencia, consisto on «V(M*lrt mm\ m
ol todo y en las partos;» partt nntOMH prMMJísíu
descomponer y luego compones ó mí[i\mi'
el análisis y la sínte«Í8 (2). AmWmt' m ní^-
traer y separar: pero ^(mnumUnmiUi nn w fií^
tinguen la observacíí>n y \h '(Uf'pffrimmlaf'ióit^ff
pues aquella <m íiu$tatim imí oí/jM^^ aUi hm^i
<de la naáMMT^eim íjamj ^¡^Amí^u ^'/)m^ *mS^^/j64ám
«uno ó mkm> 'kmsfm^mm^ ^fm ^ p^é^amá^^ ^'^^
— 114 —
«traemos el aire^ para graduar lo que en el
«retardo de la caída de los cuerpos influye su
«resistencia, y así 'distinguimos por esta sepa,
«ración no solamente lo que se debe á la mis-
«ma densidad, sino á la figura del cuerpo des-
«cendente. En una palabra, la oxperimenta-
<(ción es una especie de abstracción reolizada
«en las cosas; es dividir materialmente para
«conocer el objeto en su totalidad^ para saber
«todo lo que hay, y cómo está en el» • . . «para
«encontrar la verdad; porque como decia Pla-
ntón:— ¿no es encontrar la verdad el hallar lo
que á cada cosa pertenece?)^ (1).
Sostenía Luz que á todas las ciencias pue-
de y debe aplicarse el mismo y único mé-
todo, — el método inductivo, que consideraba
tan racional como experimental^ y tan ex--
perimeníal como racional (2). «La ra^ón
misma— decia— formó la física como forma
cualquier otro sistema de conochniento; y la
experiencia forma el derecho así como crea la
química) eso sí — añade — no todos los experi-
mentos, ni observaciones se hacen con máqui-
nas y cacharros; pero es menester siempre
instituir experimentos y observaciones^ y es^
tos siempre se practican con los sentidos eo)"
temos é internosy> (1). Aunque algunas cíen-
(1) Rev. de Cuba— t G.— p. 4-37.
(2) Id. p. 546,
— 115 —
cías por su objeto mismo no so prestan á la ex-
perimentación, «sino tienen que restringirse
dentro de los límites de la observación ^^^ apro-
vechan los experimentos hechos en otras cien-
cias, — como p. e. la astronomia respecto dé la
física: «lo mismo sucede en las ciencias mora-'
les^ porque también son conocimientos ad-
quiridos por observación^ con la particularidad
que á veces se necesitan años y aun siglos para
recoger las observaciones ó llegar al resultado
(le la experiencia: en este sentido — agrega
I^uz— he dicho en otra ocasión que la Legisla-
ción es más experimental o^(^ la misma Física.
Así acontece con las ciencias médicas y muy
señaladamente con la Fisiología, en la cual se
halla el grande inconveniente de no poder en-
tablar experimentos sin destruir el objeto ma-
terial de la misma ciencia». Infería de aquí
(Xue en algunos casos era imposible la experi-
mentación, al menos por les medios conocidos^
por cuyo motivo «tenemos que esperar á que
el tiempo nos vaya presentando las observa-
aciones, > circunstancia en que veia «una de las
causas de la lentitud de! progreso en ciertos
ramos interesantes, á pesar del ahinco de los
investigadores» (2).
Por las mismas razones expuestas afirmaba
(1) Loe. cit.
(2) Kev. de Cuba t. 6 p i28.
— 116 —
que «ni aun puede graduar el que introduce
un nuevo instrumento, ó una nueva senda de
observación en l^ts ciencias, hasta donde irán
á parar los descubrimientos que con el se ha-
gan.» De ahí que respecto de laFisiologia ven-
ga a veces <muy oportunamente la patología
á suplir la falta en que labora aquella, con los
hechos nuevos y contrapuestos que ella le ofre-
ce;» pareciéndole que «la patología estaba como
«encargada de practicarle á su compañera la
«flsiologia los experimentos de que tiene nece-
«sidad;> «ya que estudiando al hombre enfermo,
«no solo le conocemos como tal, sino que le pe-
«netramos mejor como sano. . . porque lasenfer-
«medades sustrayendo unas causas, y poniendo
«ó exacerbando otras en nuestro organismo^
«hacen desaparecer ciertos fenómenos y provo-
«can otros que dan luz sobre los que antes, en la
«salud, ó no entendíamos absolutamente, ó en-
«tendíamos muy mal: aquí está, pues, revelado
«rigurosamente el secreto de la experimenta-
«ción: que nos aisla y simpUflca los efectos, que
«los detiene^ por decirlo así, para que tengamos
«tiempo de observarlos con aquella separación,
«y podamos de esta manera sorprenderla cau-
«sa, que hasta entonces se escapaba por no ha-
«ber modo de aislar y detener los efectos» (1).
(1) Loe. cit.
— Hl^
Con fundamento, pues, pretendía Luz que os
la ciencia del hombre sano la que á un tiempo
se estudia á la cabecera del enfermo, como que
tampoco es la psicología privativa de los sor-
do-mudos la que se estudia en los fenómenos
especiales que presentan estos, «sino la ciencia
del entendimiento de los hombres completos,
ilustrada por los hechos de los hombres faltos.»
Convencido de la propiedad de estas reflexio-
nes, proclama que vale más un experimento
que todos los raciocinios (1), y ya desde el
año 1839 escribía en los diarios de la Habana
hasta setenta columnas demostrando cual es
el verdadero método é inculcando con insisten-
cia las ventajas de su aplicación. Recomenda-
mos que se estudiara primeramente la física,
con las matemáticas, la química, y luego las
ciencias naturales. Conocidos estos ramos de-
bía emprenderse el estudio de la Antropologia^
que «tiene por preliminar la fisiologiay^^áela
cual la psicologia «no viene á ser propiamente
más que una sección» considerándola por tal
motiYO como imsi ciencidL positiva (2). La an-
tropología «es la introducción obligada de la Ló-
gica, de la Moral, de la Legislación, déla Eco-
nomía pública; en una palabra, de la Filosofía
(1) Rev. de Cuba.— t. 6.°— p. 530.
(2) Rev. lie Cuba, t, 7.'— p» 51.
GstríctaiTiente dicha, ó sea, las ciencias moí^á-'
les» (1). A todas estas ciencias ha de aplicar-
se precisamente el mismo método, el método
experimental— la observación y la inducción.
Declaraba impotente, estéril y perjudicial el
llamado psicológico: «la conciencia — decía —
[)ara constituir la ciencia aun de los mismos
fenómenos internos. . . tiene que venir á dar for-
zosamente con la piedra de toque, con la im-
prescindible experiencia exterior^ sin cuyo
sólido cimiento in vanum laboraverant qui
aedificant eann (2). Prevenia contra el empleo
del método matemático, advirtiendo cómo han
sobrevenido gravísimos perjuicios por el error
(le aplicar «las doctrinas generales de la can
tidad, de unas teoriasque descansan en un su-
puesto, en que se prescinde de la existencia,
como sucede en las matemáticas, á las existen-
cias reales de las cosas; » por que «el matemá-
tico no tiene que demostrar qué es^ sino qué de-
be ser:y> su ciencia es de pura demostracicki y
no como aquellas otras «en que se trata de de-
mostrar existencias;» y que por esta razón no
pueden limitarse al razonamiento y los sirpios.
«Así— observaba — por este camino se han per-
dido los metafísicos con sus principios á priorij
(1) Id. 1. () - 4'JI.
(2) Id. p. :U4.
óuando rigurosamente no lo son ni aun tog
mismos que emplean los matemáticos^ como
es facilísimo convencerse, pues como decia
Aristóteles (Phys. 11-2. y Met. p. 213)— «por
considerar la cantidad aparte, no pueden ellos
hacer que subsista aparte, ni convertir una
distinción lógica en una separación real, y su
abstracción no pasa nunca do abstracción.*
Reconocía Luz que este principio echaba abajo
«toda metafísica en el sentido que se ha dado
d esta palabra j i^wes entendiéndola como las
tíltimas consecuencias á que llegamos especu-
lando sobre las mismas observaciones á que
nos provoca la naturaleza entonces formará
*
una parte real y efectiva de los conocimiím-
tos humanos^ — meta-^fisica, es decir después
de la física^ ciencia á que arribamos en virtud
del estudio mismo- de la grande obra del uni-
verso» (1). Mas adelante se verá con mayor
precisión el correcto y sorprendente concepto
que tuvo de la Metafísica, y que acaso un mh'u)
de hoy— un Littré, un Tindall, un Du-Uoin-
Reymond — no desdeñarla ; y no debo parocfir
inoportuno el señalar desdo luego ol bocho díí
que es actualmente moneda corríonüi ííuirn
filósofos ingleses de primei' órdí^n Iíj opiniíni
acerca de las ideas matíímíiti^íJH siislíínl/id/i
(1) R. de Cul>a —lomo '<"— p 4//.
— 120 —
por Luz desde el año de 1840, y no tomada pre-
cisamente de Locke, sino— como se ha visto —
inspirada por Aristóteles, como también que
desde antes de aquella fecha sostenía las ven-
tajas de un orden gerárquico de las ciencias,
algo análogo á la clasificación comtista, aun-
que probablemente fué debida al estudio de las
obras de Verulamio.
Únicamente procediendo con paciencia y em-
pleando el método experimental, se constituye
la ciencia, la verdadera ciencia, la que descu-
bre, no la que inventa. Después de ella, por
ella y fundándose en ella ha de venirla Meta-
física; pero jqué entendía Luz i)or Metafísica?
«La Metafísica propiamente (decia) se reduce
«á aquellas consideraciones especulativas, ó
«parte trascendental á que nos conduce el mis-
«mo estudio del universo. Si cambian núes--
€tras ideas acerca del mundo y sus fenóme-
<f^noíí^ por virtud de los nuevos descubriraien-
«tos, cambian igualmente nuestras ideas
^acerca de la causa primera y de todas las
^cuestiones ontológicas.-í^ «Este modo de ver,
«apunta Luz, no se escapó al grande Aristótc-
«les, quien á cada paso hace entrar á la física
«en la judisdiccion de la metafísica, y al con-
«trario:— son estos ramos tan relacionados y
«dopondiontcs, que pueden y deben conside-
— 121 —
<rarse como una sola y misma ciencia, siendo
«la primera quien presenta los hechos^ y la se-
«gunda la teoría de esos mismos hec?iosy> (l).
Es evidente, según se vé, que consideraba la
metafísica como una teoría general del univer-
so, como la filosofía de las ciencias, á que de-
signaba también por «la filosofía de la expe-
riencia», ó «ía física del universo'» (2). Para
alcanzarla, puesto que es en sí misma un resul-
tado y una conclusión suprema, es necesario ir
despacio, y resignarse á un como agnosticis-^
mo^ á confesar á veces la propia ignorancia, a
decir ante ciertas cosas: «yo de eso no só na-
da*, para evitar el error, la contraflicción y la
paradoja» (3).
Su concepto de la psicología y su propio mr'í-
todo le llevaron como por la mano á negar lo
absoheto como entidad y existencia, y la Onto-
logia como ciencia. El hombre no puede cono-
cer las esencias:y\di Ontologia, ó trata del ntlr
en general, <> «del Ente por excelencia»: 8i de
lo primero, queda reducida á la ])V(}\)(mr\f)\\ ^'x-
guiente ú otra que equivalga: *todo ente (!X in-
te, ó todas la 3 cosas se parecen en una r.imx^
en la existencia, dado que el nníco punto de
clasificacií'm para todos los sore« en la i*\\%\(*>U'
(H Rev. litó Cuba.— t. T.' j».
Kt) Id —p. 3-ii.
fi) Id. pa UiO y '.íl
- 122 -
cía)>. Y, entonces, se pregunta Luz: ¿se le ocu-
rrirá á nadie que esté en su razón, rationis
compos^ formar una ciencia del ser, ó de los
seres, como ser?; nó — responde; — «por que ese
punto de clasificación nada enseña», ni nada
dice tampoco. «Si para conocer, pues, los se--
^res — continúa— tengo que entrar eü el estu-
«dio de cada uno, y de cada aspecto bajo el cual
«pueda ser mirado el mismo ente, ó la clase á
«que pertenezca, claro está que el conocimien-
€to de los seres será el objeto de otras tantas
«ciencias especiales, de todas las ciencias hu-
«manas; en una palabra. Dios, el mundo y el
«hombre. Luego por este lado no puede cons-
«tituirse la Ontología. Veamos ahora si pue-
«de fabricarse por otro , que es el segundo
«miembro de la alternativa propuesta. Si la
«Ontología versa acerca del Ente por ex-
«celencia, entonces, abandonando sus pre-
«tensiones al ente en común, so convierte
«en la Teología natural^ ó ciencia de Dios,
«hasta donde alcancen las luces de la razón;
«pero aún viniéndose á refugiar en este asilo
«la mal parada Ontologia, no puede hallar ri-
«gurosamente cabida; porque, en primer lugar,
«á Dios no le podemos concebir sin atributos ó
«proi)iedades, como no puede menos de succ-
«der al enlondlmionlo humano respecto de
- 123 --
€Cumio existe; de suerte que la ciencia q\íé
«tengamos de Dios, cualquiera que sea, más ó
«menos limitada, forzosamente ha de recaer
<sobre sus atributos, v entonces ni aun la cien-
«cia de Dios lo es en cuanto ente ó ser mera-
<mente tal; luego no es en rigor ciencia ontoló-
«gica. Tal es, en efecto, la propensión, la ley
«del alma humana, que todo hombre se figiu^
«ó concibe al Ser Supremo, según los datos ó
«modelos que le ofrece la misma naturaleza á
«su propio entendimiento, fingiéndoselo muv
«corporal el hombre salvaje, y muy espiritual
«el civilizado, cada cual á imagen y semejan^
€^a de sus concepcionesi^ (1). En otro lugar
afirma que «conforme son nuestros conoci-
mientos de la naturaleza, así es nuestra idea de
Dios, sujeta siempre á la naturaleza» (2).
Pensaba que Dios no se conoce por intui--
ción (3), sino que es una inducción del es-
píritu del hombre; que la experiencia es «el
único medio de llegar á Dios>; que su idea
por tanto no es innata^ sino adventicia; por-
que <no hay rigurosamente absoluto para la
comepcióH humanáis (4); por lo contrario,
declaraba, de conformidad con Hamilton, que,
(1) Kev. de Cuba.— tx>mo 7.'— j*s. 330 y 3:íT
Kt) ]d ioujo. ü.*— p 331
(3) hiüTíO de Ja Haiiáiía, tv <X-t. 1^3^.
14) Rtv. de Cui»a luiüo 6 '—p 'áii.
_ 124 —
al igual de lo infinito, lo absoluto es inconcehi-
hlCy ó «cuando más, es el término de las reía-
Clones (1). ^
Sustancia, accidente, tiempo, espacio, ma-
teria, son, en concepto de I.uz, ideas «forzosa-
mente ligadas ala relación». Las ideas que
parecen menos relativas, son en realidad las
menos absolutas, á su juicio; porque «seme-
jantes ideas son creaciones de nuestro enten-
dimiento inspiradas por las impresiones y apli-
cadas á todos los casos de semejanza que le
ocurren» (2).
Creía que en el intelecto no hay más que
^sensaciones ó signos que las representan y
las suplen» y que la ciencia humana no puede
ofrecer más (3); cuyas proposiciones son el sub-
stratum del libro deTaine sohvela Inteligencia^
y de la escuela idealista inglesa. Por lo mismo
aseguraba con profundidad y acierto, que
«siempre venimos á parar á este resultado»
y que ante él se invalida «todo otro sistema
qne no ses. é[ sensualismo» j respecto del cual
concluía, lógicamente, que «no es ya un siste-
ma, sino la historia fiel y ordenada de los he^
chos» (1).
(1) Diario de la Habana, 20 Oct. 183U.
(2J ídem Ídem idem.
('.S) Ídem ídem idem.
(4) Ídem idem ideju.
— 125 —
De allí que sostuviera «que basta la idea de
Dios es para nosotros relativa^^ pues que <aun
<íuando Dios sea un ente absoluto, esto es, in-
dependiente de los demás seres, su idea no es
para nuestro entendimiento inds que una pura
relación; por ser esta «la condición sine qua
non de todo cuanto entra en el espíritu del
hombre» (I).
La inteligencia por idéntica razón, tampoco
concibe la nada ni la ilimitación: «la nada sólo
significa algo como un signo negativo» de
cuanto se quiere excluir. El espacio es análo-
go al tiempo y al número. Este es la repetición
de la unidad, y aquél «es propiamente el nú-
mero de la extensión, ó el resultado de la mul-
tiplicación de la extensión por sí misma; por lo
que hay espacio limitado é ilimitado: limitado^
que veo y toco\ ilimitado^ que concibo^ por el
que he visto y tocado». El tiempo es €un orden
de sucesiones») como el espacio es <un orden
de coexistencia» (2). Como «en la naturaleza
«de las cosas no está meramente la ocasión^
«sino hasta el molde ó tipo de nuestras concep-
«ciones si el hombre no hubiera visto por
«lo menos dos cuerpos separados, no habría
«llegado á la consideración de espacio^ esto es,
^extensión sin materia resistente', ánohabér-
(1) Loe. cit.
12) Id.
— 126 —
«sele presentado cuerpos mayores y menores
«que el suyo, no tendría en el catálogo de su
«lengua, las voces r/rande y pequeño: á no si-
«tuarse él entre varios objetos, no existirían pa-
<va su concepción ni el medio, ni los lados, ni
«los exiremos: así también la idea de tiempo
«sugerida por los objetos, en que se incluyen
«nuestros pensamientos, lleva el sello de la del
<kmovimiento\ pues no es un concepto formado
«por el espíritu a priori, ó aparecido en él do
«repente, sino resultado de los movimientos
«que dentro y fuera han pasado para nos--
«otrosí (1). Explicó con claridad suma el valor
relativo de los conceptos de necesidad y do
continyencia (2). De igual modo, sostuvo, re-
batiendo la concepción leibnitziana de las mó-
nadas, que no hay nada que en sí mismo sea
simple, ni nada que sea compuesto, esto es,
sustancias simples ó compuestas; porque «la
«idea de sustancia metafísicamente no es más
«que una, aplicalile á cuantos casos se pre-
«senten, como que consiste en una abstrae-
«ción formada por nuestro entendimientos:
«sustancia es una relación con accidentes; en
«cualquier objeto donde notamos que desapa-
«recen unos fenómenos permaneciendo otros.
(1) Re V. Cuba.— tomo 7/— p. 467.
(2) Id. p. 464.
— 127 —
«encontramos la sussiaüda: por oso damo.s
«este nombre á todos los cuerpos, consulorAn-
<doloscorao unas unidades ó conjuntos, quo ao
€se distinguen unos de otros: do la misma ma-
«ñera no hay mas que un titn)ipo^ cuya ahstrao-
«ción, como la formamos en todos los lonc^nu^
«nos, no hacemos mas quo repetirla ou los
«diversos casos, sin variar on lo mAs levo hi
«naturaleza del concepto: así, es la misma idoa
«de tiempo la que formo viendo andar el reloj,
«ó sintiendo por mi memoria el espacáo entro
«mis pensamientos, ó cualcjuiera otro suí^eso
«de la especie que fuere, ni m/is ni menos,
«como es el mismo número cuando calculo so-
«bre 100 hombres, ó sobre líM) libros; pues no
«recae el cálculo sino sobre los cimlos 6 enti-
«dad de razón que constituye el número ó
<ciíanto de las cosas» (1 ). í^ara qUíC las pala-
bras correlativas-sim/de y compuesto^ ten;;*an
sentido, ó «signifiquen una realidad, es forzoso
«se tomen en concreto. Así, cuando en quími-
«ca, V. g., decimos que liay sustancias sim))les
«y compuestas, todo el mundo sabe lo (^ue ha
«de entender; llamando los químicos al oro
«simple, respecto al airr^ por (yiíiuplo, d causa
«de no haberse jiodido aún rtisolvci' aijuella
«sustancia en oti*os eleuKíuti.s, \ óslü sí; no
(1) Rev. dtí Cuba, l.Juo / , püg ion.
— 128 —
<ol)stanto ser la primera mu(*.ho más couipurs-
«ia que la segunda bajo el resi)ecto {\Q\^masa.
«Del mismo modo, en aritmética denominare-
«mos al ocho número compuesto relatiyamentc
«á la imidad, que en tal caso será simple^ y
«comi)arada después con sus^^ar^^.v, resultará
«compuesta: luego todo es simple y todo es
«compuesto, ó lo que es lo mismo, nada hay
«simple, ni compuesto, por sí ó absolutamente;
«sino que la simplicidad y la composición cons-
«tituyen la misma idea correlativa que aplica-
«mos á diferentes objetos, según la urgencia
«de nuestras pensamientos. Así trasportamos
«la relación que i)or primera vez sugirió cierto
«objeto al entendimiento (porque éste siempre
«trabaja sobre los materiales que le ofrecen las
«impresiones internas ó externas) á objetos de
«la mus diversa naturaleza, porque los halla-
«mos colocados bajo la misma ó análoga rela-
«ción, y aun nos valemos hasta del mismo
«signo» (1).
Insiste en el examen de las abstracciones
porque «gran número de los errores de los
hombres, y señaladamente de los melafísicos,
consiste en la aplicación de ideas de un orden á
objetos de otro» (2), y porque aqueja á los idea-
listas una como «manía do personificar los
(1) Loe. cit.
{'i) Rev. de Cuba, tomo 7% pág. Ai.
— 129 —
fenómenos convirtiendo las abstracciones en
realidades^ ó sea danüo una realidad entifiva
alo que sólo tiene una realidad feno)nenah\
así — añade — existo yo; pero no como cansa^
sino como efecto^ y «tan cierto es que oí yó no
pasa de la esfera do mero fenómeno, cuanto
que aparece y desaparece en infinitos casos» (1)
— comeen la embriaguez, en el sueño, en ni so-
nambulismo y por consecuencia do algunas
enfermedades; por otra parte ocurren multitud
de «fenómenos internos, no cor[)oraleH, sino
muy dol orden mental, como son muchos díj la
memoria, sin que la conciencia pueda cert/iíicar
acerca de ellos, y que sin embarí.;o se nos dan
á conocer i>or sus efectos, ó como quien dice,
sin saber de qué manera» (^); «otr;js veces (>or
fuerza del hábito^ que tiene la virtud de encu-
brir las ofieraciones, se escapan íj la cjmcuituÚH
innumerables anfecedenfes^ que e^/iri ínílU'
yendo cada uno por su parU.* c-n I;j elahorací^;íi
del pensamiento (3); en decír^ í/nqj^^de feriA-
menos denominado?{ hoy í/enéríc^iríienlUj //r/^-
conciencia é im:ow:íeíi/:iji; (K^r ^ihfuih infiere
Luz «que la conciencia [0hrá f'/pííHÍíUúr \h <;í^rfi'
cia aun de los mmuff^ íhu^puihíu/^ itú/^iu/^ O %hH
— 130 —
la psicología propiamente dicha» , tiene que acu-
dir por fuerza á la expeHencia externa (1).
Concluía de sus razonamientos á «la imposi-
bilidad de construir una ciencia ontológica
aparte y propiamente tal, pues no hay ciencia
ninguna en lo humano, sin exceptuar á las
matemáticas^ que no descanse primitivamente
en los fenómenos, y por consecuencia en la
sensación, sin que sea dado al hombre penetrar
jamás las esencias ó causas primer as-i^ (2).
El humano espíritu no puede penetrar los ar-
canos^ que su existencia misma y «la naturale-
za divina» son para él inaccesibles^ reducién-
dose la ciencia toda, ^cuando llega á tanto^
al conocimiento de las causas segundas^ ó para
hablar con más exactitud, al reconocimiento
de que hay tales ó cuales causas segundas, sin
penetrar todavía su naturaleza, ó siendo pro-
piamente para nosotros su naturaleza lo que
de ellas conocemos». «¿Pero quién osará avan-
zar que tal es toda la naturaleza^ y la intima
naturaleza de las cosas?» (3). Aun suponiendo
que con el andar del tiempo pudiera el hombre
€calar el misterio que envuelve al mundo y á
su hacedor^» — ¿podríamos llegar á ese resulta-
do — pregunta Luz— por los medios que propo-
(1) «Revista. de Cuba», tomo 7', pág. 344.
(2) «Revista de Cuba», tomo 7% p. 336. ^
(3) «Revista de Cuba», toniQ 7% p3ig. 342.
— 131 —
nen los metafísicos, por virtud de observacio-
nes psicológicas? Mas bien— dice- llegaríamos
á alzar un canto de ese denso é inmenso velo,
por el camino de la geología, de la fisiología,
y de todas las ciencias de observación estre-
chamente coligadas al intento»; «pero —
añade interrumpiéndose — ¿quién no vé que es-
tamos suponiendo lo que jamás existirá?» . . . ( 1 ).
Estaba convencido, sin embargo, de que á
Dios sólo se le podía encontrar en el mundo.
El empeño, — en su sentir, — erróneo deCousin
y del piicologismo idealista cifrábase en deri-
var de la razón la idea de Dios; «porque no^
estando en la concienciáis, y ofreciendo ésta,
según el escritor francés, el reflejo exacto de
los fenómenos, clara está la necesidad de ape-
lar á otra fuente para encontrarla, y esa fuen-
te no puede ser más que la razón en tal caso; ....
pero no advierten los que así piensan, decía
Luz, que de esta manera ^destruyen la idea de
Dios, que no puede aparecer en el alma hu-
mana sino en el intermedio del mundo exte-
rior: de forma que ese Dios derivado pura-
mente de la razón es un ser absolutamente
hipotético:!^ (2).
Si como aseveraba también Luz (3) «el cono-
(1) Loe cit.
(2) «Revista de Cuba», tomo T, pág. 336.
(3) «Revista de Cuba», tomo 7% pág. 37.
ji.
— 132 —
cimiento verdaderamente ha de ser un reflejo^
una representación déla realidad^y en el co- —
nocimiento, es decir, en la razón ó intelecto, eii-
la conciencia, deberíamos sentir reflejado (>
representado á Dios, como está en la realidad,
ó— según él dice— el mundo exterior ^ y esto
precisamente no sucede así. «El que niegue
la aparición de la idea do Dios en el examen
del universo», sostiene él que «niega la existen-
cia del Ente Supremos, pues que «en los fenó-
menos están las únicas pruebas racionales que
de tan importante verdad pueden suministrar-
^ se» (1). Un filósofo ha dicho que éste de la
existencia de Dios «es el problema supremo de
la filosofía». Con efecto, en vano se han adu-
cido numerosos argwnentos ^ara. demostrar
lo que parece indemostrable. Cousin preten-
día que «Dios no es absolutamente incompren-
sible», y aun — del mismo modo que Luz—
imaginábaselo reflejado en el universo «como
la causa en el efecto». Luz por su lado con-
densó su creencia en dos proposiciones: que
«las ciencias son rios que nos llevan al mar in-
sondable de la Divinidad», y que «al siglo pre-
sente no se le puede llevar al santuario de la
religión sino por el vestíbulo de la ciencia» (2).
(1) «Revista de Cuba», toino 7% pág. 336.
(2) Jd. id. jd. 7% W. 345.
— 133 —
^^Msin por el suyo repetía también con el Psal
^^sta, que los cielos narran la gloria, de Dios,
y^ 5iflrmaba que <í^en la naturaleza y en el alma
^^"a donde debe buscársele y donde se le puede
^ticontrar» (1). Y sin embargo, Luz quiere
^Undar la teodicea en la física, mientras el
-Otro, que piensa á la postre lo mismo que él, se
imagina que es la psicología su base más fir-
me (2). Porque ambos seguían el impulso de
creencias confundidas con su propio ser, obe-
decían á sus antecedentes y á su idiosincracia,
y creyendo pensar sentían, supliendo el va-
cío de la observación con los errores ó las ilu-
siones del espíritu, por donde vinieron á ar-
monizarse al cabo por el sentimiento y la
imaginación, los que eran adversarios en el
punto de partida. Adoptaba Luz la refutación
kantiana de la llamada prueba ontológica, ó d
priori, de la existencia de Dios, y siguiendo
también al filósofo de Koenisberg creía en el
valor y en la eficacia de la prueba por las cau-
sas finales^ á que se ha \\2im^([o prueba físico-
teológica (3). Comprendía que á la observación
cousiniana ó espiritualista de que Dios se reve-
la en la conciencia, podía replicar el descreído
que «en la suya no se ha revelado; pero juz-
(1) Gousin.— Op, cit.
(2) «Revista de Cuba»» lomo 7% pégs. 440 y 460.
(3) Id. id. id. 7% pftg. 456.
— 134 —
gal)a irrecusable é irrefragable la invocación
«del orden, concierto y armonía del universo
y de todos los seres que lo pueblan», y que ellos
muestran €el plan y providencia de esta má-
quina admirables (1). Juzgaba armonizable
la ciencia con la religión. Imaginábase que
por la ciencia se va á la religión. Tenía por
tan cierto que «la teología natural no forma
«un ramo aparte de los conocimientos huma-
«nos, cuanto todo el que se proponga dar una
«demostración filosófica de la existencia y atri-
«butos divinos tiene que entrar forzosamente
«en el «ampo de las ciencias naturales>. ¿Qué
«otra cosa es — continúa — la renombrada Tea-
elogia Natural del Dr. Paley, sino una serie no
«interrumpida de demostracciones tomadas de
«la física, química, fisiología é historia natural?
«¿Qué otra cosa son todos esos famosos tratados
«conocidos en Inglaterra bajo el nombre de
^Bridgewater^ destinados á excitar los senti-
«mientos religiosos en los pechos del pueblo
«enteró?» Declara que «tan luego como se sale
«de este terreno^ no se hace más que forjar
^novelas físicas 6 metafísicassohre la natura-
«leza de Dios, cuya esencia no es dado al hom-
<íibre comprendería (2). Empero, dar una de-
(1) «Revista de Cuba», tomo 7% p&g. 468.
(2) Id. id. id. 7%pág. 344.
— 135 -
^^Ostración filosófica de la existencia de Dios y
^ Sus atributos^ siquiera sea por medio de las
^^^ncias naturales ¿no es forjar una novela
''^^ica ó naturalista? Si — como él sostuvo —
^^lo por la experiencia se conocen las existen-
cias ¿no es evidente que en el universo jamás
^e han mostrado otras existencias al humano
espíritu, que las del orden vegetal y el animal?
V en definitiva, cuando inferimos del orden,
Concierto y armonía universales la existencia
de un Ser Supremo ¿no reducimos la demos-
tración física á una mera demostración ontoló-
gica? ¿no queda siempre referido el problema ,
á lo que Luz de acuerdo con Kant aceptaba co-
mo posibilidad lógica de donde no se debe
Q»oxiQ¡[\x\v k\dL posibilidad real? (1). Él creía,
por otra parte, que todos los hombres <por
grandes que sean> , son deudores á su siglo y
á sus circunstancias; pero que están distinta-
mente dotados, reconociendo en ellos hasta lo
que llama especialidades^ por lo que negaba —
contra Helvecio— «la omnipotencia de la edu--
cación>^ la cual «pende de un principio, la
organización ó constitución individual, que á
veces no puede aquella vencer, yá veces des-
graciadamente ni aun modificar» (2). Lógi-
(1) «Revista de Cuba», tomo 7'. p&gs. 348 y 349.
(2) Id. id id. 7", p&g. 40.
— 136 —
camente, pues, reconoció que no todos los
hombres llegan aislada ó individualmente has-
ta el concepto de Dios; aunque estaba seguro
de que «como ocurra á uno siquiera más capaz
que los otros, ya se difunde y vincula aquélla
en la comunidad» (1), de donde pudiera cole-
girse que la religiosidad es en su sentir un pro-
ducto social y que la idea do un Ser Supremo,
un como resultado de la elaboración mental,
el fruto del desenvolvimiento del espíritu, ó
como decía Hcgel — «el movimiento por el cual
el espíritu se eleva del mundo á Dios».
La religiosidad era el sentimiento más pro-
fundo de su alma, y un sentimiento exuberan-
te. El objeto más sencillo ponía en conmoción
aquel organismo tan sensible, tan presto á res-
ponder á su propia sugestión, creyendo res-
ponder á la sugestión del mundo.. «El estudio
«contemplativo de la naturaleza— en su con-
«cepto — es un germen continuo de la más su-
«blime y edificante religión: un planeta, un
«meteoro, un objeto terrestre^ una flor, son á
«la vez templo é imagen que provocan al culto
«más puro y acendrado;..... admirando y
^adorando al Eterno que. . . . derramó tanta
«belleza y donosura, por grados sublimándose
^la contemplación^ he venido por grados á
(1) «Revista de Cuba», lomo T, pftg. 41.
— 137 —
^inundarme en los más religiosos sentimien^
<f>tos que pueden agitar á un pecho humano:
«la veneración, la gratitud, el amor,— el amor
«infinito: aquí está toda la religión. Kn efecto
<he dicho para mí: el que creó tantas maravi-
«llas, ha querido no sólo que yo disfrute do
«ellas y las admire, sino que me eleve hasta él,
«puesto que me hace sentir tan vivamente su
«poder, su sabiduría, su misericordia, y rae
€aniegaen un torrente de afectos^ quo no pu-
«diendo contenerse dentro del pocho, fian de
«ir forzosamente á derramarse sobre aquellos
«de mis hermanos rjue no hayan experiraenr
€tado en tal grado esta necesidad de adorar.
«Así una flor es rai altar, y ese altar rae ins"
tapiro, himnos que n/) está en el poder de rai
^voluntad, no entonar. Aquí es (loti<Ui mkn
^entreveo la profundidad de ente plan de la
€Causa de las c^mi^s^. ¿Pop que, f^ara qué m-e
«has inspirado tales y la n ardíenteís ^niímleñ^
«tos? ¿Xo le lias propuesU) nn ña Ínsor(/la/y(^^
«cuando á cada ¡f^w, en cada ohj-eto^ m<i le--
«vantas á mí, humild^:; u;ní^no^ te.sfei la ^^Jtura
«de lu fr<^ri<j.^p (i).
Afrmaitói qu^:í <bo X^.n^mm una ídeü^ ujia
í;??4^€7^ real y ^rfectjvs d^¿ la Wvjnidad, cgmo
íi) 4^*'viBtH di* Guliti/, loiiJt/'? . j^^í^ -ií y 4'
— 138 —
la tenemos de nnei planta ó de un homhreí^ (1);
«que sentimos á Dios en todas partes; le ve-
mos, le tocamos, le admiramos en los fenóme-
nos del mundo exterior; le sentimos, le expe--
rimentamoSy le adoramos en el fondo de
nuestros pechos; pero nuestro entendimiento
no puede alcanzar apercibirle y penetrar su
naturaleza-^] que era perder «un tiempo pre-
cioso en hablar de lo que no entendernos^^ (2);
combatía á los que ^construían á Dios á ima-
gen y semejanza suya» (3); y sin embargo, se
ha visto la frecuencia y la plenitud con que es-
taba en él el sentimiento de Dios; cómo la reli-
giosidad era una de las manifestaciones carac-
terísticas y principales de su personalidad, una
forma de su espíritu, modelado desde la más
tierna infancia por la piedad y ascetismo do-
mésticos en concordancia con el seminario sa-
cerdotal; y cómo, en fin, una especie de antro-
pomorfismo ideal interrumpe la serena claridad
de su pensamiento, poniéndole delante á su
Dios, que le aparece humano y magnífico, co-
mo en una página de la Biblia. Había vivido
muchos años viendo á su madre siempre dul-
cemente sometida á sus devotas prácticas y
en una perpetua contemplación de Dios. La
(1) «Revista de Cuba», tomo 7% p&g. 335.
(2) Id. id. id. 7% p&g. 345.
(3) Id. id* id. 7M)ag8. 341 y 347.
— 139 —
^^^Qsia lo infiltraba conjuntamente en su es-
^^^itu, y lo prodigaba sin cesar ante sus ojos.
T^^sde el alba hasta la noche estaba allí, afee-
^^tido sus sentidos, envuelto en luces eternas y
^^ eterno incienso, perfumado y halagado, en
^1 vaho de la mirra, de las preces continuas,
^ las notas resonantes y gemidoras del ()r-
^ano; pintado en el cielo raso, esculpido en el
^ícho, adorado en el altar, majestuoso siem-
pre, en mármol, en madera, en bronce, y re-
lumbrante por el oro y la plata de sus vestidos
de finísima lama. Dios fué así para él una vi-
sión permanente. Su ánima flotaba incesan-
temente en una como atmósfera de misticismo.
Pronto veremos cómo aquella fuerza se desen-
vuelve, se exterioriza más. Guando sea sola-
mente un enfermo, ya apenas si se muestra
en él el filósofo. Será entonces lo que fué al
principio, lo que era virtualmente aún durante
su profesorado, un ser religioso, un cristiano,
un hombre modelado segím el Evangeho.
Uno de los mejores trozos de la Impugnación
es toda la nota 33; pero especialmente los pá-
rrafos 5^ y 6^ en que amplía sus ideas sobre
el carácter y el procedimiento de las matemá-
ticas, y sobre la abstracción y el lenguaje (1),
donde sostiene que el juicio es una operación
(1) *<Rev¡8^a de Guba^», pdgs. 346 y 353.
— 140 —
mental que «descansa regularmente en una
síntesis^ en que se ve el espíritu obligado á
comparar una sensación con otra sensación, ó
en su lugar una sensación con un recuerdo,
por el ministerio de la memoria, suplente de
las impresiones» (1), pensamiento que bajo
otra forma desde 1835 aparece en la proposi-
ción siguiente de uno de sus elencos: — «el jui-
cio es anterior en todo rigor á la idea y como
la base de todas las operaciodes mentales», y
que Varona con grande enaltecimiento equipa-
ra á otro de G. Wundt, que considera como la
base de lo que en Alemania y ya en todas par-
tes designan por psicología^ fisiológica (2).
Combatió la metafísica, aun mejor, la onto-
logía, lo mismo en Platón, que en Leibnitz, lo
mismo en Gousín y Maine de Biran que en
Kant; aun cuando reconocía á la vez que nada
es más lícito ni está más en el orden que «bus-
car la causa y el origen de los fenómenos»; si
bien entonces «toda ciencia rigurosamente tal
tiene su parte de ontología, porque siendo el
saber— como decía el Estagirita, conocer por
las causas, — toda ciencia apenas toma cuenta
de ciertos efectos, cuando ya está empeñada en
la indagación de las causas»; pero advierte
(1) «Revista de Cuba», pág. 352.
(2) Varona— op. cit, pág. %i.
— 141^
que «no está ahí la fuente del mal, pues que
existe una diferencia característica entre los
iiíietafísicos ontólogos y los verdaderos inves-
tigadores:— los primeros dando por sentada la
posibilidad del conocimiento íntimo délas cau-
sas, ó sea de las llamadas ^5^^6?m5 de las cosas,
se entran por el campo de la hipótesis, supo-
"niendo en vez de demostrar; . . . mientras que
los segundos aun en sus conjeturas, persuadi-
dos de que la ciencia humana á lo sumo llega á
comprobar la ecoistencia^ no la naturaleza de
una causa, jamás abandonan el firme terreno
de la observación» (1).
Después, y en otro de sus mejores párrafos
(2), hace observaciones para mostrar las ven-
tajas de la experimentación y de la observación
paciento, las cuales vienen á ser verdaderas
prescripciones de higiene intelectual; pues
quería impedir que se adivinara gratuitamente
y que se corriera al acaso, ó bajo la inspiración
de ciego dogmatismo; por cuya razón reco-
mendaba que ^Q conjeturase, cuando no fuera
posible demostrar; pero á condición de seña-
lar «en uno y otro caso los datos que han ser-
vido de escalones para remontarse el entendi-
miento», «quedando así satisfecho éste por
(1) «Revista de Cuba», tomo 7', pág. 346.
(2) Id. id. id. 1\ pág. 347,
— 142 —
desaparecer de esta manera hasta la somhr
del milagro ó del misterio^ ó convenciéndono
íntimamente de que para nuestra débil inteli —
gencia todo es milagro y misterio en la crea —
ción del Universo» (1).
Me he empeñado, como ha podido notarse^
por ofrecer más ó menos ordenadamente las
ideas capitales del razonamiento filosófico d(3
Luz Caballero y los aspectos mentales que era
ellas pudieran traducirse, procurando, por*
regla general, que fuese él mismo quien habla-
ra. Leyendo sus escritos adquiérese la per—
suación de que desde muy temprano se habituó
al trato y comercio con los grandes filósofos, y
muy principalmente con los que determinaron
y constituyeron el gran movimiento científico
. moderno, iniciado en Bácon, impulsado por
Descartes, por Nówton, por Galileo, y que en
su época había alcanzado notable desarrollo; por
loque se explican, si bien fué de todos modos
caso extraordinario, las grandes iluminaciones
que aparecen en su discurso, tales como el
método inductivo, los fundamentos déla psico-
logía-fisiológica, la aplicación déla patología
á los estudios psíquicos y su oposición conven-
cida y enérgica á las pretensiones de la ontolo-
gía, como obstabulos al progreso de la verda-
(1) Loe. cit.
— 143 —
dera ciencia. Partiendo de la misma base que
Locke evitó, sin embargo, el mayor peligro de
su escuela, condenada por su error de confi-
narse dentro de los límites de la psicología á la
esterilidad y á la impotencia; y será siempre
en el sabio cubano mérito insigne, el haber
abandonado tan estrecha vía para entrar re-
sueltamente por el ampHo sendero que señala-
ron Bacon y Descartes, predicando las ventajas
de la recta aplicación de la inteligencia al em-
pleo del método experimental, en todos los
órdenes de la investigación, cuando apenas si
por aquella época llegaba á su país la noticia
siquiera de que asi se enseñase en parte algu-
na de Europa; sino que mas bien todavía reso-
naba la palabra de Aristóteles y de Santo
Tomás, ó algún acento casi imperceptible de
Verulamio, entre el lejano rumor de los ale-
manes y el canto de sirena del ecléctico Gousin.
La tradición refiere que, posteriormente ala
polémica, mostró vivísimas aficiones por la
filosofía alemana, y uno de sus discípulos-
Antonio Ángulo y Heredia— declaró en público,
que «profesaba especial predilección por ese
sistema déla divina consoladora armonía crea-
da por el inmortal espíritu de Krause> (1).
En parte alguna he podido ver confirmado ese
(1) En el Ateneo de Madrid
— 144 -
aserto, pues si no es dudoso que siguiera á
Kant en algunos puntos de vista, le combatió
en otros; y si pudo simpatizar con Shelling (1),
á quien mucho leía, terminantemente declaró
que no iba con él (2); siendo imposible el acep-
tar que una inteligencia tan clara como la de
Luz, pudiese sentir algo más que repugnancia
por una doctrina verbosa y esencialmente lógi-
ca y discursiva como la de Krause, empañada
y obscurecida además en él y singularmente
en sus discípulos españoles, por un vocabulario
bárbaro é ininteligible.
Kn una nota de Luz, de 1804, se lee esta fra-
se, que confirma mi presunción, refiriéndose
nada menos que al más claro, importante é
inñuyente de los sectarios de Krause. «Qué
enredado y enredante está Ahrens en toda la
lección 7^ sobre fisionomía y frenología. Asi
no es extraño que la juventud y aun los hom-
bres faltos de criterio y de hondos conocimien-
tos, no sepan d qué carta quedársela (3).
Lo que sí es muy cierto es que José do la Luz
y Caballero era apasionado por las cosas y la
lengua de Alemania; pero, almenes, por la
(1) Rodríguez.— Op. clt , pág 234.
(2) Ocioso es recordar que no pertenezco el la escuela de
Shelling: «Diario de la Habana», Octubre 29 de 1839.
(3) Esa lección 7' es del «Curso de Psicología» y trata «De Jas
facultades del espíritu y de su acción».
— 145 —
época de la polémica con los Valle, fué de
opinión que no debían introducirse en Cuha
los sistemas alemanes (i): dando sin embargo
de barato que tuviera alguna predilección por
cualquiera de ellos, entonces tan en boga,
coincide precisamente ese aspecto de su inteli-
gencia, que sería en orden descendente respec-
to á su anterior y vigorosa expresión, con el
quebranto de su salud, con el empobrecimiento
de su naturaleza física; pues sólo así podría
explicarse que el enérgico impugnador de la
ontología, cuando gozaba de robustez corporal,
llegase á sentirse atraído por la metafísica
alemana, es decir, por las construcciones, si
realmente soberbias y atrevidas, más falsas y
delirantes que puede levantar el pensamiento
humano cuando se desentiende de la observa-
ción y de la experiencia. Suponiendo cierta
aquella etapa, ya veremos entonces, dando un
paso más, cómo su espíritu habrá recorrido la
curva ideal de su evolución.
En opinión del erudito Bachiller y Morales,
«Luz íuó un filósofo eclectico> (2). El distin-
guido profesor Dr. José Manuel Mestre «para
caracterizar su doctrina, si no temiera incurrir
en el defecto de exclusivismo que tan á menudo
(1) Rodríguez.— Op. cit., pftg 104.
(2) Rodríguez— op. cit., pftg, 228.
lu
— 146 -
traen las clasificaciones, diría que su fondo y
su esencia pueden expresarse con esta palabra:
armonías (1). Rodríguez afirma que «la
filosofía del Sr. Luz era eminentemente cris-
tiana y práctica» (2). Pero de todo su libro
se deduce que José de la Luz Caballero era
católico (3). Luz era eléctico, sí, pero como
él decía, á la manera de Bacon, y «en el sentido
de escogedory> (4). Si así no fuera y, si como
Leroux creía, todo pensador ha tenido un siste-
ma y sólo Potamon de Alejandría y Justo Lipsio
han sido eclécticos sistemáticos (5) — ¿cuál es,
entonces, según sus amigos y sus discípulos la
filosofía de Luz? Decir que era «la armonía>,
no fija, ni explica mucho: casi todos l.os sistemas
buscan la armonía y todas las síntesis la impli-
can. Afirmar que qvr ecléctico no es tampoco
aclarar el punto: todo sistema tiene mucho ó
poco de los sistemas anteriores, por ley de
herencia y de continuidad. Pero es arbitrario
declarar «católico» á Luzé inexacto que se
confesase al morir (6). Que fuera cristiano
no puede ponerse en duda. La sociedad mo-
derna es esencialmente cristiana; aunque sería
(1) Rodríguez.— Op. clt., pág 221.
(2) Id., pSig. 230.
(3) Id., págs. 245 y 246.
(4) «Diario de la Habana», Oct. 1839.
(5) Refutation, pftgs. í'i y 50.
(6) Rodríguez —Op. cit., pftg. 946.
— 147 —
inuy difícil fijar en qué consiste el cristianismo
c3e cada cual.
Luz era, en resumen, durante la plenitud de
su edad madura, un gran pensador y, al mis-
mo tiempo, un sor profunda y esencialmente
sifectivo. Más tarde no fué más que un enfer-
mo. Hombre impresionable, recorrió su cami-
no no siempre en línea recta, sino curva: cató-
lico en su juventud, ascendió á la más científica
reflexión filosófica, fue un filósofo correcto de
la observación y de la experiencia, y en ese
momento de su trayectoria mental aparece
sensualista crítico. En cuanto cambió de me-
dio, abandonó sus guías eclesiásticos. Cuando
tuvo salud, en lo más maduro de su existen-
cia, fué adherente convencido de la gran escue-
la que reconoce por fundador á Locke. Más tar-
de, decaen sus fuerzas físicas, y entonces cabe
que admirara y aún que siguiera — lo que no me
consta— la metafísica alemana. Enfermará más
aún, se abatirá más, irá consumiéndose y, en tal
doloroso momento físico, asomará un estado
moral correspondiente y aparecerá el místico.
VIII. — MR. DAVID TURNBULL.
Un grave conflicto ocurrido en i 842 entre la
Sociedad Económica y el Capitán General,
agravando los males que ya le aquejaban desde
— 148 —
1836, decidieron á Luz Caballero á buscar en
Europa la salud. Mr. David Turnbull, miembro
de la Sociedad, y enemigo intransigente de la
trata de esclavos, había sido borrado de la lista
de los socios, por sorpresa y en ausencia de
Luz, que era Presidente de aquel Cuerpo y se
encontraba enfermo á la sazón.
Mr. Turnbull ejercía en la Habana los cargos
de Cónsul de S. M. B. y Superintendente de afri
canos libertos, este último creado á virtud de
los tratados que celebraron los gobiernos de Es-
paña é Inglaterra, en los años de 1817 y 1835
con la mira de abolir efectiva y realmente el
tráfico de esclavos africanos. El agente inglés
cumplía su encargo con tesón, estaba siempre
alerta y asediaba con sus reclamaciones al Ca-
pitán General, que lo era entonces D. Jeróni-
mo Valdés. Las intrigas de los armadores de
expediciones piráticas y gran número de ha-
cendados que protegían la trata de negros, to-
dos los cuales veían con despecho y saña la
vigilancia y firmeza de Turnbull, y las maqui-
naciones de los americanos, cuyo gobierno
mantenía al representante del de Madrid en
Washington, en constante alarma respecto ala
política de la Gran Bretaña, que suponían inte-
resada en arruinar la agricultura de Cuba, aun
cuando tuviera que valerse del horrible re-
— 149 —
curso de agitar la" población esclava de los
campos hasta lanzarla á una conflagración uni-
versal, llegaron á crear espesa atmósfera de
inquietud que la imaginación extraviada de
unos y la habilidosa codicia de otros forjaban
preñada de calamidades tan espantosas como
las que ocurrieron anteriormente en el Guari-
co y anunciaron al mundo la catástrofe de San-
to Domingo.
El Cónsul inglés era un estorbo demasiado
grande para tantos hombres interesados en que
continuase el tráfico de esclavos y fuesen letra
muerta los tratados con Inglaterra; por eso se
comprende que terminara el general Valdés el
despacho en que participaba al gobierno de la
Metrópoli la insubordinación, por otra parte re-
primida con facihdad, de unos cuantos negros
trabajadores, empleados en construir en la
capital el palacio de Aldama, y por más que
estaba persuadido «de que este hecho era en-
teramente aislado, expresando «la urgente
necesidad» de lanzar de la isla al Cónsul britá-
nico (1). Turnbull era, pues, objeto del odio en
aquella infeliz sociedad, y pesadilla del general
Valdés, á extremo de exclamar un dia de 1842 la
primera autoridad de la isla, en presencia de
(1) Memoria histórieo-politica de la isla de Cuba, redactada
de orden del señor Ministro de Ultramar, por José Ahumada y
Centurión.— Habana, 1874, pAg. 217.
— 150 —
algunas personas de su corte: «¡Quien me qui-
tara de encima á este hombre!» El deseo de
agradar al sátrapa fué el origen de la preten-
sión de excluirle inmediatamente que fué rele-
vado, de la Sociedad Económica, que le contaba
desde 1838 en el número de sus socios corres-
ponsales (1). Comunmente componían las
sesiones habituales de la Sociedad Económica
muy corto número de asistentes; á veces no
pasaban de ocho; pero la ordinaria de 28 de
Mayo de 1842 fué bastante concurrida, pues
que contó bajo la presidencia del Censor don
Manuel Martínez Serrano hasta veintidós so-
cios. Después de enterarse aquella reunión
de varios asuntos de su incumbencia y de re-
solver sobre otros, vio á uno de los concurren-
tes formular inopinadamente la proposición de
que «se recogiese el título de socio correspon-
sal que concedió la Sociedad á Mr. David Turn-
bull por haberse hecho indigno de pertenecer
á la Corporación por las perversas doctrinas
que defiende en una obra en que dijo se apoya-
ba algunas veces en las doctrinas de la Real
Sociedad», Otro socio sustentó «con un dete-
(1) En Junta General de 18 Diciembre, 1838, fueron nombrados:
socios de mérito: D. Felipe Poey, y D. Gonzalo Alfonso;
)» numerarios: I). Pedro A. Auber, y «D, Santiago Capetillo y
Nocedal, del Consejo de S. M.»;
» corresponsales: D. Domingo Staucli y Jordán, de Barcelona,
y MiMr. Tumbull, ilustrado viajero inglésyt.
_ 151 _ '
nido discurso la moción, fundándose, según
dijo, en razones políticas, y queS.S. estimaba
de conveniencia públicas; cuatro señores más
usaron de la palabra. «Se opusieron á la mo-
ción», el señor Censor Presidente, los amigos
Cárdena, Dr. Miranda, Poey (D. Felipe) y el
Secretario, D. Antonio Bachiller y Morales.
«Dijese por el Sr. Poey que para la separación
de un socio debía proponerse por la junta pre-
paratoria, á que agregaron el señor Censor y
el Secretario que debían ser citados los señores
que admitieron á Mr. TurnbuU para que cons-
tasen en las actas los motivos de la variación».
A pesar de estas justas indicaciones reglamen-
tarias hubo quien considerase «urgente y ex-
traordinario el caso y que no debía aplazarse,
sino en el acto procederse á la separación» ,
pidiendo que así se declarase. Se puso enton-
ces á votación la proposición siguiente que otro
individuo formuló: «Si la Sociedad puede re-
tirar el título de socio á cualquiera de los in-
dividuos que lo tuviesen, sin necesidad de ob-
servar los trámites que previene el Reglamento
para derogar ó alterar los acuerdos de las
juntas ordinarias». Al oiría se ausentaron
cuatro de los concurrentes. Protestó el Se-
cretario contra la votación, y quisieron los
señores Cárdena, Poey y Valdés Miranda que
— 152 —
constase su oposición. Pero en escrutinio «ex-
creto fué aprobada por mayoría. Entonces el
mismo socio que iniciara el debate pidió que
se votase la siguiente proposición: <Se separa
al Sr. TurnbuU de la Sociedad y se le recoge el
título de Corresponsal» . A pesar Je nuevas
protestas del Censor, de Poey, Cárdena, Valdés
Miranda y Bachiller, «se verificó no obstante,
resultando viciado el escrutinio por un voto
más del número de los asistentes^ y aunque
era insignificante la minoría á favor del señor
Turnbull, se procedió á nuevo escrutinio, r^-
sultando separado dicho señor por Jos mismos
trece votoSj contra cinco que le fueron favo-
rables» .
En la misma acta de la Sociedad Económica
que he extractado hay una nota en que se dice
que habiéndose leído ésta en la junta de 22 de
Junio, el mismo señor que propuso la separación
del Cónsul, pidió que á las razones que diera
para fundar aquel deseo se agregase: «y que
era un contrasentido que se contase en el nu-
mero de amigos del país uno que era su ene-
migo» . Se había alegado por única razón para
expulsar á Turnbull, que éste se había hecho
indigno .... por las perversas doctrinas que
defiende en una obra en que, según se le atri-
buye, dijo que se apoyaba en las que la misma
— 153 —
Sociedad sustentaba. El libro de referencia
es el que publicara dos años antes (1840) en
Londres, con el título: Travels in the West. —
Cuba; with notices of Porto-Rico and the
Slave Tradey y en que no solamente se mues-
tra tal como era él,— abolicionista convencido
y ardoroso, — sino que declara estar persuadi-
do de que los mejores entre los propietarios
cubanos deseaban con la misma devoción de
un Clarkson ó un Willberforce «la inmediata,
total, é inmutable abolición del tráfico de es-
clavos» (1). De ellos por lo visto sólo hubo
cinco en la sesión del 28 de Mayo; pero en la
de 22 de Junio ya se congregaron veintisiete
que, si no eran abolicionistas ó adversarios de
la trata, mantuvieron al menos los fueros de la
justicia. Si el libro tenía ya dos años de pu-
blicado ¿por qué durante todo ese tiempo no
ocurrió la idea de castigar al autor por las doc^
trinas qué allí defendía y se esperó á que cre-
yese el Capitán General de urgente necesidad,
y en consecuencia se efectuase, la salida de
Cuba de aquél distinguido abolicionista?
Al punto mismo que se enteró del caso Luz
Caballero, escribió rápidamente y remitió á la
Junta preparatoria de la Sociedad Económica,
una protesta contra lo actuado, vibrante y
(í) P&g. 176.
— 154 —
magnífica de entereza y de indignación. Por
acuerdo de aquélla fué presentada en la sesión
de 22 de Junio, y leída por el Secretario. Cómo
es un documento poco conocido, que se refiere
á un incidente ruidoso de nuestra historia y
que tanto honra á su generoso autor, he creído
deber insertarlo íntegro á continuación:—
«Alejado de la ciudad en fuerza de mis males,
«ha venido á sorprenderme en mi retiro la no-
«ticia do un hecho que ha sacudido mi espíritu
«en términos de hacerme quebrantar el pro-
«pósito que había formado de aislarme comple-
«tamente de todo bullicio, y esquivar toda
«emoción, porque sólo así conservo alguna
«esperanza de fortificar los restos de mi que-
«brantada salud. He sabido que en la última
«sesión del Cuerpo Económico, uno de sus indi-
«viduos propuso recoger el título de Socio Co-
«rresponsal al Sr. TurnbuU, á la sazón Cónsul
«saliente de S. M. B. en esa ciudad, y que así
«quedó acordado, contra la oposición de algu-
«nos otros señores concurrentes que consigna-
«ron expresamente en el acta su negativa. No
«sé cuál haya sido mayor, si la sorpresa ó la
«pena que me ha causado semejante suceso; y
«aun cuando tuviese que agotar la poca íorta-
«leza que me queda, creería yo faltar á un
«deber sagrado, si no procurase atajar el mal,
— 155 •
^dirigiéndome á la Sociedad con un sentiinien-
«to que puedo llamar paternal, pues solo esa
*Palalwra explica el cariño que toda mi vida he
^íí^^iiifestado á esa Corporación, porque he
*^^i^to áempre identificado con su esplendor,
*^1 esplendor y la prosperidad de mi patria.
*-^o se piense que voy á hablar en pro ni en
^^^ontra de las opiniones del Sr. Tumbull: no
^^tuiero tampoco ocuparme de su persona, ni
^^*^ordar su calidad de extranjero, que en un
'^pueblo ilustrado debiera darle derecho á más
'^generosa cortesanía: yo sólo veo un hombre
^á quien acaba de hacérsele una injusticia, y á
^quien defendería aun cuando fiidra mi mayor
^enemigo; para lo cual me basta considerar
tel hecho con relación al Re^'lamfinto qtjfj Um
fá la mano debiera haberse tenido. (U)X\t(íVu\h
*al artículo 72 del que nos ri^^'f^, Uuwmíumúo. Iíi
«Junta preparatoria tiene la f^rultíiddíjpropo-
«poner la exclusión del mdio ({(je \)<)V m^ rufilfiM
«costumbres deshonre o\ Cu^ü-fx); no h^ xiir/i-
«dido así en el caso prfiMí^ntí!, cuyo>* (»roirioví-
«dores pueden aspirar -k l;i \.vuU*. (\\A\\íU'\nu iU\
«serlos primeroH, á lo um'.xío'a i\\\r. yo sr.pH, íjiim
«hayan propuesto <íI hfx'.liorno dr. inio íln m\^
«compañeros, á ([mnu ííII/>s propiosi \\í\\í\í\\\ \\n
«mado á su seno, hollíifido pMi'íi ronsf^fuirln ni
«Estatuto de la mlMfrJi 0>rporMrioh iiMíi)»rr;UM*
— 156 —
«den conservar inmaculada. Y no parece sino
«que alguna funesta prevención los ofuscaba,
«pues no contentos con arrogarse las prerroga-
«tivas de la Junta preparatoria, se decidió el
«lanzamiento que se proponía, á pesar de la
«disención de varios socios, siendo así que para
«poder acordarlo era indispensable lo dispuesto
«en el artículo 68. Yo no creo que haya quien
«sostenga ese acuerdo, diciendo que antes de
«celebrarlo se anuló el artículo que lo impedía,
«porque ¿quién se atreverá á pretender que en
«una junta ordinaria compuesta de un corto
«número de individuos, reside la facultad de
«invalidar el Reglamento discutido por toda la
«Corporación, y sancionado por el Supremo
«Gobierno?— La pretensión sería demasiado
«peregrina; y así es que ni siquiera he querido
«llamar la atención hacia la ilegalidad cometi-
«da, para que tampoco pueda ninguno imagi-
«narse que me valgo de otras armas que las
«del convencimiento y la justicia. Lo dicho
«bastaría para decidir que ha sido de ningún
«valor el acuerdo de la junta anterior, aun
«cuando para colmo de su nulidad no hubiese
«otras razones de tal peso, que sobran ellas
«solas para avergonzarnos, si por desgracia se
«llevase á cabo lo que se ha intentado. — En
«primer lugar ¿cuál sería el fruto de esa medi-
— 157 —
^úskl — ^M^igua para la Sociedad, que ha espe-
<rado á tomaría á que el individuo en quien
«recae, dejase de ocupar un destino influyente, .
«lo que arguye <5obardía indisculpable; porque
«siendo la Sociedad Económica la Corporación
«que menos hostil debiera mostrarse, como
«que su misión es puramente pacífica, será sin
^embargóla única de las nuestras que arroja
^una piedra al que ha considerado enemigo
«caído, y eso, no toda la Sociedad, sino una
«mezquina fracción de sus individuos, aunquo
«el deshonor refluirá sobre to^Jos. A<lemáM
«¿se ha creído por ventura que su exclii9$ión
«hará alguna mella en el ánimo de Mr. i^irn-
«buU?— ¿Se persuadirá él de que o»o «oii«rdo
«es la expresión, de la voluntad do U}fh ol (AUtr^
«po Patriótico, cuando sefia el (tm^nm núrrioro
«de los que lo han excluido, y rfíf'JUính h ojíi-
«nión que no hace muclio huúWp ol íímmn
tCuerpo con el míhríUH qij'Mlí/> h\ iUAmvíUf
caoerca de los €íFm%mifm fu^^^hí'wUi^ wm UívUí--
«térra? íSeavenron^arí f^f^^ít^p fUt UnS^^r fmí-^
<bido ese ás^r^ pf/r ^\m^r uU^Mt f\iU' ^íí
«nacióvi sMtíeae; íth^hz4H mmp\h ^íUtrn^-
«Xó, pordarto: j^m^ ^'/m^i^íi^^t^V^ ffí n^íhof
«Tumboll sná» Winli¡^í'¡r^]^h ^^m h f^tm ^-/tm hS m
cha teiifléo^^ ife i^^rs^sií* <%i^i^, i^t v? f'jfii^¥íéMH Mt
— 158 —
«el descrédito de !a Sociedad Económica que á
«su pesar cscucliará el himno de befa que sin
«remedio entonarán los periódicos europeos,
«Otra consideración, quizás más poderosa que
«todas, debiera liaber arredrado á los promo-
«torcs de tan aciaí^^a ocurrencia. Desde que
«se fundó la Real Sociedad Económica hasta
«el día, han sido varias las oscilaciones políti-
«cas, en que necesariamente han tomado parte
«algunos de sus miembros. Por todas ellas
«hemos pasado sin embargo incólumes, sin
«que ni una sola voz se haya alzado contra
«nadie, porque allí no hemos ido á formar
«banderías, sino una hermandad, sin otro ob-
«jeto que la prosperidad del país. ¿Y seremos
«nosotros los que empecemos la obra de pros-
«cripción? ¿Se dará principio en nuestros días
«á convertir el tranquilo recinto de la Sociedad
«de amigos^ en convención inquisitorial, donde
«ninguno este seguro de no padecer semejan-
«tes vejaciones, precursoras tal vez de otras
«más funestas? ¿Cómo, si es amigo de su país,
«no le tembló el corazón, ni se le heló la pala-
«bra en los labios, al que eso propuso, al ver
«en profecía el acompañamiento de malos f utu-
«ros, que sobre el baldón de ahora, había de
«traernos su malhadado pensamiento?— La in-
«quietud que me causa el imaginar que pudiera
— 159 —
«caer sobre la Sociedad tan feo borrón, me
«hace lamentar doblemente mis males, que no
«me permiten asistir en persona á disputar
«con razones palmo á palmo el terreno á los
«que sostengan la medida propuesta; aunque
«me consuela la idea de que pocos habían de
«ser mis contrarios, porque no puedo persua-
«dirme á que sea crecido el número de los que
«deseen el deshonor de la Sociedad. Confío
«por lo menos en que mis razones serán bas-
«tantos para hacer ver á los que no hayan
«meditado con la debida detención, que lo que
«so ha pretendido es injusto, ilegal y atentato-
«rio á la dignidad del Cuerpo Patriótico, que se
«apresurará sin duda á remediar el daño; pero
«si contra mis esperanzas se llevase á caí)0,
«sírvase V. S. hacer constar á la f>)rporación
«que protesto solemnemente contra tamaña
«injusticia, pues cuando aun todos sin excep-
«ción quisiesen mancharse con ella, y para
«salvarme vo s^ilo fuera menester extrañarme
«de su seno, lo haría sin titubear, aimque mu-
«cho padeciese mí corazón, por no wntríbuír
«ni en lo más remoto, á lo que tanto reprueba
«mí conciencia >.
Seguidamente «dijo el Secretario que la llan-
ta prep>aratoria proponía en conserruencia que
se destroyese el p^nU-.ñor acuerdo f)Or las ra-
— 160 —
zones expuestas». El adversario de Turnbull
preguntó «si la junta aprobaba la totalidad del
proyecto». Contestóle el Secretario «que la
junta estimaba como reglamentaria la cuestión ,
y no descendería á otro terreno por más es-
fuerzos que se hiciesen por desviarla de su pro-
pósito», y fué sometida á la concurrencia la
proposición siguiente: «I^a Junta preparatoria
propone la nulidad del acuerdo contra el señor
Turnbull por no haberse cumplido los artículos
6S y 72 del Estatuto» . «Declarada esta sufi-
cientemente discutida» protestó uno de los so-
cios de la camarilla formada contra el ex-cónsul,
y su jefe declaró que «votaba que no debía
votar»; no obstante tomóse en consideración
lo propuesto por la preparatoria, instando cin-
co individuos, siendo de advertir que cuando
preguntó el señor Presidente si se considera-
ba lo propuesto por aquella Junta, hubo quien
entre aquellos cinco socios se opusiera «mani-
festando que la Sociedad no tenía facultades
para declarar nulo ninguno de sus actos; quo
el acuerdo de la junta anterior se hallaba san-
cionado en el orden que previenen los Estatu-
tos, y que si algún individuo se considerase
agraviado, ó con derecho á reclamar, debería
ocurrir á la autoridad superior del Eoocmo. se-
ñor Presidente^ en quien únicamente residían
— 161 —
aquellas facultades^ que si se diera el pésimo
ejemplo de que un Cuerpo Económico cual es
la Sociedad de Amigos del País, anulase sus
mismos actos, nada de cuanto se hiciera ten-
dría subsistencia, porque un partido invalida-
ría hoy bajo cualquier pretexto, lo que otro
hubiera acordado ayer, cuya alternativa, si en
efecto se dejara á merced de los pai^tidos, des-
truiría sus respectivos acuerdos mutuamente,
sería monstruosa y origen de' graves males;
que por eso se oponía á toda discusión sobre la
materia, y exigía que el señor* Presidente pro-
hibiera se le diese entrada, haciendo así uso
de una de sus principales atribuciones; y por
último que si á pesar de tan poderosas razones
se sometiese el punto á votación, protestaba la
nulidad de cuanto se hiciera con propósito fir-
me de ocurrir á ¡a autoridad competente en
busca déla enmienda». Preciso era que la
conciencia de los cubanos estuviese embotada
al extremo de tomar en serio pretensas razones
poderosas para defender el sofisma y viles in-
tereses, y que sustancialmente eran las mismas
aducidas por Luz Caballero en pro de la ley del
Cuerpo y de su honra; pero así fué: hubo ar-
gumentos de una y otra parte, girando la dis-
cusión sobre el Reglamento, en unos con razón,
pn otrps con malicia; y rehuyendo todos el
n
— 162 —
examen del mayor de los sofismas — ^las ideas
del Cónsul inglés. Nadie preguntó ¿por qué
era éste, enemigo del país como se pretendía?;
nadie se atrevió á mirar de frente el asunto, y
se dio así el escándalo de que los servidores del
gobierno y de los que pisoteaban las leyes y
comprometían por el suyo personal los verda-
deros, los más altos intereses de la sociedad
cubana, hicieran gala de rectitud y de patriotis-
mo cuando solo patentizaron su cinismo y ma-
la íé.
El Secretario «manifestó que la preparatoria
no pedía la nulidad como podía hacerlo en un
asunto contencioso; que se usaba de la pala-
bra nulidad en su acepción gramatical, y que
era indudable que el acuerdo anterior era nulo
como atentatorio al Reglamento; que la Socie-
dad podía destruirlo, pues estaba en el uso de
sus facultades no sólo alterar éstos con los re-
quisitos del artículo 68, que se habían guardado,
sino que aun podía alterar su ley orgánica re-
formando y corrigiendo los artículos del Esta-
tuto, que es una ley sancionada por el Soberano;
que para evitar esta reclamación se habían
citado con expresión particular á los señores
que concurrieron al anterior acuerdo, siendo
de extrañar que tan celosos se mostrasen de
fórmulas aquellos mismos que habían pisotea-
— 163 —
do la ley vigente, según se demostraba por el
Sr. Luz; que las reflexiones que se hacían so-
bre la instabilidad de los acuerdos no perjudi-
caban al acuerdo que se celebrase, y sí eran de
mucha fuerza respecto de la intentada separa-
ción, como que demostraban los inconvenien-
tes de olvidar la ley».
«Dióronse otras muchas razones bajo diver-
sos aspectos, principalmente por los señores
Martínez Senano, Castro y Poey, habiendo el
último amigo insistido en que se declarase que
se votara la proposición tal como se había es-
crito, y demostrado que cuantas razones se
aducían por los contrarios se reducían á soste-
ner un hecho no mas que por que había existi-
do, y que no podían negar que infringieron el
Estatuto; que esto era para el disculparse con
una culpable acción siempre fea, y más en in-
dividuos tan respetables como eran hombres
que desempeñaban cargos públicos y debían
dar el ejemplo de su respeto á las leyes!» Me-
diaron aún otras observaciones, y ya el adver-
sario deTurnbull, reducido á su última trin-
chera «manifestó que la declaratoria de nulidad
no podía hacerse por la junta, sino en todo ca--
sopor el Exorno. Señor Presidente Goherna--
dor y Capitán General^ á quien debería
ocurrir el que se creyese agraviado con aquel
— 164 —
acuerdo. Pidió por consiguiente que el señor
Presidente declarase no haher Jugará votación
en el particular, protestando do lo contrario
hacer reclamaciones donde y como creyese
oportuno, para que só pretexto de declarar una
nulidad que no existía no se incidiese en otra
que sería en todos sentidos vergonzosa. Aña-
dió que la separación de Mr. Turnbull era un
hecho consumado, que la llamada nulidad sería
nuevamente una admisión como socio, admi-
sión que no podía hacerse ahora, porque los
Estatutos señalan la época y medios de nom-
brar los socios, y que, aun cuando se creyese
violado el artículo 72 con la separación indica-
da, mayor violación se haría con la nulidad
que se intenta al artículo 68 que exige la con-
currencia de todos los que asistieron al acuerdo
que se quiera alterar; y por último que seria tan
escandaloso como indebido que al que ha pre^
dicado una especie de cruzada contra esta
islay ha dado pasos que indican desconfianza
y enemistad se le inscribiese en la lista de ami-
gos del país».— Contra quien, con el hecho
mismo de sus continuas reclamaciones, había
Mr. Turnbull mostrado desconfianza, muy
fundada por cierto, de que cerraba los ojos y
hacía de este modo posible y efectiva la viola-
o\ón (Je los tratados internacionales concertados
— 165 -
para reprimir di) veras la trata, no era el país,
sino el Gobernador y Capitán General, Seme-
jante aseveración constituía, pues, al adversa-
rio del Cónsul en defensor del individuo que
tan mal ejemplo ofrecía á aquella sociedad,
permitiendo que á mansalva se burlase la ley,
y que tanto daño infería al interés supremo de
la isla, cifrado entonces en que se redujese, en
beneficio del porvenir, su creciente población
esclava y en que se evitase por la buena fé y la
lealtad todo motivo de reclamaciones y de
agravios que podían fácilmente comprometer
la integridad territorial y la honra de la nación
que representaba en América aquella superior
autoridad de Cuba.
¿Cómo no hubo allí, entre tantos patricios
ilustrados, quien hiciera la observación de que
el Capitán General no merecía la defensa que
acababa de oirse, cuando había consentido la
enemistad de Turnbull al país y tolerado cerca
de dos años la especie de cruzada que había
emprendido; y que él mismo, el amigo del
país, probaba con su trasnochada solicitud pa-
triótica, ó que no la sentía realmente, ya que
para expresarla esperó el relevo del Cónsul, es
decir, cuando ya no podía hacer daño ni aun
predicar su especie de cruzada^ ó que en ver-
dad ni era Turnbull enemigo de la isla de Cuba,
— 166 —
ni predicó cruzada de ninguna especie, sino
que fué un lionrado, enérgico y resuelto em-
pleado de su Gobierno, que tenía conciencia de
sus deberes y voluntad para cumplirlos entre
tanta gente codiciosa, desleal é inhumana?
• Y tan cierto es que, antes que culpable, fué
Mr. Turnbull un funcionario digno, correcto
en su conducta y muy valeroso, que estas mis-
mas cualidades suyas le pusieron pronto á mer-
ced de sus enemigos, y sin embargo salió de
sus garras ileso. Créese que el general Val-
dés perseguía la trata y que en este concepto
mereció la estimación de los mismos ingleses;
pero en ese supuesto, mortificado por las recla-
maciones del Cónsul, asediado por las intrigas
(le los negreros, inquieto ante los constantes y
pavorosos anuncios de siniestras conspiracio-
nes que se preparaban en la sombra, llegó á
sospechar de las intenciones de Turnbull. Un
inmenso partido estaba interesado en anular
la vigilante constancia y la firmeza del único
hombre que se oponía á sus designios. Forja-
ron y echaron á volar la especie de que Turn-
bull maquinaba sublevar los negros y conver-
tir en cenizas la isla. De ahí que Valdés pidiera
su remoción. Casualmente y como para jus-
tificar los temores cada vez más graves, ocurrió
la insubordinación de las dotaciones de dos in-
— 167 —
genios situados en los partidos de Macurijes y
Lagunillas, casi al tiempo mismo que Mr. Turn-
buU desembarcaba en Gibara, procedente de
Nassau y provisto del pasaporte que le despa-
chara el Vicecónsul español de las Bahamas.
En la alarma consiguiente fué preso apenas
pisó la tierra. Tan grande era la inquietud
del país en aquellas circunstancias, y tan cínica
ó tan torpe la malicia, que se intentó atribuir á
causas políticas un temblor de tierra acaecido
por el mes de Mayo en Santiago de Cuba.
Turnbull había venido desde Nassau con el
único objeto de rastrear á unos negros ingleses
que los contrabandistas habían asaltado, redu-
cido á esclavitud é internado en aquella parte
de la isla de Cuba. Circuló, sin embargo, el
rumor de que le impulsaban miras terribles, el
eterno propósito de sublevar los negros. La
ocasión no podía ser mejor. Si el ex-Gónsul
había sido en realidfid un enemigo público de
la tranquilidad del país, y si ahora volvía os-
tensiblemente á ella para turbarla y destruirlo
todo, ¿para qué se habían escrito las leyes es-
pañolas, para qué existían tribunales, consejos
de guerra expeditivos, ni para qué se pagaba y
guardaba cuidadosamente en la Habana á un
robusto verdugo? Ello es que «ya en la capi-
tal, no se encontraron medios para castigarle^
— 168 —
y sólo fué expulsado de allí y de la isla, sin más
represión que estar unas horas detenido en el
cuartel de la Fuerza, con ^ra/^ sentimiento del
General Valdés, que dispuesto estaba á hacer
en Siqnél abolicionista un ejemplar castigo».
Se alega que no pudo adoptar tan sana medida
por presentarse el animoso britano «escudado
con el pasaporte que de la poca cordura del
Vicecónsul de España en Nassau había obte-
nido». El pasaporte otorgado por el funcio-
nario español, declaraba que TurnbuU era
«ciudadano inglés con la comisión de proteger
los africanos liberados, que habían sido lleva-
dos de Nassau al puerto de Gibaran . Esta
cláusula parece afirmar un hecho; parece
asentir que se había cometido un crimen con-
tra el derecho civil de personas libres y contra
la ley inglesa. Mr. TurnbuU, en virtud de su
encargo, perseguía los saltos de piratas impe-
nitentes; el Capitán General y las autoridades
españolas, faltando á sus deberes y á las leyes
vigentes, los amparaban. El gobierno de Ma-
drid reprendió duramente al Vicecónsul, y
como si TurnbuU hubiera sido un malhechor, .
«preguntó algunos meses después al Capitán
( teñera], qué ftmcionarios merecían recompen-
sa por hrberse distinguido en la prisión de
Air. TurnbuU*, el cual vino á la isla solo, en
— 169 —
un balandro tripulado por tres ó cuatro negros!
Al mismo tiempo el General Valdés que no pu-
do castigar ejemplarmente á TurnbuU, y tuvo
que dejarle en libertad, «recibió plácemes del
gobierno progresista, por tan acertado píx)-
ceder» (1).
La sesión de la Sociedad Económica se cele-
braba antes de todos estos sucesos. Ni ahora
ni entonces resultaba contra Mr. TunibuU nin-
gún motivo de legítima acusación. Los que
pretendían su extrañamiento de la Sociedad
favorecían, pues, las pasiones del Capitán Ge-
neral y la conveniencia de los explotadores del
l^aís; sus opositores, con la circunspecta pero
hábil y decorosa actitud que asumieron y su-
pieron mantener, representábanla honra del
Cuerpo á que pertenecían, la justicia y la con-
veniencia del país. Prolongóse la discusión
en que tales y tan opuestos sentimientos ó in-
tereses vinieron á chocar embozadamente, y
en definitiva púsose á nominal votación «la
propuesta de la preparatoria». Verificado el
escrutinio, proclamó el Secretario su resulta-
do, quedando «aprobada la propuesta de la
preparatoria por veintiséis votos contra doce,
é insubsistente el anterior acuerdo». Rl socio
(1) Las Insurrecciones en Cuba, por D. Jusío Zaragoza. To-
pao I,, píigs. 516 y 777.
— no-
que capitaneara la exigua sección que acusaba
á Turnbull, «reiteró su protesta pidiendo cons-
tancia del acta y copia de la exposición del se-
ñor Luz, para los efectos que pudieran conve-
nirle». Así se acordó, y así terminó por
entonces aquel ruidoso é interesante incidente.
Poco después, siendo O'DonnelI Capitán Gene-
ral de Cuba, removiéronse las cenizas calientes
todavía, y brotó la llama. Algunos socios fue-
ron encausados por las opiniones que habían
emitido evacuando consulta del mismo Gobier-
no, como miembros de la Sociedad Económica.
José de la Luz, por su noble conducta en aquel
episodio, fué sometido á juicio. Con un gesto
del dépota quedó Turnbull excluido del número
délos socios. En una sesión que celebraban
en Palacio y presidía O'DonnelI, preguntó éste
al respetable Dr. Tomás Romay, suegro de
Luz:— <¿Es Mr. Turnbull todavía socio corres-
ponsal?» Romay explicó las circunstancias de
aquel caso y al pretender O'DonnelI su separa-
ción le manifestó que no podía precederse sino
por los trámites señalados. «Pues hágalo Vd.
en el acto— repuso O'DonnelI— ó mando pegar-
le cuatro tiros» .
Felipe Poey, glorioso testigo de aquellos su-
cesos, que por fortuna vive todavía, compara-
ba silenciosamente el cambio brusco que sufHa
— 171 —
el país al pasar del mando de Valdés al de aquel
soldado violento, duro y soberliio. Durante la
discusión sustentada el año 1842 en el seno de
la Sociedad Económica para expulsar á Turn-
buU ó mantenerle su carácter de socio corres-
ponsal, hubo Poey de decir que la isla de Cuba
no sería feliz hasta que en ella no fuesen libres
todos los hombres. En la sosión anterior ha-
bía manifestado que aunque no conocía perso-
nalmente á TurnbuU, simpatizaba con sus ideas
abolicionistas. Oyó que una voz á su espalda
le decía: <Eso puede costarle á Vd. caro».
Recapacitando luego Poey, y en el temor natu-
ral de que pudiesen llegar torcidamente sus
declaraciones á oído del General Valdés, solici-
tó de éste una entrevista por mediación de uno
de sus ayudantes, enlazado con nuestro natu-
ralista por sus aficiones de coleccionador. En-
trado Poey en la estancia del General, éste
hizo que se sentara, mientras por su parte per-
manecía de pié. «Seguramente— dijo — le trae
á Vd. aquí un asunto de carácter político; pues
si fuesen á juzgar á los hombres por sus ideas
políticas, á mí me hubieran ahorcado tres ve-
ces» . Poey, tranquilo ya, creyó sin embargo
deber balbucear alguna explicación pero
Valdés le cortó rápidamente la palabra, pre-
guntándole: «¿por qué no abre Vd. al fin el
— 172 —
Museo?»— «Porque falta dinero, General» —
fué la respuesta— Y ¿cuánto? — ^Trescientos pe-
sos — «Pues, vaya Vd. cuando guste— le dijo
Valdés — á ver á D. Joaquín Gómez, á quién
enseguida daré la orden de que ponga á dispo-
sición de Vd. mil pesos».
Con O'Donnell la isla de Cuba entraba en un
período de sombrío despotismo. Luz estaba
ya fuera del país, atendiendo en un retiro de
Francia ásu salud quebrantada; los sucesos
relativos á Mr. Turnbull le hicieron aparecer
como abolicionista sincero y acrecieron su fa.
ma de varón íntegro y justo; pero estas mismas
circunstancias habrían de comprometerle muy
pronto. I jas maquinaciones de esclavistas y
negreros, juntamente con las intrigas ameri.
canas estaban á punto de dar su más amargo
fruto. Tanto se había hablado de conspira-
ciones y levantamientos de esclavos, que la vi-
sión al fin se realizó. El pueblo alucinado creyó
un instante, y en el universal deslumbramiento
de aquella quimera ensangrentada, la ambición
y la codicia pretendieron explotar el terror de
los unos y la imbecilidad de los otros.
IX.— MISTICISMO
Corrió por la isla el pavoroso anuncio de la
— 173 —
proximidad del desastre: se había descubierto
en Matanzas una vasta conspiración de negros.
Su plan era aniquilar en sangre á los blancos
y apoderarse de la tierra cubierta de escombros
y cadáveres. Se decía también que los blancos
ayudaban, alentaban y dirigían la obra incon-
cebible de su ruina y exterminio. Creyóse,
sin embargo, el absurdo. En medio del páni-
co había desaparecido la razón. Se prendía
al blanco lo mismo que al negro, al menestral
y al hacendado, al pobre y al rico, y todos tem-
blaban, mientras muchos se ocultaban ó huían
despavoridos.
Los fiscales fueron lanzados como hambrien-
ta jauría en todas direcciones. Alguien —
(quién? — apenas se sabe) — había revelado que
los negros traaiaban en la tiniebla de sus tu-
gurios un alzamiento. Debía ser terrible. Nada
más se sabía; pero era bastante. Existía la
conspiración, preciso era encontrar los delin-
cuentes. ¿Dónde estaban, quiénes eran? Los
ministros de la lev entraron en las haciendas,
pusieron boca-abajo á los negros desnudos y
arremetieron contra ellos á latigazos. Querían
que confesasen; si había entre todos clloá una
trama, todos lo sabían; preciso era, pues, que
declararan, y declararon con efecto lo que se
Jes sugirió y lo que se quiso. Los (jue no fg.^
— 174 —
Uecían de dolor, mentían extenuados ó agoni-
zantes. Muchos blancos fueron de esta mane-
ra complicados precisamente en la que llamaba
la Comisión Militar: causa de conspiración de la
gente de color contra los blancos. Husmeáron-
se antecedentes, hozóse entre los pápelos ar-.
chivados en la Secretaría del Gobierno: cuan-
tos hubieron de señalarse en algím sentido,
fueron emplazados ó presos. El infortunado
Plácido, en vísperas de morir, recordaba que
eran públicos los principios de igualdad de
Luz Caballero, <y tanto méiS peligrososy^ cuan-
to que eran sostenidos por «un hombre quie á
su talento excepcional reúne un fondo de co-
nocimientos extraordinario». Un negro lla-
mado Miguel Flores le acusó más terminante-
mente; pero andando el tiempo negó haber
prestado todas las declaraciones que se le im-
putaban, recayendo la sospecha de falsificación
en el perverso fiscal D. Pedro Salazar, conde-
nado al fin á presidio. Mientras tanto, Luz
Caballero fue citado y emplazado. El edicto
llegó á París para advertirle los peligros que
podía correr. En el acto tomó su resolución.
Ni súplicas, ni exhortaciones, ni ninguna pru-
dente observación de sus amigos, ni las cartas
de su familia tuvieron eficacia para contenerle
ó aplazar su viaje á la isla. El terror domina-
— 175 —
loa en Cuba, la arbitrariedad v la violencia se
l:iabíaii enseñoreado del país sobrecogido y es-
pantado. Sonaba la hora fatídica en que debía
expiarse el crimen de ser abolicionista en me-
dio de los traficantes de esclavos. Luz, sin
embargo, no vaciló, y espontánea ó inmediata-
mente se personó en la Habana. Su escudo
era su inocencia. Si el negro conspiraba con-
tra el blanco, ningún blanco debía consentir la
imputación de complicidad. Si se quería arra-
sar la isla y ahuyentar de ella la civilización,
ningún cubano debía sufrir que se sospechase
siquiera de su patriotismo y de su humanidad.
Y si en el fondo de tantas iniquidades no existía
más que un espantoso error ó una horrible
patraña, todos debían comparecer para que
pudiera desvanecerse el uno ó desenmascarar-
se la otra. Estos, seguramente, fueron los
móviles que decidieron la conducta de Luz Ca-
ballero.
Llegó enfermo á la Habana en Agosto de
1844. Estaba encama cuando se le notificó
el día 24 la orden del Capitán General de ser
trasladado preso al castillo de la Cabana, que
por lo mismo fue imposible cumplir y se dispu-
so un reconocimiento facultativo, nombrándo-
se al efecto á los doctores D. Francisco Alonso
y Fernández, D. José Lletor Castro-Verde y
-^ 176 —
D. Agustín Encinoso de Abreu; pero como eti
su informe del 28 no dieron opinión acerca de
si podía trasladarse á una prisión á Luz Caba-
llero, fueron requeridos para que cterminan-
tementc» lo hicieran y en tal virtud declararon
con fecha 31 de aquel mes de Agosto, que la
traslación á una fortaleza podía resultar funes-
ta á Luz Caballero, En tal concepto, y por
fianza que prestó D. Pedro Romay, quedó pre-
so en su propia casa. Allí se presentaron muy
pronto el Fiscal D. Pedro Salazar y el Secreta-
rio I). José Fernández Cota, para tomarle su
instructiva (1). Hasta un año después, próxi-
mamente, (10 Junio 1845), no se le tomólo que
llamaban entonces «confesión con cargos» (2).
En 18 de Setiembre los Fiscales D. Antonio La-
ra y I). Antonio Llorens, evacuando el trámite
de su conclusión, declararon infundadas las
imputaciones que se le hicieron á Luz. Cele-
bróse al cabo el ('onsejo de guerra; pero Luz
no se defendió. Había nombrado defensor á
I). Andrés Alaría Foxá, teniente do la segunda
compañía de voluntarios de Mérito, y éste, en
cumplimiento de su encargo, presentó al Con-
sejo en 15 de Octubre, siguiendo instrucciones
de su representado, un escrito con las palabr^i^
Bi^
(1) Véase eu .el Apéndice,
{'¿) Véa^e /jn e/ Apéndice,
— 177 —
siguientes: «D. José de la Luz Caballero libra
su defensa en el mérito de los autos, y en la
j ustificación del Tribunal» (1). Gomo tenía que
suceder, fué absuelto por sentencia de 8 de No-
viembre, que aprobó en 19 del mismo mes el
Capitán General, D. Leopoldo O'Donnell. Allí
terminó tras dos años de inquietudes é iniqui-
dades lo que sólo era, — como decía Luz de los
cargos que se le hicieron — una «barabúnda do
sugestiones, imposturas y contradicciones».
La decisión y firmeza que había desplegado
en ocasión tan crítica, fueron un ejemplo salu-
dable y reanimador para los encausados injus-
tamente y para el país en general. Subi(') do
punto su prestigio, pero amenguó su salud va-
cilante: quedó tan quebrantado que ya no re-
cobrará el vigor su periclitante organismo: irá
— por el contrario — decayendo cada vez más,
y al frisar en los cincuenta años, del hombre
robusto no quedará apenas nada: su aspecto
será el del viejo ermitaño de Ribera: flaco,
demacrado, débil; pero en su rostro austero y
dulce á un tiempo, reverberará la frente espa-
ciosa con el resplandor do su excitado pensa-
miento, y dos ojos de esplénílida hermosura
velarán con la dulzura del amor la intensidad
de la mirada.
li) Véase en el Apéndice.
12
— 178 —
Desde París su excitación nerviosa era gran-
de, su debilidad excesiva. Todo le hacía daño:
las láminas de un libro le imposibilitaban, al
desagradarlo, para leerlo en ningún tiempo (1).
Tenía repugnancia, sin explicárselo, de hacer
ciertas cosas, como, por ejemplo, «atravesar
de un lado á otro la plaza de Vendóme» (2). La
dispepsia era el mal que lo iba consumiendo.
«Estaba siempre atormentado por una grande
susceptibilidad nerviosa» . Dormia poco, á ve-
ces dos horas, cuando más, cuatro. ' Apenas
leía ni libros, ni periódicos. Los módicos que
lo examinaron con motivo de su prisión, infor-
maron que estaba hipocondriaco y que tenia
debilidad cerebral. Un cuerpo enfermo, con-
sunto casi, y un cerebro sobrexcitado y empo-
. hrecido constituyen precisamente las condicio-
nes propias de los místieos. Cualquier golpe
i*udo, arrancándole la última fuerza, convir-
tióndole la vida en un destierro, hará reapare-
cer el ardoroso creyente y lo pondrá en comu-
nicación directa con Dios. Ese golpe, por
desgracia, no tardará en caer sobre el con el
estrago de un rayo.
Al cabo de cuatro años de inútil reposo, quiso
trabajar de nuevo por su país, y el 27 de Mar-
(1) Rodríguez, Op. cll„ i)ág. 137.
(•>) » » » pAff. 130.
— 179 —
zo de 1848 vio fundarse el colegio de <E1 Salva-
dor». Allí estuvo dos años largos, partiendo
el tiempo entre su deber más grato y sus afec-
ciones más puras, es decir, entre su colegio y
su familia. Pero en 1850 el cólei*a cerró el co-
legio y desoló su casa. Su hija fue una de las
víctimas, y j'a el noble y amoroso anciano
quedará por siempre doblado. Será una tum-
ba abierta esperando la hora de cerrarse eter-
namente. Buscará en lo adelante aturdirse
en su deber, y no tendrá más hijos que sus
alumnos, ni más esperanza que la misericordia
divina.
He podido leer un fragmento de un cuaderno
suyo que cuenta sesenta y ocho páginas ma-
nuscritas (1). Es una especie de Diario que
empieza el dia 9 de Agosto de 1850 y sólo llega
al 29 de Setiembre del mismo año, con el ex-
presivo título de Lágrimas. En efecto, son
gritos, lamentos y sollozos arrancados por la
muerte de su hija, niña de 16 años, dotada do
grandes cualidades do corazón y do inteli-
gencia (2).
Háse dicho con razón que <el estilo es el
hombro; y ninguna prueba mejor que aque-
llas páginas, pues en ellas con ser pocas y ha-
(1) Las triízó con lápiz.
yZ) Falleció el 20 de Julio de 185Q,
— 180 —
ber sido borrajeadas de prisa, con el úni ;
objeto de vaciar el dolor, de descargar el esp^^
ritu del peso de su absorvente desventura, est>
todo el gran cubano: escasa imaginación, flueif ^
cia de palabras, preocupación de ser exacto^
manera escolástica, mucho latín, exuberancia
de ternura, pesar desbordante, reminiscisncias
de iglesia, y sobre todo e^ padre anonadado y
el místico. «Dudas y dudas por do quiera.
^.Dónde están esas evidencias?» es el grito que
brota de su lacerado pecho.
Corazón sensible y agradecido, consigna los
nombres de los que van á verle,* de los que
comparten su pena, de los que lloran con él.
Alma austera, no falta en tanto á sus deberes,
y aun apunta que para él «primero es la obli-
gación que la devoción». Está abrumado: es-
cribe á todas horas, en todo momento en que
pude consignar algo en el Diario, que es una
conversación de ultra-tumba con su hija muer-
ta y una invocación incesante á Dios. Todo
lo vé oscuro y triste: «El día es una mancha
negra sin fin para mi alma; la noche, lo misnK»
que el día. Dios mío! Dios mío! ayúdame á
llevar la cruz que descargaste sobre el más flaco
de los mortales». «Deusin adjutorium meum
intende». — «Domine ad adjuvandumrae fes^
tina» .
— 181 —
Y, sin embargo, no hace más que pedir que
^^an para él sólo todos los sufrimientos. «Siem-
t^t*e pido á Dios descargue todos los males sobre
^í, sobre mí no mási^ .
En ese estado de debilidad física y de abati-
miento moral surge el hombre primitivo: «Dios
oyó mis preces j y mejor las tuyas, hija de mis
entrañas, pues tú no cesarás de hacerlas por
quien más las necesita, y á quien más querías,
por tu madre asolada y amantísima» . <Yo no
hago más que acudir con mis balidos á las lla-
madas del Pastor, de aquel Pastor que dá la
vida por sus ovejas»
El misticismo llega á ser en esa situación mo-
ral, la única verdad, la mejor filosofía: «Cada
vez más firme en mi axtiguo tou, que los mís-
ticos han sido los únicos que se formaron ideas
exactas de la humanidad. In hac lacrymanjm
valle > — «gementes et flentes», probación^
tránsito para mejor vida, no hay filosofía más
profunda: es la expresión de la Divinidad so-
bre la humanídad>.
El tráfago de la vida práctica, las necesífia-
des de su profesión, el amor á sus alumnos, los
sucesos públicos, el tiempo, sobre todo, apaci-
guarán poco á poco su dolor; pero el místico
más ó menos templado, viTÍrá en él basta el
último día. El mundo, á sus ojos siempre hú-
— 182 —
medos, no tendrá más que dos polos de atrac-
ción; en el cielo, Dios; en la tierra, el deber.
Su vida, en lo adelante, será amarga, y puede
compendiarse en dos palabras: austeridad y
religión.
VII. — EL CtoLEGIO DE cEL SALVADOR»
El Colegio venciendo grandes obstáculos rea-
nudó sus tareas, y allí vivió él casi siempre.
Recuerdo como si fuera ayer, que yó, de diez
años de edad, solía ir, á eso de las cuatro de la
mañana, en busca de algún diccionario de bi-
blioteca. Empezaba á despertar apenas el
establecimiento, y sólo una parte iluminaban
los mecheros de gas; mientras yacía la otra en
la penumbra indecisa de la madrugada. Por
las galerías desiertas, más de una ocasión la
moribunda luna, al derramar su luz argentada
y fantástica al través del platanal y las blancas
columnas, me permitió ver á lo lejos al noble
anciano, descubierta la cabeza , paseando len-
tamente á la vista del claro cielo, y de vez en
cuando mientras me acercaba á él llegaron á
mi oído frases de los salmos del Profeta, esca-
pados de sus labios que murmuraban oraciones.
( na hora después, todos los alumnos, de pié
en la espaciosa sala, seguían en alta voz al
— 183 —
dulce maestro que entonaba el hermoso rezo
de cada mañana, para dar gracias á Dios por
la tranquilidad de su sueño y pedirle que los
lavara más y más para que fueran «más blan-
cos que la nieve» .
Durante algún tiempo los sábados de cada
semana fueron días consagrados á las pláticas.
Todos los bancos de las clases y cuantos asien-
tos podían haberse, se colocaban con orden y
simetría al rededor de una silla de madera
pintada de negro, que quedaba en el centro.
A.la una de la tarde, alumnos y profesores, y
á menudo personas extrañas al establecimien-
to, ocupaban aquel lugar con ansiedad y con-
tento. Poco después, y en medio del más
completo silencio, el maestro se acercaba des-
pacio, recogido en grave meditación y trayen-
do en la mano algún volumen: comunmente,
uno en cuarto mayor, de pasta holandesa oscu-
ra, muy sobrecargado de marcas: eran las
epístolas de su amigo, el grande y admirable
San Pablo. Sentábase apenas al borde de la
silla, así leía un trozo del libro y comenzaba su
plática, que era siempre un comentario lleno
de unción de las palabras del texto. Muy pe-
queño era yo cuando, confundido entre mis
compañeros, asistía también á aquellas confe-
rencias que seguramente no podía entender;
— 184 —
pero de las que he conservado la impresión
general, la imagen palpitante, el cuadro vivo
y animado: un hermoso grupo apostólico, mul-
titud de niños y de hombres, de pié unos, sen-
tados muchos, fija la mirada, absortos, silen-
ciosos, y en medio de todos, el anciano como
un padre entre sus hijos, como el patriarca
entre la tribu, con ademán inspirado, brillan-
tísimos los negros ojos, y su palabra robusta
extendiéndose vibrante por las desiertas ga-
lerías.
Algunas veces liablaba en aquellas pláticas
de algún discípulo arrebatado por la muerte:
otras del profesor, «del malogrado Fímes»—
por ejemplo. San Mateo reemplazaba á oca-
siones á San Pablo.— Pero también solía serle
imposible á José de la Luz Caballero aquel no-
ble ejercicio. Sólo veinte y seis días después
de perder á su hija pudo recomenzarlo. En el
intermedio, lo más que se sintió capaz de hacer
fué entregar á José María Zayas, para que los
leyera á su nombre, los cuatro renglones si-
guientes: «La religión es lo más que enternece
mi pecho, y así no puedo dirigiros la palabra
estando todavía la herida tan reciente, hijos
míos. ¡Qué nombre para un padre que lo fué!»
Y, sin embargo, «siendo un árbol viejo, pero
no carcomido», se sentía— á pesar de sus en-
— 185 —
fermedades y pesares— «mientras más vÍ€tÍ0|
más espartano» .
Hablaba también y entóneos á nimioroso
público, la última noche de los exámenes go-
nerales del Colegio, en el mes de Diciembre de
cada año; pero siempre sobre algún asimlo de
educación, y— por desgracia— muy amcnudo.
su acento era triste, por más que dijera: «no
vengo á quejarme de los males con que liich«
aqm' la educación, pues suelen convertirle Ia«
quejas en vanas declamaciones)^ . K«a costum-
bre no duró mucho. Desde que ima (m((trm^
dad en la lengua le impidió cumplir lo qiui M
llamaba su «deuda de palabra» o/m (d públíw,
quedó establecida laprácticíi (Uí que (tu nn uoííí'
bre lo hicieran sus dis<;ípuU/K, VA prímoro qii/e
llamó para sustituirle fu/^ AnUmío Anírulo y
Heredia: al año nv/nmiUt^ Ui^trou ^it^(v^ íi.
Gálvez y Enrique S'wtyro d). So ípWuíhí'^.
jamás la última 6^t ^^^ím^ u</áí.^^ j/>r ^mufH'^t
memorables- ^fh qa^ h j/r^r ^Ut iijíft^ir WAo ^^/^
discurso» w/^hV^. j^/> djíy^íj^u^'/ít ^í^'///í/U/^p^
'jí, ImH^W:^ CHr iy\, HlU»Sf"J^ i(iKV»(^f'^ lS4«ál-.yi.* *t4 í^^u» «-/4JUMr4iKr
— 186 —
impaciente el público por oirle> le condujo á la
sala una comisión de amigos, cuando casi no
podía sostenerse. No sé realmente lo que en-
tonces dijo, ni creo que lo haya sabido nunca;
más estoy oyendo todavía — como quien dice — ■
las salvas estrepitosas de aplausos, la conmo-
ción del concurso, el júbilo de todas las fisono-
mías: le veo á él también, de pié, vacilante,
pero luminoso de inspiración, echada hacia
atrás la cabeza, levantadas entrambas manos
á lo alto, en la majestuosa actitud de un profeta
bíblico; y ahora mismo resuena en mi oído y
vivirá por siempre en mi corazón, la soberbia
frase final, que es un EvangeUo entero, que
era sin duda la condenación más terminante
de la afrentosa realidad, de aquel modo de ser,
— de la colonia y de la esclavitud: ^Antes qui-
,s7>ra, no digo yó que se desplomaran las ins-
tituciones de los hombres — reyes y empera^
doreSj — los astros mismos del firmamento,
í/ue ver caer del pecho humano el sentimiento
de la justicia j ese sol del mundo morah. — ^El
siglo actual, seguramente, no ha oído palabras
mejores, ni más hermosas, ni más elocuentes;
palabras que parecen sonar como campanas
echadas á vuelo, anunciando fragorosas un
nuevo Apocalipsis; y si desde entonces no so
■
han desmoronado las viejas murallas de la cíu-
— 187 —
dad maldita, es porque sus cimientos enterra-
dos en la podredumbre están demasiado hon-
dos; acaso porque muchos para no oir el
estrépito de aquella trompeta se cubrieron la
cabeza con el manto; quizás también, porque
así estaba escrito!
Basta imaginarse aquella predicación anual,
elocuente y digniflcadora, que recogía conmo-
vida la sociedad culta; aquellas fulgurantes
pláticas; la propaganda convencida y ardiente
de principios morales, puros, grandes, evan-
gelizadores, y será fácil comprenderla influen-
cia sorda, casi sin ruido, pero profunda, de
aquel hombre superior, la majestad permanen-
te y sencilla de su actitud, y el culto sincero y
merecido que se le tributaba. El país entero
supo, al fin, que había en él un hombre real-
mente grande, que era á un tiempo realmente
íntegro, y enorgullecido no hubo quien no as-
pirase al honor de que sus hijos pudieran lla-
marse discípulos de aquel maestro. El colegio
prosperó, de ese modo, y aUí estuvo su centro
de acción más duradero, más considerable y
más fecundo. De aquel colegio no podría yo
hablar sin apasionamiento: — alma mater de
mi espíritu, fué también mi casa y mi familia.
Mas, si bien es cierto que tan excelente insti-
tución era lo más completo de ese género que
— 188 —
ha habido nunca en la isla de Cuba y que allí se
estudiaba y se aprendía mucho, así como se
templaba realmente el carácter— lo que me fi-
í?uro que es hacer de ella el elogio supremo, —
no puedo, sin embargo, dejar de reconocer
que tenía influencia en el desenvolvimiento in-
lelectual, á pesar de su plan de enseñanza, y
que, en el desenvolvimiento moral, no siempre,
en todas las esferas, obedecía á las tendencias
de su fundador. Intervenía en ello un factor
muy poderoso, que era el espíritu del país. Él
interpretaba las máximas y aforismos, las pa-
labras y los discursos, y así lógicamente los
enderezaba por un rumbo diferente. Los ni-
ños y los jóvenes de toda la isla— de Gamagüey,
de las Villas, de Oriente, de Güines, de Matan-
zas, — venían á educarse allí y allí vivían: traían
sin saberlo, de los cuatro puntos del horizonte,
aspiraciones generosas y enérgicas, y animados
de ese espíritu deducían las consecuencias aná-
logas que en sí misma contenía en potencia, la
enseñanza moral, viril y elevada, de José de la
Luz Caballero.
1 Jna comunicación franca y constante entre
alumnos y profesores y cierto sentimiento de
amorosa fraternidad que los hgaba á todos,
bajo la mirada santificadora del maestro, hacían
del Colegio una como atmósfera libre, donde se
— 189 —
cambiaban todas las ideas; una inmensa colme-
na en que el trabajo era insensible, provechoso
y saludable. Esta era por tal manera una agita-
ción suave y permanente que por fuerza tenía
que ser fecunda. Pero José de la Luz Caballero
sólo desempeñó clases los primeros años de su
dirección. Después las inspeccionaba todas, pe-
ro no dio personalmente ninguna, aun antes de
trasladarse el colegio en 1859 al barrio del Ce-
rro; así es que, bajo el punto de vista científico,
apenas si tuvo él alguna inñuencia en los últimos
años de su vida. Sometido el colegio, por otra
parte, al plan de estudios que lo hacía depender
primero de la Universidad, y luego del Instituto
oficial de Segunda Enseñanza, no inculcaba
ninguna doctrina, ni en ciencias, ni en filoso-
fía. Al contrario, era de lamentarse el error
funesto de la falta de unidad, de la existencia
de contradicciones esenciales. En el fondo, en
la base, el Padre Ripalda y el Abad Fleury po-
nían la primera piedra. En la cúspide, repar-
tíanse la labor, en proporciones desiguales,
Kant, Tiberghien, Bálmes y, alguna vez, el
P. Perrone, el alma del Concilio Vaticano. Si
alguna doctrina se infiltraba en los ánimos, era
el espirituahsmo francés, por medio del tomo
escrito en colaboración por Amadeo Jacques,
Emilio Saisset y Julio Simón, El espíritu lite-
— 190 —
rario, que el fundador tan justamente habí
combatido, predominaba, sin embargo, sob
el espíritu científico. I^ química, al cabo, es
taba reducida á un conocimiento descriptiv
de manual; la Historia Natural al árido cua
derno de Delafosse val indigesto compendio d
Galdo. No así la física, que enseñó corto ticm
po el Dr. Francisco Zayas, que luego hicieron
estudiar, en épocas distintas, bajo su aspecto
matemático, Ciirlos Sánchez Benítez y Joaquín
García Lebrcdo. La astronomía se cursaba
I)or el texto de Smith , 6 por las nociones d
Verdejo ó de Palacios. Las clases de matemáti-
cas eran numerosas y parecían las preferidas^
como hace años sucedía en los Gimnasios dfe
Alemania . Lebredo • desempeñaba con extra—
ordinario éxito las superiores, y á ese resp^sctoí
me es grato añadir que oyéndole un día una de
sus explicaciones do Geometría Analítica no
pude monos de confesarle que por primera vez
había comprendido por qué se decía que las
matemáticas eran sublimes. Mientras el ¡lus-
trado Vice-Director enseñaba á descifrar del
griego el celebrado discurso pro-corona de Dé-
móstenes y á desentrañar las burlas de Lucia-
no en los Diálogos de los Muertos, en clases
que antes había regenteado con singular com-
petencia Claudio Vermay;— ó daba ¿i conocer
— 191 —
^^tiüdo profundo de la «Crítica de la Razón
^^^^^>; — ó lograba que los niños hiciesen con
^ pasmosa rapidez de Mangiaraele ó de Sola
^^íciles cálculos mentales; — Jesús Benigno
^^\vez explicaba las reglas y los órdenes de
^^*quitectura; Joaquín Barnet la geografía po-
*^t\ca ó nociones de anatomía v flsiologfía: José
Manuel Ponce daba clases en que la lengua de
^odos era el inglés, que enseñaban Ambrosio
-Aparicio, ó J. C. Zenea, ó Garlos Plisset; mien-
tras Adolfo G. Duplessis enseñaba el francos;
otros profesores ei latín y la instrucción ele-
mental, como Honorato del Castillo, Gabriel Pi-
chardo, Antenor Lescano; y un polaco de tenaz
misticismo y estupenda memoria— José Pod-
bielski— mezclaba sus devaneos sobre Diosy sus
reminiscencias del filósofo Trentowsky con la
expresión más exacta de la estadística geográ-
fica de toda la tierra. Las clases de historia
universal y de literatura— en los mismos luga-
res en que las había explicado Luís Felipe Man-
tilla y en que explicó después otras asignaturas
ol ilustre Luís Ayestarán,— eran las delicias de
los alumnos porque las desempeñaba Enrique
Piñeyro, favorecido por la naturaleza con el
privilegio del gusto y la gracia seductora de la
dicción.
No obstante, si es verdad que había nn espí-
— 192 -
ritu, particular y propio del colegio, algo como
el alma vaga y flotante de la colectividad, no
puede del mismo modo afirmarse que hubiese
nn sistema general, ni pudiese haberlo; por lo
que no es sorprendente que, con tan magnífi-
cos elementos, se enseñasen cosas absurdas, se
mantuviesen cosas viejas y ya olvidadas, y se
descuidasen las novedades fecundas. De este
modo se explica también que con un profesor
tan comi)etente en historia que sabía escribí i*^
para una Revista estudio profundo sobre Roma
en que seguíala criticado Niebhury deMomm-
sem, nunca hubiésemos dudado los alumnos*
de las relaciones de Tito-Livio sobre los oríge-
nes del Pueblo-Rey. En estética, verbi-gratia.
la clase, por exigencias de la Universidad, se-
guía «á (lioberti, que es un pobre filósofo»^
mientras el profesor se inclinaba entonces «á
Hegel, que es un profeta» (1). Tengo muy
presente que en 1868, ya pasado mi bachillera-
to, fué cuando, por primera vez, oí mentar á
Darwin en una conversación particular con el
hombre ilustrado que era entonces Director
del colegio; y eso que iban corridos nueve
anos desde que empezó á conmover el mundo
(1) Palabras de Piñeyro, en una íamosa polémica 90l)r9 las
artes con el Dr. D. Uamón Zambrana« en 1865 1866.
— 193 —
c\
o
tífico Ja obra capital del naturalista ingles
Te «El Origen de las Especies> .
unque, bien pensado, es preciso convenir
^ue no podía ser otra cosa. El colegio no
independiente, y pesaba más sobre el que
re cualquiera otra institución local, vigi-
'r"^'^ ^e prevención y sañuda suspicacia. liO que
^ ^ nspiraba, sobro todo, era amor á la ciencia,
^ ^aber (1); mientras sembraba en los ánimos
1
£>-
"^^ ^^menes sanos de moralidad y de nobleza vi-
(2); Jo cual era, en verdad, alcanzar dema-
i-V\
^ ^^.do y alcanzar lo mejor.
1]1 colegio era también, en más reducida es-
\^ra, una especie de centro de caridad para los
^^digentes. Desde 1865, poco más ó menos, y
^lurante algún tiempo, su Director D. José M.
V,ayas, estableció una escuela dominical, con
RUS mismos profesores, para enseñar á los
niños y á los jóvenes pobres del barrio. Él
mismo, por esa época, dio un curso, también
dominical, de filosofía, explicándola histórica-
mente, y en él puso á contribución los trabajos
(1) «En el colegio no podréis bacer estudios fundamentales. .»
Discurso de E. Piñeyro. 1865.
(2) «Tratamos, pues, de que comprendan nuestros alumnos
que cada hombre lleva consigo cuanto necesita para recorrer el
espacio de su vida. . .»
«Más & la [severidad con sus propias acciones, debe agregarse
el espíritu de amor y de moderación para cqh sus semejantes».—
Pe uiíi Discurso d^ J. U. Zayas,— i8^5.
— 194 —
más recientes y las últimas noticias de las re-
vistas extranjeras.
En realidad, el espíritu del colegio había sido
y siguió siendo el espíritu mismo del país; y por
eso, cuando en medio del aparente y universal
reposo se sintió temblar el suelo, al sonar angus-
tiosamente una hora solemne de prueba, aque-
Ha santa casa se quedó vacía. El frío y el silen-
cio se hospedaron en las tétricas naves, y al fin,
ausente el sacerdote, rotas las aras y apagados
los cirios, quedó por siempre abandonado.
Hoy— velando su interior á la mirada del
caminante, —es el refugio que la piedad de al-
gunos vecinos ha conservado para algunas ni-
ñas pobres, como si quisiese advertirse por tal
manera que aquella casa solo puede destinarse
ya á objetos nobles y santos. Porque — en
efecto, — allí hirvió todo un mundo, grande de
luz y de belleza; allí se realizó una hermandad
sincera y fecunda; allí hubo religión, ideal y
patria; en medio al mercantilismo de nuestro
siglo, á la materialidad de la vida colonial,
parecía haberse trasladado allí un pedazo de
la risueña Galilea del siglo primero; allí el en-
tusiasmo encendió corazones, para el bien y
para el sacrificio; allí la fó reclutó soldados pa-
ra la lucha y mártires para el cadalso : alh se
encerraba, como en preciosa redoma, el per-
— 195 —
fume de virtud y de purísimos anhelos qui^
pudieron desprenderse de una sociedad can-
grenada. En el seno de la colectividad, mina-
da por el vicio, irritada por la iiyusticia, enco-
nada por el odio, aquella casa era un oásln
apacible de esperanza, de fé y de ventura mo-
ral. Pero era más todavía: era un templo con-
sagrado á cuanto digno,' noble y elevado «e
ofrece al respeto y al amor de la humanidad.
Y aquel hombre grande que lo ftjndara, lo-
gró sin proponérselo como un fln calctilado,
formar en tomo suyo un ambiente tibio de pa;^,
de confianza y de pureza que penetraba y do-
minaba las almas con la fuerza rmnm tUt nm
religión espiritual. Su íiecreto wmínüó m ím-
cerse amar, y ese precíí^afíi/^nUí f<i/í \HmWtu ^i
grande, el único se^^reto á^i Cr4«í/;.
La última vez que le natrón mnfAumf^^^ \í/4
á acabar. De?cría^ &h wíí í/r35tz</^; 4r///W/ 4^^^^
hay muchas eD eJ ^y^fm^i^yo ¡^ , l>^ «^^ ^;*//a-
panilla que e^^liíi yss^^ U 4J : ^^m ^ u4 kfr--
gua». Ouíbo prÁ'^Afr ^ V>^/? y yM^^'4
BozM- pcrou^ ;/í?.n íj^^^aí^ íf'>^:^ y4^^j^<; *>*^ ^-
ctpdkA. ^ifí ii://t, ^5#tíJiv.; <//íi^/ ^íí <íy/ *.W ' ^MÁÍ
ahitósa».. } m: </^>;í/^#. ^5; >^ ^^ ^ vtíu>/^
— 196 —
tud y el aiiior que se habían asociado on el es-
píritu de un hombre superior, todo eso tan su-
bhme y tan vano, estuvo extendido hasta el
siguiente día, sobre un catre revestido de paños
negros, en la rígida y repelente consagración
(le la muerte. En la tarde del 23, hubo una
muestra espontánea e imponente de duelo pú-
blico. El dolor del país fue unánime, y era cier—
tamente muy legítimo. El cubano más grand^^
de su tiempo, y el mejor que haya nacido, fué
llevado en imiversal consternación á un nich
del camposanto. Los que conducían en liom
bros su cadáver, escoltaban la escoria sagrad
de un milagro: un hombre íntegro, justo, sanó-
te, — todo amor, caridad y ciencia, — que ha
bía brotado y vivido, como la flor divina de utí
estercolero, en la podredumbre de una facta —
ría de esclavos!
Próximo el momento supremo de lo que él
llamaba un tránsito^ algunos hombres senci-
llos que le atendían en su triste enfermedad,
comisionaron á uno de sus deudos (1) para
proponerle la confesión religiosa. Tímidamen-
te se acercó al agonizante anciano, y le comu-
nicó el piadoso voto. Sonrióse con infinita
compasión el angélico moribundo, y bañando
á su interlocutor confuso en la lumbre de ine-
j
(1) D. JoséJMaria Romay.
— 197 —
í'able mirada, exclamó conmovido y humilde:
^Siempre, durante toda mi vida,— hijo mió,
—he estado bien con Dios». ¡Estas palabras,
-sencillas v admirables, son el resumen exacto
j cabal de toda su existencia! Mas pudiera
ífiadirse que del mismo modo estuvo siempre
bien con los hombres. Fué santo; pero fué
también patriota. Pensó mucho, intensamen-
te, en Dios, y se le acercó cuanto fué dable al
barro divinizarse. Amó así mismo á los hom-
bres; amó, sobre todo, á su patria, que solo pu-
do ofrecerle campos de fatiga y afanes y horas
mortales de incertidumbre, de congoja y de
vergüenza. Ella, precisamente por eso, le ne-
cesitaba más que Dios. Próximo á consagrar-
se á la vida eclesiástica, descendió del altar,
para ocupar la cátedra, para enseñar, para
bregar por sus hermanos. Quiso ilustrar su
mente, santificar su espíritu, dignificar su vi-
da. En la mísera abyección del colonato se
atrevió á aspirar, para sus conterráneos, á una
patria engrandecida y á un porvenir más dig-
no y más feliz. Abrió el sendero de la verdad
científica y despertó el entusiasmo por ella. Su
sabiduría, sus doctrinas, su enseñanza, fueron
una novedad en su tiempo; por ellas es en Cu-
ba, en el orden intelectual, un renovador, algo
—por ejemplo— como fué Deslía rio» para la Fran-
— 198 —
cia. Identificó la filosofía con la patria, la verdad
con la justicia; combatido por ellas, vio confun-
dido su nombre con cuanto significaba el bien y
progreso de la comunidad. Sus paisanos le lla-
maron «el filósofo» para decir también con
una sola palabra «el patriota»; esto es, lo más
grande y mejor; y eso explica cómo un hom-
bre humilde y pacífico pudo ser y fué, al cabo,
la personificación de los sentimientos más va-
rios, y que por tal razón lo juzgase suyo lo
mismo el patriota moderado que el revolucio-
nario. Él no fué, empero, y en la acepción co-
mún del término, hombre de acción. Su tiem-
po no consentía tampoco mucho más de lo que
se hizo, que fué por otra parte pobre y estéril
en definitiva. La esclavitud había envenenado
el país y los cubanos mejores desconfiaban de
sus fuerzas, veían su población escasa envuel-
ta por una piara de esclavos y doblada hasta
el suelo por la mano de hierro de sus señores.
No disputó por eso quizás, el dominio de la
tierra al César; pero se empeñó en arrebatarle
el dominio de las almas. Y mientras el uno
inconscientemente enfiaquecía ó nublaba las
conciencias, el otro las iluminaba y enaltecía.
Esa fué su excelsa misión, y en ella al menos
pretendió ser un verdadero artista. Afanóse
por crear hombres vivos, como otros crean
— 199 —
*^ombres de mármol inerte; por crear liom-
^fes y ciudadanos, allí donde la naturaleza,
^a historia y la política parecían confabular-
le siniestramente para que no hubiera más
que siervos y tiranos. Enfermo desde tem-
prano, luchó sin embargo cuanto pudo, y al
fin se rindió extenuado. Dejó á su patria
el ejemplo de su vida, una vida sin man*
cilla, el prodigio de haber vivido siempre en-
tre tentaciones, entre bajezas y miserias, sin
contaminarse nunca. — En su modesta esfe-
ra y desde el rincón de su colegio realizó un
tipo admirable de hombre. Existió perpetua-
mente inmaculado, y soñó constantemente con
la felicidad y la gloria de su patria. Él la buscó
por senderos apacibles. Otros después la busca-
ron también, pero entre abismosy tempestades.
La patria fué para todos, para él y para ellos, al-
go semejante á esas ciudades maravillosa» que
el mirage ofrece como una realidad consoladora
al sediento peregrino, el cual las sigue, encan-
tado, jadeante, creyendo cada momento alcan-
zarlas en su constante y siempre burlado afón,
hasta que cae al fin, cansado, exhausto, no de-
sengañado todavía, viéndolas sin cesar en 8U
fentasía calenturienta, en tanto que á 8U» pié»
arde y se extiende como océano sin ribera», el
yermo desierto de arenal
APÉNDICES.
I
CABTADE JOSÍ ZACIllilllS GONZÁLEZ DEL VALLE
ANSELMO SUAREZ Y ROMERO.
Setiembre 15 de 1838.
Suarez querido:
Dias hace que no sé si vives o si mueres.
¿Qué diantres te ha sucedido? ¿Ya acabaste de
leer á Balzac?
Ayer asistí á la apertura de la clase de Filo-
sofía que en el convento de San Francisco da el
por tantos títulos apreciado D. José de la Luz.
Pronunció un discurso largo como de hora i
media para descubrir su plan de estudio, hoi
que tan reñidas disputas trabaj an á los parti-
darios de las diversas escuelas filosóficas. Fué
— 204 —
su blanco esclusivo la de Gousin que él reputa
como un esplritualismo embozado. Hazte
cuenta que habrá unos quince dias nos encon-
tramos el Sr. Luz i yo en la Universidad i es-
tuvimos hablando largamente, cada uno en
defensa de sus opiniones filosóficas sin conve-
nir en muchos puntos; i que al oir yo repetirle
desde lo alto de su cátedra i en medio de su
concurrencia numerosa los mismos argumen-
tos reforzados por algunos mas, ó mas bien,
desenvueltos lójicamente; por débil i mezqui-
no que al lado de una reputación como la suya
me considerase, no podia contener mi deseo de
vindicar á Gousin, tanto mas cuanto que de to-
dos los asistentes estoi seguro que yo solo era
el cousinista. Así fué quft cometí la importuni-
dad de acercármele cuando bajó de la cátedra,
i de decirle sin reparar en lo cansado que esta-
ba que habia sido en alguna parte injusto con
(Jousin, que este tachaba con razón al Conde
de Verulamio de sensualista, porque dice que
cuando la intelijencia humana obra sobro la
materia hace cosa de provecho, i cuando sobre
sí misma i sus misterios, teje como la arana
mui sutiles telas, pero mui inútiles i frivolas.
— Sicitt arañe a texens telar u dice Bacon. A
lo cual me contestó el señor de Luz en estos
términos : pues hien^ Valle, (luite Y, eso de la
— 205--
ara^>a / rea V. si lo demás de Bacán no es es-
célente. Bije enUinces que Bacon quiso en Fi-
losofía una reforma ab imis fundamenlis i que
oso era despreciar la historia. En fln, media-
ron algunas cortas esplicaciones i viéndolo can-
sado por estremo i que los demás lo llamaban^
vo también lo invitó á retirarse i cedí. Nada
más liubo; sin embargo varios me atribuyeron
siniestras intenciones, otros importunidad, i
yo quiero que tu sepas el cuento por si acaso te
hallas por ahí con quien lo haya sabido mal i
rectifiques, si se ofrece i nada mas, la opinión.
Por la tarde estuve en el Real Golejio Gubgi-
no para oir el discurso de apertura de su clase
(le Filosofía que pronunció Manuel. Asistió
1). José de la Luz, i no bien me discirnió al con-
cluir, vino á donde yo estaba i me abrazó con
cariño diciendo jocosamente: «á este es á quien
yo quiero convertir»; con cuyo motivo se re-
novó la disputa i quedamos conformes, recono-
ciendo ól los estravios de Bacon que yo le
apuntaba, i venerando yo por mi parte el jenio
de Bacon i sus eminentes servicios por las lu-
minosas observaciones que me hizo el señor de
Luz con aquella profundidad i tino de conven-
cimiento que lo distinguen.
Por el Diario sabrás ya de esa iweva publi-
— 206 —
cación titulada <El Plantel,» que dirijen Eche-
varría i Palma. Mui pronto debe repartirse el
primer número, en el cual sale mi última no-
velita titulada Carmen i Adela que apenas
cuenta de vida una semana.
Nada me has dicho de nuevo sobre mis ob-
servaciones acerca de la novela Petrona i Ro-
salía. Yo la juzgo descarnada, desprovista de
arreos novelescos, de tiempo, de acción, de
buen artificio en suma; pero interesante, fiel,
trascendente i necesaria para morijear i recti-
ficar nuestras costumbres.
Tuyo afmo.,
José Z. G. del Valle.
II
«INSTRUenVA DEL ABOGAD}
DON JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO».
Preguntado, si sabe ó presume cuál sea la
causa de hallarse guardando arresto en la ac-
tualidad :
«Contestó, que por habérsele intimado la or-
den de prisión del Excmo. Sr. Capitán Gene-
ral, por conducto del Sr. Sargento Mayor de
la Plaza, por complicidad que le resultaba en
la causa de conspiración de negros en esta
Isla.>
Preguntado si en esta capital ú otro punto
había conocido y tratado á Mr. David TumbuU,
cónsul que fue de S. M. B. en esta isla, espre-
sando en tal caso qué relaciones tuvo con él y
cuando fué la última ocasión que le vio;
— 208 —
«Contestó, que habrá cosa de cinco años le
fué presentado en calidad de viagero instruido
en una corta mansión (jue hizo en esta isla, an-
tes de ser Cónsul y aun de haber publicado su
obra sobre este país; habiendo tenido con ól to-
das las atenciones que se tienen con un extran-
jero en talos casos. Volvi(') después Turnbull á
la isla en calidad de cónsul, y entonces fué éste
á visitar al declarante, quien le pag<) la visita,
y aquí concluyó todo: que las ocupaciones por
un lado y los males que bien pronto empezaron
A abrumarle por otro (hace cerca de cuatro
años) le hicieron desaparecer completamente
de la escena del mundo. »
Preguntado si podía determinar cuántas oca-
siones y en que fechas visitó á Turnbull después
que tomó posesión de su consulado :
«Contestó, que sólo la vez á que se ha con-
traído en su anterior respuesta, fué cuando
únicamente estuvo en su casa, no teniendo pre-
sente la fecha, aunque es fácil averiguarla
[)orque fué recién llegado aquel funcionario á
esta capital en calidad de cónsul. >
Preguntado en qué sociedad y por quién fué
presentado la primera ocasión á Turnbull :
«Contestó, que en casa del Dr. Madden, mé-
dico de profesión é individuo de la Gomipióii
Mixta, amigo suyo. »
— 209 —
Preguntado si recordaba los motivos sobre
que giró la conversación :
€ Contestó, que la conversación fué miscelá-
nea, como suele ser en toda mesa, recordando
que se habló mucho, entre otras cosas científi-
cas, de Meteorología, señalando las diferencias
entre los fenómenos tropicales y los de los cli-
mas europeos, habiendo hablado todos indis-
tintamente sobre la materia. >
Preguntado quiénes eran las demás perso-
nas presentes :
<Contest('>, que formaban parte de la sociedad
la familia del citado Madden y otros extranje-
ros del comercio, cuyos nombres no recuerda,
hallándose también varias señoras extranjeras,
entre ellas la esposa del referido Madden. >
Preguntado dónde vivía entonces Mr. Turn-
bull:
«Contestó, que en la Calzada de San Luis
Gonzaga, donde es público y notorio que vivió
dicho sujeto. »
Preguntado si fué sólo á aquella visita :
«Contestó, que fué sólo y le encontró acom-
pañado de su esposa, la cual le hizo el cumpli-
do, por hallarse él á la sazón en las piezas inte-
riores y sin que durante aquel acto compare-
ciese otra persona, y^
u
— 210 —
'^i'cguntado so])ro los particulares de la con-
versación :
«dontestó, que la visita fué breve y versó la
conversaci()n sobre particulares indiferentes y
usuales en semejantes casos. >
Preguntado si tuvo relaciones de amistad
con el Secretario de Turnbull :
« Contestó, que jamás. »
Preguntado «si por casualidad» habhi algu-
na ocasión con Mr. Turnbull respecto al pro-
yecto de emancipación absoluta de la esclavitud
en esta Isla:
«Contestó, que nunca».
Preguntado si sabe ó ha llegado á presumir
que Turnbull hubiese tratado de promover es-
pecies que tuviesen por objeto excitar la escla-
vitud para que obtuviese su absoluta emanci-
pación:
«Contestó, que ha oído decir lo que general-
mente se ha contado sobre el porticular> .
Preguntado si recuerda haber visitado ó
frecuentado alguna Sociedad cerca del Conven^
to de Paula, á la que concurriese una que otm
vez Mr. Turnbull:
«Contestó, que es la primera noticia que tie^
ne de semejante Sociedad.»
Preguntado si no tiene presente haber con-
currido nuevamente á la casa de Mr. Tuní-
— 211 —
bull en la ópoca del gobierno del Excelentísi-
mo Sr. D. Jerónimo Valdós, y en tal concepto
si lo verificó acompañado de un joven inglés,
expresando asimismo el objeto:
«Contestó, que nunca, ni solo, ni acompa-
ñado durante el tiempo á que se contrae la
l)regunta.)>
Preguntado si tam|)oco tiene presente haber
lieclio alguna entrega de dinero á Mr. Turn-
bull y con qué objeto:
«Contestó, que jamás en su vida ni á mister
Turnbull ni á nadie de este mundo ha entrega-
do cantidades de dinero. »
Preguntado si tiene presente haber confo-*
renciado con alguna persona acerca de la po-
sisión ventajosa en que se halla el castillo
Número 4 :
« Contestó, que jamás ha hablado de casti-
llos. »
Preguntado si ha conocido en esta capital al
pardo extranjero llamado Luis Gigaut:
«Contestó, que en estos días, á su regreso de
Francia, es la primera vez que lo ha oído nom-
brar. >
Preguntado si durante el gobierno del Ex-
celentísimo Sr. D. Jerónimo Valdés ha llevado
relaciones íntimas de amistad con el Doctor
D. Santiago Bombalier, Ldo. D, Manuel Mar-
— 212 -
tíne¿ Serrano, D. Domingo del Monte, D.Juan
de Dios Corona y demás individuos que se
nombran en esta actuación, que para la debi-
da inteligencia del declarante se le indican por
el Fiscal :
«Contesto, que conoce al Dr. Bombalier, que
por muchos años ha llevado relaciones de amis-
tad con los Ldos. Manuel Martínez Serrano y
D. Domingo del Monte, y que respecto á las de-
más personas indicadas, unas conoce y otras
nó, sin contraerse á épocas determinadas; pero
de seguro no ha estado en contacto con ellas
durante el gobierno del Sr. Valdés. »
Preguntado si con anterioridad habló el de-
clarante con el Ldo. D. Domingo Delmonte y
demás individuos que se le han indicado, sobre
particulares relativos al proyecto de eipanci-
pación absoluta de la esclavitud en esta Isla :
«Contestó, que nunca. >
Preguntado si ha llegado á su conocimiento
que algunas personas notables del país hayan
influido de acuerdo con Mr. David TumbuU
para que se llevase á efecto el referido plan de
emancipación, y en qué términos:
«Contestó, que jamás.»
Preguntado si La llegado á su noticia que
ciertas perdonas mezcladas ep el iiidipado pro-»
— 213 —
yecto hayan influido fuera del país para su rea»
lización:
«Contestó, que jamás. >
Preguntado si tampoco haya podido com-
prender el objeto y fin que hayan tenido cier-
tos movimientos que se advirtieron en las fin-
cas del campo á fines del año próximo anterior
y principios del aetual :
«Contestó, que hallándose en Europa ala sa-
zón no puede determinar el objeto y fin de ta-
les movimientos : allí llegaron las primeras no-
ticias como alzamientos parciales de algunas
fincas, y por consiguiente de todos fueron call-
eados como las demás sublevaciones negreras
que de cuando en cuando han estallado en la
Isla; después fué cuando los periódicos comen-
zaron á hablar de una conspiración más gene-
ral con ramificaciones en varios puntos de la
Isla, que se decía descubierta por el Gobierno. )>
Preguntado si no tiene algún dato para pre-
sumir que en esos movimientos hayan influido
poderosamente ciertas personas interesadas
por sus fines y principios, ansiosas acaso de
obtener por semejantes medios, innovaciones
respecto al sistema de gobierno que rige en es-
ta Isla :
«Contestó, que ni tiene, ni cree que puedan
existir semejantes datos* »
— 214 —
• Preguntado en qué fecha se ausentó el de-
clarante de esta capital y á que punto se diri-
gió, es decir, la última vez que lo verificó :
«Contestó, que el veinte y nueve de Mayo de
mil ochocientos cuarenta y tres partió de la
Habana para New- York, donde se embarcó al
cabo de quince días para Havre de Gracia, á cu-
yo punto llegó el veinte de Julio y por fin á Pa-
rís el veinte y cuatro del mismo; habiendo resi-
dido constantemente en esa Capital hasta su re-
greso en quince de Agosto próximo pasado> .
Preguntado si puede manifestar el objeto de
ese viage:
«Contestó, que su objeto es de pública noto-
riedad y aconsejado además por facultativos do
nota: el restablecimiento de su salud, como
consta al mismo gobierno de la Isla> .
Preguntado con qué personas de esta Capital
ó de otros puntos de la Isla ha llevado corres-
pondencia durante su ausencia:
«Contestó, que con ninguna, por su casi ini-
l)Osibilidad de escribir sin grave detrimento de
su salud, como consta a la Isla entera; no ha-
biendo escrito más que algunas esquelas á su
consorte, que más bien pueden llamarse partes
de salud; lo qne pueden certificar igualmente
(Uiantos le vieron en París y sobre todo loa pri-
meros módicos de dicha capital».
— 215 —
Preguntado si durante su asiento en París
tuvo alguna entrevista con elLdo. D. Domingo
Delmonte:
«Contestó, que lo veía familiar y frecuente-
mente (pues no ha tenido motivos para lo con-
trario) como sucede entre amigos y paisanos» .
Preguntado si en alguna de sus con ver sacio,
nes el Ldo. D. Domingo Delmont-e le hablo so-
bre Mr. David TurnbuU y de los proyectos que
este tenía entre manos para que se llevase á
efecto la emancipación de la esclavitud en esta
Isla:
«Contestó, que nunca».
Preguntado si absolutamente recuerda ha-
ber tratado de esos particulares con ninguna
persona:
«Contestó, que con nadie».
Preguntado si no tiene presente haber oído
decir que tanto D. Domingo Delmonte como
otras personas hayan trabajado eficazmente de
acuerdo con Mr. TurnbuU para que se llevase
á cabo la expresada emancipación:
«Contestó, que ha oído hablar generalmente
y hasta con indignación sobre el particular co-
mo una imputación que se le hacía en esta
causa; teniéndola todos por una solemne im-
postura» .
Preguntado si el declarante juzga lilire de
— 216-^
responsabilidad al Sr. Delmonte en la presente
causa y qué fundamento tiene para ello:
«Contestó, que la pregunta no está bien hi-
lada y por tanto se abstiene de contestarIa> .
El Fiscal manifestó al declarante que su ob-
jeto al hacerle la anterior preguntase contraía
á que consignase su opinión respecto á los sen-
timientos del * Sr. Delmonte en la cuestión de
emancipación y que al mismo tiempo expresase
si le consideraba capaz de haber influido en los
acontecimientos que á fines del año anterior se
advirtieron en la jurisdicción do Matanzas y
Cárdenas; pues habiendo llevado estrechas re-
laciones con dicho sujeto muy bien pudiera
emitir su opinión sobre el particular:
«Contestó, que en primer lugar que la prue-
ba de que la anterior pregunta no estaba bien
concebida, y que ni aún expresaba bien la idea
del Sr. Fiscal, es la explanación que acaba de
dar, como será fácil demostrarlo en otra opor-
tunidad, no haciéndolo ahora por evitar proli-
jidad: y contrayéndose á la pregunta, responde,
que siempre le ha oído hablar en sentido con-
trario ala emancipación; considerándole in-
capaz no ya de influir, pero ni aun de concebir
la idea de semejantes acontecimientos, piíes en
todas sus relaciones con el Ldo. D. Domingo
Delmonte le ha encontrado siempre amante de.
— 217 —
cidido del país, y como tal se honra con su
amistad el exponente. >
Preguntado si ha llegado á concebir la idea
de que el Cónsul que fué de S. M. B. en esta Is-
la, Mr. David Turnbull, haya maquinado pa-
ra la alteración del orden en la misma, pro-
pendiendo con entusiasmo al alzamiento de la
esclavitud; expresando á la vez el fundamento
que haya tenido para ello .
«Contestó, que así lo oyó decir cuando le pu-
sieron preso, hallándose á la sazón enfermo el
declarante fuera de la ciudad. >
Preguntado si llegó á su conocimiento que
durante la época del Excmo. Sr. D. Gerónimo
Valdés, varios miembros de la Sociedad Eco-
nómica del país, escandalizados de la conducta
observada por Mr. Turnbull hubiesen hecho
una moción pidiendo que su nombre se borra-
se de aquella Corporación respetable, consi-
derando que era una anomalía que éntrelos
Amigos del País fuese contado como socio co-
rresponsal el que bajo todos aspectos procura-
ba destruirlo :
« Contestó, que es menester distinguir épo-
cas, pues la moción se hizo mucho tiempo an-
tes de haber sido preso Turnbull y cuando es-
taba poco antes en el pleno ejercicio de sus
funciones consulares, y como tal en correspon.
— 218 —
dencia y deaiás relaciones con el Gobierno de
la Isla: y contrayéndose á la cuestión misma
en el seno de la Sociedad, se refiere el decla-
rante en todas sus partes al oficio que como di-
rector de dicha Gorporaciíin pasó en aquellas
circunstancias. »
Preguntado si dicha moción se hizo antes ó
después de haber sido preso Mr. Turnbull :
«Contestó, que queda contestado en su ante-
rior respuesta. »
Preguntado si era director de la Sociedad
Económica cuando aconteció la prisión de
Mr. Turnbull y qué temperamento tomó aquel
cuerpo respetable en vista de dicha circuntan-
cia:
«Contestó, que cree era director en aquella
época, pues lo fué desde fines de mil ochocien-
tos cuarenta y dos; y que ignora que la Socie-
dad tomase medida alguna con motivo de la
referida circunstancia. >
lYcguntado de qué sentido fué el declarante
con respecto á la moción á que aluden las an-
Loriores contestaciones:
«llespondió, que su referido oficio no deja
(jue desear en la materia. »
Preguntado si real y efectivamente el decla-
rante ignoraba en la época de la moción, que
Mi*. Turnbull so hacíu remarcable por su
-219-
exaltación en orden á la cuestión de emanci-
pación:
«Contestó, que había oído hablar muclio de
sus reclamaciones reiteradas como órgano del
Gobierno Británico para la cesación de la tra-
ta, y de algunos pasos que daba en desempeño
de su ministerio en calidad de Super-Intendente
de los emancipados (pues reunía ambos car-
gos ) admitido como tal por el Gobierno Supre-
mo y por el de esta Isla. »
Preguntado si llegó á comprender el objeto
que tuvo Mr. David TurnbuU para desembar-
car furtivamente en las playas de esta Isla, y
por cuya razón se le redujo á prisión:
«Gontes'tó, que ignora el motivo porque lo
luciera furtivamente. »
Preguntado si tampoco pudo comprender el
fln político que se propusiese Mr. TurnbuU
para introducirse de aquella suerte en esta Isla:
«Contestó, que nada le consta en cuanto al
fln político; y que lo único que oyó decir gene-
ralmente en aquella época fué que había veni-
do á reclamar cierto número de negros de no
sabe qué colonia extrangera que se hallaban
como esclavos en uno ó vjtrios ingenios de la
Vuelta-Arriba, en desempeño de sus funciones
(le Super-Intendente de emancipados afri-
canos. >
— 220 —
Preguntado si le consta ó ha oído decir que
durante el tiempo en que ejerció Mr. TumbuU
el destino de Cónsul, se hubiesen introducido
en esta Isla por su disposición, armas y otros
pertrechos de guerra, y con qué fin:
«Contestó, que es la primera noticia que tie-
ne sobre el particular. >
Preguntado si ha oído decir que algunas
personas ha3'an contribuido con dinero ó de
otra suerte para que se proporcionasen dichas
armas.
«Contest(), que tampoco le consta, y ni aun
lo creería, si se le contara, do hijos del país.»
Preguntado si no infiere que en este país
existe un j)arti(lo que bajo todos aspectos ha
tratado, de acuerdo con Mr. David Turnbull,
de levantar la esclavitud para obtener, á la
sombra de las dificultades que necesariamente
habría de encontrar el rTobiorno, innovacio-
nes en política :
< Contestó, que cree que ni existe, ni puede
existir, comprometiéndose á llevar la eviden-
cia sobre la materia hasta los ánimos más pre-
venidos. >
Preguntado si con el actual Cónsul de S. M. B.
ha llevado relaciones íntimas de amistad el de-
clarante, ó de otra suerte :
<Gontest(), que ni de vista le conoce. ¿
— 221 —
Preguntado si ha oído decir ó le consta que
este funcionario esté identificado con las ideas
de Mr. Turnbull tocante al proyecto de eraan-
ci pación.
<( Contestó, que nada sabe sobre el parti-
cular. »
Preguntado si ha conocido en esta capital á
D. Francisco Senmanat, y qué clases de rela-
ciones ha llevado con él :
«Contestó, que le ha conocido de vista, y
hace tantos años, que ni recuerda á punto fijo
la última vez que lo vio. »
Preguntado si ha oído decir el objeto que
tuvo este individuo para venir á este país á fi-
nes del año próxirao anterior:
«Contestó, que ni lo sabe, ni puede graduar-
lo, porque se hallaba á la sazón á dos mil le-
guas de distancia. >
Preguntado si el declarante ha tenido parte
en algún proyecto de conspiración que haya
tenido por objeto la emancipación absoluta de
la esclavitud en esta Isla, expresando en tal
caso el fln político que le animaba al efecto :
«Contestó, que el declarante en lo que ha
tomado y tomará siempre parte es y será en
restañar y cicatrizar las heridas que otras ma-
nos han inferido á su patria, por cuya ventu-
ra derramará hasta su última gota de sangre,)i
— 222 —
Preguntado quiénes son en su concepto los
que lian inferido esas lieridas á su patria y de
que medios se han valido:
«Contestó, que no es esta la oportunidad de
manifestarlo, por ser necesario entrar en un
análisis circunstanciado que corresponde á
otro lugar. >
1 Peguntado si sospecha que algunas perso-
nas llevadas de espíritu de animadversión ha-
cia el declarante, le hayan perjudicado en la
l^resente causa directa ó indirectamente :
«(Contestó, que así debe creerlo al ver lo quo
se practica con la inocencia. >
Preguntado si el declarante ha llevado rela-
ciones de amistad con algunos jefes de la Re-
píibhca de Méjico y Costa-firme que hayan es-
tado en esta capital :
« Contestó, que jamás. >
Preguntado si ha llevado relaciones de amis-
tad con D. Félix María Tanco, y en tal caso si
se ha reunido con él, íi otra persona del mismo
apellido, en alguna Sociedad, en esta capital, ó
fuera de ella :
«Contestó, que han sido pocas sus relaciones
con D. Félix Tanco; pues este señor casi siem-
pre ha residido en Matanzas donde era Admi-
nistrador de Correos, conociéndonos amibos de
nombre, y habiendo hecho una visita al decía*
— 223-^
rante en esta ciudad cuando se hallaba enfer-
mo á su regreso de los Estados Unidos. »
Preguntado si el declarante conoció al pardo
( xabriel de la Concepción Valdés (a) Plácido, é
igualmente por algún motivo al moreno Miguel
b'lores:
«Contestó, que á ningimo de los dos ha co-
nocido nunca.»
Preguntado si ha oído decir que los antedi-
clios Plácido y Flores hayan sido emisarios de
Mr. Turnbull y de ciertas Sociedades estableci-
das en esta Capital para que se llevase á efecto
el plan de emancipación:
«Contestó, que lo primero lo ignora, vio se-
gundo lo ignora y lo duda sobremanera.»
Preguntado si tampoco ha oído decir que una
de esas Sociedades tuviese asiento en casa de
D. José Ayala, la cual era compuesta de perso-
nas blancas y de color:
«Contestó, que mal puede saber las circuns-
tancias el que ignora la existencia.»
«En este estado dispuso el señor Fiscal la
suspensión del acto para continuarlo cuando
fuere necesario en el curso del procedimiento;
se le leyó al abogado declarante, expresó estar
conforme, advirtiendo únicamente que en vista
del tenor de ciertas preguntas que se le hacen
en el presente interrogatorio, se vé forzado á
— 224 —
establecer como establece la más solemne pro-
testa para que obre sus efectos cuanto ha lugar
en derecho, llegado el caso de manifestar las
irregularidades á que se contrae; y para la de-
bida constancia lo firmó con dicho señor, de
que certifico» Firman este interrogato-
rio (de 26 Setiembre de 1844) efectuado en la
casa-habitación de Luz Caballero, el procesa-
do, el Fiscal «Pedro Salazar», y el Secretario
«José Fernández Gota.»
^-«
111
''CONFESIÓN DE D. JOSÉ OE U LUZ T CABALLERO*'
«Preguntado, habióndc' '> leído la declaración
instructiva que tiene ministrada en esta causa
y obra á fojas mil trescientos veinte, si es la
misma que prestó; si se aflrma ó ratifica en su
contenido, si tiene algo que añadir ó quitar, si
la firma y rúbrica con que está autorizada es
de su puño y letra, y quiere se le tenga en par-
to de esta su confesión;— Dyo, que cuanto se
le ha leído es lo mismo que tiene declarado,
que se afirma y ratifica nuevamente en su con-
tenido, sin tener que añadir, ni quitar, reco-
nociendo por suya la firma que la valorizaiy.
por lo tanto quiere se le tenga por parte de esta
su confesión, y responde.>
4^Se le hace cargo de la complicidad que apa-
— 226 —
rece de autos contra el confesante en el pro-
yecto fraguado por Mr. David TurnbuU, ex-
Cónsul de S. M. B. en esta isla, por el que trató
de llevar á cabo la emancipación de la esclavi-
tud;— Di/o, que á toda esa barabúnda de su-
gestiones, imposturas y contradicciones que se
vierte en la declaración del moreno Miguel
Flores (que acaba de leérsele al confesante) dá
por único descargo, se le responda: cuándo? ^
y respondo
«Preguntado, si con el* descargo que ha dado
se considera negar el que se le ha hecho, — D/-
jo y que sí, y respondo
€ReconvenidOj cómo niega el cargo que se
le hace, cuando ha visto sus acusaciones por la
lectura que se le ha dado de ellas, de la decla-
ración de Miguel Flores, á fojas doscientas se-
tenta y ocho, y lo expuesto por el pardo Gabriel
de la Concepción Valdés, á fojas ochocientas
catorce; hechos que mirados con su instructi-
va á la vista (que se le ha leído) tienen alguna
concordancia, pues tiene dicho visitaba en Pa-
rís á D. Domingo Delmonte, cuyas opiniones
están patentes, pues por ellas fué expatriado ó
expulsado de la isla; y en esta capital á mister
TurnbuU, y aunque esto no sea suficiente, dá
la casualidad que este señor, tanto en la época
de su Consulado, cuanto antes y después, ha
— 227 —
demostrado daramente y á la faz de todos sus
ideas de emancipación, llamándola atención
en estas circunstancias el oficio que certificado
obra á fojas seiscientas sesenta y siete, el cual
es producción del confesante; reprochando ó
rebatiendo la idea de algunos socios, en la de
Amigos del País; que viendo y considerando no
era compatible estuviese Turnbull asociado con
ellos, cuando maquinaba contra él, pidieron su
expulsión: en cuya virtud se le amonesta sea
franco y explícito manifestando cuanto sepa
sobre el particular;— ZW/o, que en el mismo
cargo va casi envuelto su descargo; y, contra-
yéndose á los particulares que abraza, respon-
de: 1.**, que una cosa es visitar á un amigo y
compatriota, y otra conspirar contra el país ;
2.'', que en lo que han estado patentes para el
confesante las opiniones de D. Domingo Del-
monte, es en su oposición á la trata de negros,
mas nunca á la emancipación de la esclavitud:
3.**, respecto á las visitas del confesante á Mis-
ter Turnbull, se refiere á-lo que tiene declara-
do: 4.**, en el oficio se trataba de hacer cum-
plir el reglamento de la Sociedad; y en todo
caso la admisión ó expulsión de Mr, Turnbull,
era materia opinable, y por ningún motivo de-
cidida en pro ó en contra puede constituir un
Xíargo: 5,^ y ifUimOy respee|;o á Jft mención
— 228 —
(por cierto honorífica) que del confesante hace
Plácido en la exposición que se le ha leído, na-
da tiene que decir sino que jamás ha estado en
semejante finca; no contestando á la califica-
ción que se hace de sus pobres conocimientos,
porque ni le pertenece, ni es cargo, y res-
ponde, »
< Preguntado, si está convencido que el
conspirar es delito, y que la ley le castiga á es
ta clase de delincuente con todo rigor; — Djjo,
que lo está; que no tiene más que decir; que lo
espuesto es la verdad á cargo de su juramen-
to, en que se afirmó y ratificó, leída que le fue
esta su confesión, firmando con los señores Fis-
cales, de que doy íe. >
Este acto se efectuó el 10 de Junio de 1845;
y los firmantes, á más de Luz, fueron los fisca-
les 1). Antonio Lara y D. Antonio Llorens, y el
secretario D. José Fernández Gota.
IV.
«DEFENSA DE DON JOSÉ DE LA LÜZ:»
«Señores Presidente y Vocales:»
«Don Andrés María de Foxá, Teniente de la
2.* compañía de Voluntarios de Mérito, y de-
fensor nombrado por el Ldo. D. José de la Luz
Caballero, cumpliendo su encargo, tiene el ho-
nor de exponer á VSS. que :
«Don José de la Luz y Caballero libra su de-
fensa en el mérito de los autos, y en la justifi-
cación del Tribunal. > — Habana 15 de Octubre
de 1845. — Andrés María de Foxá. »
V.
LOS LIBROS Y PAPELES DE LUZ CABALLERO,
José de la Luz Caballero dejó al morir una
biblioteca que se componía, á ojo de buen cu-
bero, de unos 4.500 á 5.000 volúmenes. Por
la cláusula 11* de su testamento la donaba «á
la Biblioteca pública establecida en la Real So-
ciedad Económica de la Habana; > pero otorgan-
do al colegio de El Salvador el derecho de se-
parar «un estante de las obras que escogiere.»
Ya en el año 1865 la biblioteca que, en el mismo
gabinete de siempre, existía en el colegio, ape-
nas si contaba dos mil volúmenes, incluyendo
en ella un estante de cerca de un metro de an-
cho, por dos aproximadamente de largo, que
contenía los libros de Juan Clemente Zenea. Esa
reducción de los que quedaron en el establecí-
— 232 —
miento al morir su dueño, debióse sin duda, á
que hubiera ya tomado la Real Sociedad los
que le fueron legados. Ignoro el destino ulte-
rior de los volúmenes que había en el colegio
cuando éste fué cerrado en 1869 ó 1870.
En aquel mismo departamento, ó gabinete-
librería, donde espiró Luz Caballero, vi por el
año 1866, colocada en el suelo, á la izquierda,
junto al estante que allí había (la mitad ó un
tercio del cual estaba ocupado por los libros de
texto para las clases del instituto), una caja de
madera toscamente labrada, y por esta cir-
cunstancia, su color y dimensiones, muy seme-
jante á una caja de azúccar, (y por tal ^ tenía
yo). Era corriente en el colegio la creencia de
que encerraba — como allí decíamos: «los pa-
peles de D. Pepo Aquel mismo año, ó el si-
guiente, tuve en mis manos, estando en la bi-
blioteca, un cuaderno que revisé, y — notando
que era de Luz Caballero — leí todo (en la par-
te legible). No sé cómo andaba por ahí, ni có-
mo llegó á ponerse según lo vi con profunda
pena. Era un manuscrito, grueso, ancho, en
octavo mayor, destruida, en diagonal, su mitad
inferior derecha, por la humedad y la polilla.
Parecióme una cartera de viajes, donde se
anotaron con tinta, por el mismo Luz, las impre-
siones y los recuerdos de su primer viaje á
— 233;—
Europa. Tengo muy presente — corao si hu-
biera sido ayer mismo — que allí había una pá-
gina donde refería su encuentro^ me parece
que en Berlín, y pudiera añadir— aunqtíe sin
afirmarlo— que en el Museo, con el Barón de
Humboldt; y otra en que hablando del sermón
de un orador sagrado que acababa de oir, ma-
nifestaba que solo en los labios de las mugeres
le había sonado con tanta gracia la lengua ale-
mana como en los de aquel elocuente sacer-
dote. , .
Durante la última quincena del mes de Di-
ciembre de 1868 empezó D* José María Zayas
á copiar en limpio, papeles de Luz Caballero;
pero no adelantó mucho su buen deseo; al me-
nos solo sé que llenaría algunas páginas dé níx
cuaderno en octavo, con pensamientos, aforis-
mos, notas que había puesto Luz al margen de
algún libro, al ir leyéndolo, — como El Protes-
tantismo comparado con el Catolicismo^ por
D. Jaime Bálníes,- y acaso el fragmentario é
íntimo Diario que escribió cuando la muerte
de su hija, y que suspendió muy pronto, á lo
que entiendo. Un día de aquella misma quin-
cena pregunté al Sr. Zayas, platicando ambos
sobre los papeles de Luz, si publicados éstos le^
darían al querido autor la misma considera-
ción como filósofo de que, por ejemplo, disfini-
— 234 —
taba el norte-americano Emerson. No puedo
explicar hoy por qué se me ocurrió entonces
aquella comparación; pero sí recuerdo distin-
tamente que completé mi pregunta poniendo á
Emerson por término de aquélla, y que el se-
ñor Zayas, al punto de separarnos, me contes-
tó risueñamente : < quizás^ por ahí^ por ahí. »
Encargados por Luz, en la cláusula 16* de
su testamento, para que recogieran «todos sus
papeles, manuscritos é impresos, > con el ob-
jeto de publicar los que consideraran que pu-
diesen ser útiles, y haciéndoles la indicación
de « servirse para este encargo de las noticias
que poseen D. José Bruzon (hijo) y D. Jesús
Benigno Galvez, » fueron los Sres. D. José Ma-
ría Zayas y D. Antonio Bachiller y Morales.
Estos dos cubanos prominentes desgraciada-
mente fallecieron sin realizar los votos del tes-
tador, pero acaso uno de los herederos de don
José María Zayas, su hijo D. Alfredo, letrado
joven y ya distinguido, así como aficionado á
las curiosidades de nuestra historia y nuestra
Hteratura, y quien hace poco más ó menos dos
meses utilizó en un artículo interesante docu-
mentos inéditos relativos á Luz, querrá cum-
plirlos, llevando á buen término la tarea enco-
mendada á su padre. Pueda él hacerlo con
eficacia y, según es de esperarse, con luci-
— 235-
miento. Para auxiliarle TÍven todavía, por
fortuna, los Sres. Bruzon y Galvez, los cuales
seguramente^estarán siempre dispuestos á con-
tribuir con sus luces, en obsequio á la re-
comendación que ÍDdirectamente les hiciera
aquel compatriota iniqgne que tanto cariño á
ambos profesara, y cuya memoria int^*esa á
todos conseryar con lustre que jamás pueda
empañarse.
FE DE ERRATAS
LAS MAS IMPOSTANTES SON LAS QUE SIOUZN
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en que se requiere
causa primera ó Dios
analítico
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Recomendaba
ecléctico
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teca
et lo que más enternece
se sentía— á despecbo de
Prólogo 3
José do la Luz y Caballero 7
Apéndices 201
Carta de José Zacarías González del Va-
llo á Anselmo Suarez y Romero 203
Instructiva del abogado D. José de la Luz
y Caballero 207
Confesión de D. José de la Luz y Caba-
ballcro 225
Defensa de D. José de la Luz . 229
Los libros y papeles de Luz Caballero. . . 231
Fe de erratas 237
«71
3 2044 050 531 797
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